La deuda que no se paga

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Por Claudia Rafael

(APe).- ¿Cuánto le debe el estado federal al interior profundo, al noroeste desmontado, hambriento y apaleado en las pieles morenas de su origen? ¿Cuánto le debe el ombligo de la república a su adentro fronterizo, al país otro tan lejos de las puertas con llave de los despachos? ¿Quién discute o aplaude o reclama a viva voz de traje y con anteojos en punta de las narices el pago irrestricto de la deuda interna? ¿Se pagará con bonos 9 de Julio, con patacones, lecops o papeles viejos? ¿O se pagará con dólares, euros y pesos nacionales con la figura de Roca, como se les paga uno tras otro a los acreedores de afuera? ¿Se pagará como al FMI o como al Club de París? ¿Sabe el estado federal que hay acreedores, millones de acreedores estoicos, olvidados, perdidos en las selvas, indocumentados, que jamás apretarán con candados al futuro ni investigarán con lupa la salud mental presidencial? ¿Sabe la república central que hay poco menos de un millón de acreedores pequeños, debiluchos, con déficits alimentarios en los centros urbanos que esperan cobrar en dignidad, en distribución real de los recursos, en proteínas para los músculos, en calcio para los huesos?

Salta, la linda, es una provincia rica. Tiene minería, turismo, gas y petróleo. Recursos enajenados sistemáticamente desde hace décadas, con el climax en los 5000 cesanteados luego de la privatización de YPF y la caída de Mosconi.

En Salta hay miles, decenas de miles, centenares de miles de acreedores que el estado federal no atisba. Salta sufre el default interno al que históricamente fue condenada. “Un 40 por ciento de los alumnos debe recibir un almuerzo o desayuno en la escuela. Unos 15.000 niños asisten sólo a los comedores que tienen apoyo del Gobierno. Cerca de 40.000 chicos están dentro de un programa alimentario que otorga un monto mensual de 50 pesos. El 11,4 por ciento de los chicos de uno a cinco años tiene déficit
nutricional”, dice El Tribuno, aferrándose a cifras estrictamente oficiales. Desempleo, inflación, pobreza, caen como condenas del cielo sobre los niños de la Salta linda, los niños que dependen de la memoria estatal para comer. A los acreedores externos se les paga sin concesiones. Una deuda injusta, multiplicada por intereses usurarios, ahogada la república por las manos de los prestamistas en el cuello.

Si los acreedores internos pudieran cobrar intereses, deberían crecer las fábricas como hongos, las mesas repletas como flores, para pagar la deuda al Club de los Excluidos.

Gladys Pernas, pediatra del Hospital de Niños especializada en problemas alimentarios, tiene imágenes de caritas resignadas que ha acumulado durante más de 20 años en su memoria: “Es una enfermedad social y estructural”, dice. La información oficial define números en los que puede creerse con extrema cautela: el 11,4 por ciento de los chicos de uno a cinco años sufre desnutrición en Salta, según evaluaciones de 2009. Pero dejan en claro que “el índice bajó desde 2007, cuando se ubicaba en el 13 por ciento”. Los deudores que jamás pagarán se atajan como en Misiones: se mueren menos niños que hace dos años. Pero seguirán muriendo.

Un solo pibe con hambre en el país que produce mesas de abundancia es una obscenidad. Un crimen imperdonable. Una deuda interna impagada e impagable. Un default del interior profundo al que nadie sueña levantar. La verdadera deuda. La única. La que termina de un piedrazo con los cristales de todos los brillantes discursos al mundo.

Un solo pibe con hambre es una herida sangrante en la historia.

Edición: 1907


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