Los padecimientos de la salud

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Por Silvana Melo

(APe).- Queremos llevar la salud a la gente y la gente a la salud, se cansó de declamar el candidato 1, el oficial, en cada spot. El otro, el candidato 2, el cambiador o cambiante, utiliza eufemismos, eslóganes y frases de efecto: La paz para un país es como la salud para una persona. No se nota cuando se la tiene y nada es más importante que ella cuando se la pierde. Ninguno de ellos (ni el candidato 1 ni el candidato 2) van a la guardia del Fiorito cuando les duele la panza ni llevan a sus hijos al Garrahan ni al Sor María Ludovica cuando vuelan de fiebre.

Los candidatos, que gobiernan pero sueñan con presidir, que gestionan parcelas y sueñan con gerenciar territorios, no son hijos de la escuela pública. Son pacientes de la salud privada. Son empresarios los dos. Son ingeniero uno (el cambista) y licenciado en Comercialización, flamante tesista en la UADE, el otro (el oficiante). Ninguno de los dos esperaría en la guardia colmada de un hospital del sur de la CABA –ni de la zona sur del conurbano- con el fémur en la mano después de un picado de potrero. Ni entraría con sus hijos al Garrahan, compartiendo espera extensa y angustiosa con los niños fumigados de Entre Ríos. Con el cáncer que invade cuerpos pequeños, colonizados ambientales y sistémicos.

El candidato 1 dijo haber sembrado la provincia de Unidades de Pronta Atención (UPA), que parecen ser bellos edificios de frente naranja pero sin gente, sin vena caliente que se juegue por una salud que llegue a todos. Lindos edificios huecos. Con el mismo dolor de los hospitales públicos de la Provincia, vacíos de insumos, de médicos, de tecnología y de mantenimientos. En la salud pública de la Provincia los médicos sostienen fuentones para acotar las aguas que se cuelan por las grietas. Que no son las dicotomías ideológicas que dividen al pueblo, sino las rajaduras de las paredes. Que se derrumban ante la primera tos fuerte de un bebé de La Matanza.

El Hospital Fiorito (Avellaneda) acaba de cerrar Neonatología y Maternidad. Apenas la licencia de un neonatólogo derrumbó el sistema. Que se sostenía con alfileres. Y por más que enfermeros, pacientes y familiares esperen afuera, sentados en el cordón de esta vereda desigual, la urgencia de la vida que de repente golpea e impone salir, colapsa el resto de los hospitales. Tan al borde como el Fiorito.

La Provincia cuenta con un millón de metros cuadrados de infraestructura sanitaria. Más del 60 por ciento perdura en situación de derrumbe.

La “retención de tareas” en el Hospital de Niños Sor María Ludovica de La Plata implica visibilizar la crisis. Acaba de cerrar su terapia cardiovascular y la guardia. Falta de médicos y “malas condiciones laborales”. Cada vez que llueve se inundan las salas. Médicos y pacientes que puedan mantenerse en pie se arremangan con trapo y balde. O ayudan a la mudanza. El edificio transita, pesadamente, sus 111 años.

Queda el desnudo el fuera de sistema de los chicos que no pueden desembarcar en otra costa sanitaria que no sea la pública. Hace años ya que “la Salud recibe sólo el 6% del presupuesto provincial, que no alcanza para garantizar el personal y la infraestructura” (*)

14 millones de personas (el 36%), en todo el país, no tienen obra social ni cobertura alguna en salud (*). La única alternativa sanitaria es aterrizar en un hospital público con su cáncer, con su artrosis, con su enfisema. Hacinamiento y turnos a seis meses. Tecnología obsoleta. Medicina pobre para tratar a los pobres. Uno de los dos candidatos tendrá en sus manos la definición de la política de salud pública desde diciembre. Los dos optaron por enviarla a demolición en sus territorios.

El Hospital Garrahan sufrió un recorte de 453 millones de pesos. El gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (gerenciado por el candidato 2, el cambiador) no aportó todo lo que le corresponde por decreto 815 de 1989 (los estados nacional y porteño financian juntos, por partes iguales, el funcionamiento del hospital pediátrico). El presupuesto con el recorte fue aprobado en la Legislatura porteña por oficialismo y oposición. Por lo menos, no se pondrá en funcionamiento en noviembre, como estaba previsto, el Centro de Oncología Pediátrico. Tampoco se podrá cumplir con la paritaria ni con la renovación tecnológica imprescindible.

La Ciudad, el territorio más rico del país, destinaba en 2007 el 18,7% del presupuesto a la salud pública. En 2013 había caído al 16,8. No son cincuenta mil personas que se fueron al sistema sanitario privado. Son cincuenta mil personas fuera de sistema. En el sur de la CABA la gente vive 7 años y cinco meses menos que en el norte. En veinte kilómetros la vida cambia sustancialmente de valor. En veinte kilómetros, apenas, se muere siete años antes.

Los candidatos uno y dos delinean un futuro donde una parte de la población abona el relleno sanitario. Recortan los bordes sociales que no encajan, que desentonan con lo planificado. Y, casualmente, en esos recortes acuerdan.

El sistema de salud que no incluyen las prepagas languidece entre vacíos, desamparos y violencias. Vencido por una larga y penosa enfermedad.

Imagen de introducción, Hospital Arles de Vincent Van Gogh

(*) Federación Sindical de Profesionales de la Salud de la República Argentina (FESPROSA) - Asociación de Profesionales de la Salud de la Provincia de Buenos Aires (CICOP)
(*) Censo 2010

Edición: 3040

 


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