Normales rurales mexicanas: presente y pasado

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Por Mabel Bellocchio*

   (APe).- Los más de 100 mil muertos que dejó la guerra espectacular de Calderón. Los que lleva la guerra de clóset de Peña. Los veintitantos mil desaparecidos, disueltos en ácido, tirados en los caminos, incinerados para que no quede la menor molécula de su identidad. Los padres privados de sus hijos y los hijos huérfanos de sus padres. La conversión del narcotráfico en un sector económico. La concesión de territorios al control de la delincuencia. Los pueblos secuestrados. Los ciudadanos obligados a pagar impuestos y extorsiones a las dos caras del narcoestado. Los muchachos de Ayotzinapa.


Estas palabras son parte del extraordinario memorial de agravios que escribió un periodista del diario La Jornada [1] y me permito transcribirlas para mostrar que el caso de los normalistas no es un hecho aislado y que fue precedido de las mejores condiciones para que suceda: la corrupción y la impunidad. En ese contexto, los niños van a la escuela si pueden (abandonan la educación básica 5000 niños por día) [2], los jóvenes hacen algo si pueden (hay ocho millones de jóvenes entre 15 y 29 años que no estudian ni trabajan) [3], la gente acude a los hospitales públicos si puede (catorce estados poseen menos del 50% de cobertura médica gratuita)[4], en fin, en ese contexto transcurre la vida y la muerte en México. En este contexto los estudiantes normalistas hacían sus reclamos. Y lo hacían no sólo desde este presente sino también desde su propia historia, que intentaré reseñar en las líneas siguientes.

Las escuelas normales rurales se fundaron en 1926, como resultado de una fusión institucional con las escuelas regionales agrícolas, con el doble propósito de formar maestros y técnicos agricultores, dando respuesta a las principales necesidades formativas de la población campesina. Imbuidas del espíritu revolucionario de la segunda década del Siglo XX que las asistió en su fundación, crecieron al abrigo de la mística del socialismo y el cooperativismo, convencidas de que “la escuela podía crear una nueva sociedad”.[5]

Las normales rurales eran la más importante forma de movilidad social para estos jóvenes: allí recibían educación, alimento y hospedaje y conformaban una familia de aproximadamente 300 estudiantes por escuela. Vivían bajo un régimen de organización disciplinar estricto, trabajando y estudiando desde las seis de la mañana a las 10 de la noche, aprendiendo desde la didáctica de la lectoescritura, hasta cuestiones de carpintería, soldadura, técnicas agropecuarias y economía doméstica.
Impulsadas y fortalecidas durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940), las normales rurales fueron drásticamente abandonadas por su sucesor, Manuel Ávila Camacho (1940-1946), quien canceló la “educación socialista cardenista” y abrió las puertas a las instituciones educativas privadas y religiosas.

Desde entonces, las normales rurales nunca más volvieron a tener apoyo oficial, más allá de los mínimos establecidos. Fueron tildadas de “semilleros de guerrilleros” y sus estudiantes, sistemáticamente perseguidos. En 1969, durante el gobierno de Díaz Ordaz, se cerraron 15 de 29; en las décadas siguientes, los normalistas fueron reprimidos por su apoyo a las luchas estudiantiles, obreras y campesinas; en 2005, se cerró la Normal “El Mexe”; en 2007, fueron desalojados violentamente los estudiantes de Ayotzinapa que pedían trabajo, en 2011, murieron dos normalistas que demandaban mayores recursos para su escuela.

Y en 2014, el horror se profundizó con la fuerza de un huracán: vivos se los llevaron y vivos los queremos.

*Maestra en Pedagogía por la Universidad Pedagógica Nacional de México

Véase: http://www.jornada.unam.mx/2014/11/06/opinion/040o1soc>
Véase: http://www.oem.com.mx/laprensa/notas/n3505221.htm
Véase: http://www.sep.gob.mx/work/models/sep1/Resource/2249/1/images/vf-jovenes-educacion-ninis.pdf
Véase: http://www.pwc.com/mx/es/estados-2012/salud.jhtml
Stephen Lewis, Ambivalent Revolution: Forging State and Nation in Chiapas, 1910-1945. Albuquerque: University of New Mexico Press, 2005, p.83.

Edición: 2829


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