Si todos fueran mis hijos (Primera parte)

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Por Alfredo Grande

(APe).- Arthur Miller quizá el dramaturgo norteamericano más importante, escribió “All my sons” (Todos eran mis hijos”). El protagonista, Joe Keller, encubre su culpabilidad en la fabricación defectuosa de aviones cuya caída ocasionó la muerte de 21 soldados. Descubierto, en una muestra de cobardía final, se suicida.
Lo que Joe había ocultado durante años es justamente que los adultos tenemos una responsabilidad social y política con todos nuestros niños y nuestros jóvenes. Todas nuestras acciones, y digo todas, influyen en las jóvenes generaciones. En un sentido literal y para nada metafórico, en las jóvenes generaciones, son todos nuestros hijos.

Es bueno desplazar la concepción privatista de la maternidad y la paternidad a una concepción comunitaria y social. En los pueblos llamados primitivos, y que en realidad son los primeros en habitar estas tierras, los “abuelos”, los “antiguos”, son los que sostienen la cultura que como tesoro a cuidar, es transferida a los jóvenes. No existe el concepto de “exclusión social”.
En nuestra opulenta cultura occidental, demasiado cristiana y poco solidaria, las jóvenes generaciones, cada vez más jóvenes, son el enemigo interior para controlar y destruir. Algunos llaman a esto bajar la edad de imputabilidad. Todos y todas sabemos que un fascista es un liberal asustado. Nuestra Argentina que hoy recuerda a sus héroes de Malvinas, civiles transformados en soldaditos por decretos de necesidad y supervivencia del general majestuoso y bochornoso, que dicen que tomó las Islas para olvidar, nuestra Argentina ha encubierto durante más de un siglo su racismo con el eufemismo del crisol de razas.
Pablo Gramajo, un joven periodista que vive en Miraflores, provincia de Chaco, fue invitado por la cooperativa de trabajo en salud mental ATICO para que pudiéramos entender el exterminio de los originarios. Roca, Victorica, militares predadores que tienen como indigna saga a los empresarios de la soja. Planes sistemáticos de exterminio, con muchas formas pero con una sola esencia: detrás de cada necesidad, nunca hay un derecho.
El crisol de razas es la hipócrita historia oficial que encubre nuestros progroms y nuestras noches de niebla y terror. Los relatos del socialcristianismo y de la socialdemocracia se dan la mano y los pies en la obstinada negación de la lucha de clases. En parte, porque al igual que la derecha más recalcitrante, confunden lucha con exterminio. Parece que sólo Sarmiento tiene el privilegio de que la “lucha sea tu vida y tu elemento”.
Negar la lucha de clases abre el camino, más bien la autopista de varios carriles, del odio, resentimiento y rencor de clase. Y lo más opuesto a la felicidad es la permanente atroz frustración porque la publicidad nos muestra aquello que jamás podrá ser nuestro. Desde un absurdo yogurísimo hasta un alto de altísima gama. El azar y el delito se han convertido en las constantes de ajuste de este sistema injusto y cruel. Pasamos del sálvese quien pueda al sálvese quien juegue y sálvese quien delinque. Cada uno en el nivel que puede.
Los denominados problemas de seguridad aluden siempre a la delincuencia minorista. La mayorista se llama, en el mejor de los casos, corrupción. En el peor, nichos del mercado. Y
la impunidad no es tolerada en la delincuencia minorista, pero tolerada y promovida en la mayorista.

Los denominados linchamientos son otra expresión de la lucha de clases. En su versión más injusta y miserable. Eviscerada de su pretensión política y emancipatoria. Consecuencias lejanas del fin de la historia y la caída del socialismo real. En el linchamiento se hace evidente algo que la moralina aburguesada no tolera: el fundamente último del orden social, incluso el más injusto, es el exterminio. Y digo exterminio y no digo guerra. Porque la guerra es justamente la respuesta al exterminio. La que tuvo Tupac Amaru también conocido como José Gabriel Condorcanqui, que lideró la revolución contra los colonizadores. Ese Inca, gigante de cuerpo y alma, no pudo ser descuartizado. Lo fueron nuestros pueblos, y lo son nuestros jóvenes y nuestros niños, descuartizados en sus cuerpos, en sus almas, en sus deseos, en sus derechos, incluso en sus deberes.
La cultura represora, incluso en democracia, ha preparado desde el gatillo fácil hasta los linchamientos. Están incluso a la derecha de la ley del talión. El ojo por ojo y diente por diente, temido por los burócratas de todos los poderes, mantenía una de las premisas fundante de la justicia: la proporcionalidad entre el crimen y el castigo. Por eso para salir de lo complicado y entrar en lo complejo, es necesario diferenciar entre: justicia, justicia por mano propia, injusticia por mano ajena, injusticia por mano propia y venganza.
Estos 5 registros son teórica y políticamente diferentes. Intentaré su análisis para que la llamita sutil siga prendida. Y también para entender con razón y corazón que todos son nuestros hijos.

Edición: 2665


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