La vuelta de la colimba

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Por Carlos del Frade

(APe).- Corra, limpia, barra. Colimba.

Las tres órdenes más repetidas en lo que fuera el llamado servicio militar obligatorio. La confirmación cotidiana durante décadas que los civiles eran subordinados a relaciones feudales de producción de parte de los integrantes del Partido Militar, aquel que se hizo presente en el gran escenario de la historia nacional el 6 de setiembre de 1930 cuando ofició de títere a la oligarquía y las compañías multinacionales del petróleo para abortar la experiencia de la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen.

En los años noventa, Carlos Menem -dos veces presidente de los argentinos-, el ejecutor de la traición a las tradicionales banderas del peronismo y en nombre del peronismo, malvendió las empresas públicas, patrimonio de generaciones y generaciones, y aprovechó uno de los tantos asesinatos cometidos por los hombres de uniforme, el del solado Omar Carrasco, para abolir la colimba y sumar un nada despreciable caudal de votos que le permitió obtener su segundo período a partir de 1995.

Quince años después, el diputado nacional por Salta, Alfredo Olmedo, propuso reinstalar la conscripción, tal como también se conocía esta fenomenal pérdida de tiempo que llegaba a durar un año y medio si había soldados díscolos ante la brutalidad desinformada que, generalmente, campeaba en las unidades militares.

Olmedo propone el regreso del servicio militar porque “podría servir para que algunos jóvenes que nunca tuvieron límites encuentren un ámbito de contención y de formación que les permita vivir en armonía con la comunidad. El servicio militar debería estar orientado a tareas comunitarias y no ser parte de una carrera armamentista inconducente; tendría que cumplir un rol social”, explicó uno de los representantes del pueblo salteño en la cámara baja del parlamento nacional, apodado como el rey de la soja y famoso por haber ordenado el desmonte de miles de hectáreas para sembrar la oleaginosa bendecida por las trasnacionales y grandes sectores de agricultores nativos.

En algunos países del mundo, el servicio militar dura solamente tres meses para adquirir los rudimentos de una instrucción en armas en pos de la defensa del patrimonio nacional ante las agresiones extranjeras.

Esas experiencias marcan profesionalismo en las fuerzas armadas y respeto por los adolescentes que ingresan en ese tipo de educación.

La historia de los últimos setenta años marca otra realidad en la experiencia argentina.
El Partido Militar usaba a miles y miles de chicos al servicio de sus oficiales y entrenaba en valores centrados en el más feroz individualismo, en la práctica de la delación al compañero y el robo al que dormía en la otra cama de la cucheta.

Más que servicio militar, era servilismo militar obligatorio.

La propuesta está teñida de oportunismo porque intenta llamar la atención en torno a la inflación informativa sobre hechos de inseguridad.

Y de paso, el señor Olmedo quiere congraciarse con un sector como el de las fuerzas armadas que salvo honrosas y escasísimas excepciones, jamás defendieron al país sino que sirvieron de macabros cazadores de compatriotas que pensaban distinto, invirtiendo de raíz la máxima sanmartiniana de jamás derramar sangre de hermanos.

La colimba forma parte de una Argentina que siempre reservaba poder para el Partido Militar. Tuvo muy poco de edificante y casi nada de valores patrióticos.

Su anunciado retorno no es más que una melancólica mención a los tiempos en donde las botas funcionaban como guardias pretorianos de las minorías.

Fuente de datos:
Diario Crítica de la Argentina 18-11-09

 Edición: 1645


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