Más sobre la masacre de Quilmes

|

Por Elías Neuman

(APE).- En nada ayuda hacer literatura del dolor. Del dolor extremo que causa la muerte de chicos masacrados por la tortura y el fuego. Ocurrió en Quilmes, en una comisaría. Son muertes que en los tiempos que corren se suceden en el país, y recuerdan aquellas otras producidas en el encierro carcelario por el estallido de colchones de poliuretano. Poliuretano en el país de la lana... y el yute...

Son muertes que en poco tiempo serán reemplazadas por otras y otras más. Y pondremos más literatura del horror y traeremos a la meditación de lectores y televidentes parámetros y doctrinas del derecho penal incumplidos y mencionaremos una vez más a las muertes y los muertos y hablaremos, al fin, de cómo se conculcan los derechos humanos. Todo eso.

¿Cuándo se analizará en nuestro país (y sus alrededores) si es posible la democracia neoliberal? Y por qué razón para el capitalismo financiero una enorme cantidad de seres humanos -cientos de miles- han dejado de importar o, mejor aún, no interesan, sobran. ¿Cuándo advertiremos que el crimen del hambre es una forma peculiar de terrorismo estatal en especial en un país como el nuestro demasiado rico para ser pobre? Que el sistema neoliberal establece un Estado autoritario (burocrático autoritario diría O´Donnel) dentro de la llamada democracia formal, un Estado penal brutal que tiene en mira a los de abajo, posibles insumisos y a los que se revelan aunque fuere potencialmente. Habrá que decir que a los chicos de Quilmes los mataron que es lo mismo que dejar morir, porque encarnan esa potencial condición.

El sistema neoliberal se instauró con medidas financieras, libre mercado, privatizaciones y achicamiento de los Estados, despido de su trabajo de ingente cantidad de personas, pero hubo un condimento esencial para su proyección social exitosa: la industria del miedo instalado en la sociedad. Y hoy en pleno desarrollo del neoliberalismo el miedo subsiste y es acrecentado como metodología previa. Y ello ocurre en los países centrales y periféricos. Miedo e inseguridad son paradigmas del sistema que ayudan a reproducirlo.

Esas pobrecitas vidas masacradas de los chicos de Quilmes son irrescatables como tantas otras muertes de los de abajo. No en balde el sistema ha mantenido y preservado, al restablecer la institucionalización, en países de la región y en especial el nuestro, a la misma policía y administración carcelaria que albergó la dictadura. Nadie habló ni habla de cambios ideológicos o estructurales. El denominador común es la represión: cortar el mínimo dolor de cabeza decapitando... Y los ejemplos se multiplican.

En el caso de la comisaría de Quilmes, el Fiscal que investigó la causa se olvidó de centrar sus conceptos y la investigación en sí, en un hecho que hiere a la justicia y violenta el sentido de los derechos humanos a la vez que conculca a la Convención Internacional de los Derechos del Niño que es parte de la Constitución Nacional, al no recoger ni palabra y mucho menos concepto sobre que los jóvenes no podían estar detenidos en una comisaría. Ese es el punto nuclear del asunto. Y ello es aceptar sin tapujos la discriminación que se ejerce mediante la ley penal.

De ahí la alarmante pobreza de sus lucubraciones y reflexiones que transforman a las víctimas en victimarios, en especial cuando dice que las declaraciones de los chicos sobrevivientes -testigos de la tragedia- endilgan hechos delictivos a la policía usando del descrédito de ésta en la conciencia pública.

Se trata de la exteriorización de sentimientos prejuiciosos y prejudiciales que decolora la sangre. ¿Acaso ignora, entre otras cosas, que quien declara en contra de torturadores y represores, hoy como ayer, arriesga y, acaso, sentencia su propia vida?


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte