Santa Cruz desde el aire

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Por Oscar Taffetani

(APE).- En 1993, mientras transcurría la llamada fiesta neoliberal (una fiesta que, por lo visto, aún no ha terminado) el gobierno de la Argentina, uno de los países más endeudados de la tierra, adquirió un moderno Boeing 757 para destinarlo al exclusivo uso presidencial.

Por la bicoca de 66,2 millones de dólares, el presidente Menem recibió una nave con detalles de decoración y confort que habrían sido la envidia de cualquier jeque árabe: catorce butacas forradas en cuero natural, paneles revestidos en auténtica madera, suntuoso alfombrado, dormitorio con cama de dos plazas, tocador, espejo gigante y baño con ducha y bidet.

Presidiendo la sala oval (así llamada en la jerga de la tripulación, por tener una gran mesa con esa forma), se veía -y aún se ve- un escudo argentino bordado con hilos de oro.

El Tango no se vende

Los mandatarios que sucedieron a Menem, mientras se hallaban en la etapa de seducción y búsqueda de votos, prometieron vender el Tango 01 (un símbolo del despilfarro y la insensibilidad neoliberal) y hacer sus viajes en otros Tangos más modestos (el 02, el 10), o bien pagando su pasaje en aeronaves de línea.

Lo concreto es que el Tango 01, a un costo de 7.000 dólares por hora de vuelo, sigue siendo utilizado por la pareja presidencial y por su círculo íntimo (incluyendo el gabinete de ministros).

La última vez que el avión del Presidente viajó a Santa Cruz fue en los días previos a esta Semana Santa.

Docentes en huelga, que manifestaban junto a su Carpa Blanca por el retraso salarial y por una insólita militarización de las escuelas (la orden habría salido directamente de la Casa Rosada), observaron con furia e impotencia el paso, rumbo a El Calafate, del avión presidencial.

Además de sus pasajeros habituales -según trascendió- las bodegas del Tango 01 transportaron este último fin de semana muebles y electrodomésticos con destino a la residencia de los Kirchner, la del intendente Méndez y un hotel internacional propiedad de amigos del Presidente.

Arriba... y abajo

A cinco mil o diez mil metros de altura, el paisaje patagónico es siempre imponente: un mar color celeste intenso, por momentos esmeralda, se recorta contra los farallones rocosos. Y llegando a El Calafate, están las cumbres siempre nevadas del cordón del Fitz Roy, los glaciares, los Hielos Continentales y las gemas azules o verdes de los lagos.

Pero pisando tierra firme, y caminando las calles de Río Gallegos, Río Turbio o El Calafate, el paisaje es diferente.

Lo que se ve ahora, por ejemplo, es un bosque de gendarmes, de infantes de la Policía Federal y Prefectura, con órdenes precisas de evitar que los maestros en huelga utilicen sus mismas escuelas (¡vaya delito!) como sitio de reunión; o que realicen festivales para recaudar fondos.

Lo que se ve ahora -a pesar del amordazamiento de los medios- es el comienzo de operativos parapoliciales de intimidación, como el lanzamiento “por desconocidos”, en la madrugada del domingo pasado, de una bomba incendiaria en el gimnasio Benjamín Verón de Río Gallegos, donde tenía lugar un festival musical de los docentes.

Y se ve también una protesta que crece, una protesta que ya unió a la mayoría de los gremios estatales (ADOSAC, ATE, APEL, SOEM, Judiciales), a los jubilados y hasta a los curas y representantes eclesiásticos de la provincia, encabezados por el obispo Juan Carlos Romanín.

Nos preguntamos cuántos sueldos docentes y estatales, cuántas jubilaciones, cuántos salarios mineros o petroleros y cuántos planes de ayuda social podría pagar Santa Cruz -o cualquier otra provincia- con el costo de un solo viaje del avión presidencial.

¿Y si pudieran ahorrarse todos los viajes improductivos del Presidente, de la primera dama, de los ministros y gobernadores?

¿Y si se vendiera el Boeing 757 presidencial, y tantos otros símbolos del despilfarro?

¿Y si terminara de una vez esta fiesta de unos pocos, que descansa sobre el hambre y la exclusión de muchos?

 


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