Villa Fiorito y las manos de Dios

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Por Carlos del Frade

(APE).- Villa Fiorito es la cancha grande de la historia.

Ahí nació hace cuarenta y cinco años, Diego Armando Maradona. Lo primero que aprendió a gambetear la familia fueron los patadones cotidianos del hambre y la falta de laburo estable.

 

Después vino Argentino Juniors, Boca, la Selección, Europa, los mundiales, la quebradura, el descenso a los infiernos creados por el mismo sistema que lo llevó a lo más alto del cielo privatizado, resurrecciones varias, la obediencia a los nuevos amos y la cumbre de los Pueblos. Maradona, el de Villa Fiorito, cuarenta y cinco años de historia argentina. Cancha grande de la historia, cancha chica del fútbol.

Los cálculos oficiales de la Asociación del Fútbol Argentino dicen que entre tres y cuatro chicos de cada cien que juegan a la pelota en los clubes afiliados solamente llegan a cumplir su sueño de jugar en primera.

Una ínfima minoría, el 3 por ciento de los chicos solamente alcanza su utopía. El periodismo hablará de ellos. Pero el problema político son las mayorías, los que se quedan afuera del sueño de alcanzar la primera división. Los que son más. Maradona forma parte de la minoría aunque nació en Villa Fiorito, uno de los tantos lugares tan parecidos a miles que se multiplican en la geografía estragada por los caprichos de la riqueza.

No todos son Maradona, pero quizás haya varias manos de Dios en Villa Fiorito.

Las que forman parte de las mayorías que nunca llegan a cumplir su sueño, aunque los tienen y los defienden.

Y quizás haya cierta envidia en aquellos que no tienen tanta pasión por vivir con los cartoneros de Villa Fiorito, los que nacieron como Diego pero que se quedaron afuera de la cancha chica reservada para pocos, para muy pocos.

Es el caso de Edith Zárate, mamá de cinco hijas, cartonera de Villa Fiorito.

"No es fácil darle de comer a una familia con tres o cuatro pesos por día. Pero esto es lo que hay y no me da vergüenza ser cartonera. Todas las mañanas selecciono y separo lo que junté, ya que los viernes pasa el camión por mi casa y vendemos lo que juntamos en la semana. Yo salgo a cartonear con mis hijas, porque si nos multiplicamos juntamos más plata", cuenta Edith, que no pudo terminar la secundaria porque apremiaban las urgencias y se puso a trabajar en un taller de zapatos, primero, y después en casas particulares.

Edith saca cuatro pesos por día, en el mismo país que facturan miles de pesos cada sesenta segundos.

Edith sigue tirando del carro con sus manos. Sus manos son la expresión de su indoblegable corazón. Amor por sus hijas, gambeta corta a la miseria. Sus manos son las manos del Dios de los pibes excluidos. Manos de Dios de mujer cartonera de Villa Fiorito, la tierra de Diego.

"Comemos lo que tenemos y a la noche lo recalentamos. Con suerte, por mes sacamos 200 y pico de pesos. Ojalá que mis chicos no se dediquen más a esto, pero hoy no hay otra cosa", dice la mamá que arrastra el carro durante horas. Es flaca pero tiene un corazón muy grande. Sus manos no paran de empujar. De ellas dependen cinco nenas. Son las manos de Dios de Edith, las manos del Dios tozudo de los empobrecidos, de los saqueados de Villa Fiorito.

“Ahí me conocen todos; si falto un día, todo preguntan por mí. Los porteros me preparan los cartones y algunas familias les dan comida caliente para mis hijas", cuenta la mamá manos de Dios de los ninguneados de Villa Fiorito.

"Cuando sea grande quiero ser? modelo", cuenta Daniela, la nena más chiquita.

Edith, la que empuja el carro todos los días para que sus pibas no pierdan ningún sueño dice: "Quiero otro futuro para ellos. Por suerte, la calle todavía no les quitó los sueños".

Dicen los números oficiales que el negocio de la basura mueve unos 450 millones de pesos anuales en la ciudad de Buenos Aires.

Casi veinte mil personas como Edith viven de la basura, aunque el gobierno apenas reconoce a diez mil quinientos. Muchos son chicos, menores de edad, como las hijas de Edith, la mamá que no para de empujar el carro con sus manos, la manos del Dios de los chicos ninguneados de Villa Fiorito, de los que se quedaron afuera de la cancha según las reglas del juego impuesto por las minorías.

Edith gambetea la miseria y las pesadillas y sueña con cumbres de alegría para sus cinco hijas.

Es de Villa Fiorito y forma parte de los que apenas tienen permitido mirar el espectáculo de los elegidos.

Fuente de datos: Diario La Nación 07-11-05

 


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