La banalidad del bien (Segunda parte)

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Por Alfredo Grande
       (APe).- Muchas veces les digo a mis pacientes, medio en broma, que es la mejor manera de decir las cosas medio en serio. “Odio siempre tener razón”. En realidad no lo odio. Me encanta. Y muy especialmente porque mi corazón tiene razones que mi razón entiende. Entre mi racionalidad sabida y mi racionalidad sentida no hay contradicción fundante. Ojos que sí ven y corazón que siempre siente.

La semana pasada escribí la primera parte de este artículo. Que el mal se organizara como banalidad no deja de ser impactante. ¿Causa o efecto? Apenas una estrategia para la búsqueda de la inmortalidad más buscada: la de la impunidad. El Absoluto Mal, la Infinita Crueldad. La planificación sistemática del sufrimiento, el dolor, la tristeza, el exterminio como la expresión de la Subjetividad Burocratizada de las poleas que transmiten los mandatos de las Máquinas de Matar. Banalidad que no deja de sorprendernos, banalidad que no deja de indignarnos.

Hanna Arendt se detuvo en la banal maldad de un exterminador. Considero que debemos avanzar en la banal bondad de los benefactores de la Patria, que ahora tenemos, y que algunos llaman funcionarios. “El jefe de Gabinete lamentó el fallecimiento en Chaco de Néstor Femenía, de 7 años, por desnutrición y tuberculosis, pero destacó la baja de la mortalidad infantil en la provincia. En medio de la crisis política que desató la muerte de Néstor Femenia en la provincia de Chaco, Capitanich intentó "contextualizar" lo que consideró un hecho "lamentable" pero"aislado".

Voy a hacer leña del árbol caído, simplemente porque no fui yo quien lo tiró. Lamentar un fallecimiento es un bien; la baja de la mortalidad infantil en una provincia es un bien; definir como lamentable la muerte de un niño de hambre, es un bien. Haciendo único responsable de mis afirmaciones, como no puede ser de otra manera con una nota firmada, digo que Jorge Capitanich es a la banalidad del bien lo que Adolfo Eichmann es a la banalidad del mal. Un hecho aislado pierde trascendencia, cuando en realidad es justamente su carácter de aislado lo que constituye un agravante doloso.

Interpelo al Jefe de Ministros: -Señor Ministro ¿podría aclararme aislado de qué estaba Néstor Femenía?

Mientras piensa su respuesta, permítame ayudarlo. ¿Aislado de los sectores del Poder que derraman mucho más pizza y champán? ¿Aislado de los efectores de salud necesarios para que la cronicidad de las necesidades básicas tan cruelmente insatisfechas no tenga como desenlace la obscenidad de una muerte indigna? ¿Aislado de los yuanes, los satélites, las asignaciones no tan universales por hijo y las resignaciones universales por miserias y carencias varias? ¿Aislado de todos los relatos, de casi todos los discursos, de la mayoría de las promesas pre electorales y de las traiciones post electorales? ¿Aislado de la tierra que vio a sus ascendientes con alegría nacer y a sus descendientes sin gloria morir? ¿Y si al revés fuera, señor Jefe de Ministros? ¿Si usted apenas reflejara la imagen de una abogada exitosa, de Cristina en el País de las Pesadillas, y el único aislado fuera usted?

La banalidad del bien le permite hablar de un “hecho aislado”. Para usted los hechos son banales, y cuanto más aislados, más banales son. Pero no son hechos. Ni casos. Ni noticias. Y aunque el mensajero sea canalla y mienta, más canalla es el mensaje.

Néstor no será desde ahora la clave con la que se reconozcan felices con la década. Otro Néstor de apenas 7 años será nuestra bandera, nuestro recuerdo, nuestro dolor, para luchar contra la miserable y cobarde banalidad del bien. Claro que no son iguales a los militares genocidas ni a los empresarios que financiaron la cacería. La banalidad del bien no puede tolerar esas funestas comparaciones. Pero no me importa decidir aunque pudiera hacerlo, cuál banalidad es más depredadora. La del mal o la del bien.

La Década Cromagnon sigue denunciando la banalidad del bien de un Jefe de Gobierno que se victimiza aún hoy hablando de una conspiración para derrocarlo para poder lavarse las manos cual Pilatos progresista.

La banalidad del bien es un arma letal de la cultura represora en democracia. La banalidad del mal es un arma letal de la cultura represora en dictaduras. Y ambas se combinan cuando las exigentes condiciones del exterminio cotidiano lo ameritan.

La tala indiscriminada de árboles para construir plazas, refugios o metrosendas continúa con la tala indiscriminada de personas para construir a decenas de miles de turistas felices.

La democracia es un bien, al menos como tal se la festeja. Ha engendrado su más absoluta banalidad, que algunos llaman corrupción. El impuesto del 50% a los autos de alta gama es otra burla porque ante la imposibilidad de distribuir la riqueza, le queda el premio consuelo de gravar sus consecuencias más obscenas.

La Jefa de Estado no puede atenderse en el lugar donde tuvo el accidente, y tampoco en un lugar público donde no lo tuvo, y todo queda reducido a la banalidad de que las mascotas puedan viajar en la línea de bandera, que por ahora no es de remate.

La atroz estafa externa se ha banalizado al escarnio cotidiano contra los buitres fondo. La altísima rentabilidad bancaria, para la cual ya no alcanza la pala sino que son necesarias grúas, es banalizada. Los salarios los pagan los bancos, en cuotas semanales y siempre quedándose con el vuelto. La bancarización de Lex Luthor Cavallo sigue flameando sus banderas.

Intentar no solamente entender este mundo, sino buscar todas las formas para cambiarlo, exige entender que la banalidad del bien es otro de los obstáculos que tenemos que enfrentar. Y ni siquiera el menor.

Edición: 2844


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