El pibe de la farmacia y el cerco

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Por Ignacio Pizzo (*)
 

    (APe).- En las sombras de un silencio que se impone mediante un régimen que proporciona datos de macroeconomía por un lado y frivolidad perversa por otro, cada tanto, por algún intersticio, puede filtrarse lo que ineludiblemente sucumbe a nuestra estructura social y económica patógena. Como ejemplo, La Nación el 30 de octubre de 2016 habla de “140.000 jóvenes adictos”, según un estudio de la UCA sobre consumo de drogas en los barrios pobres del conurbano bonaerense. El 22% de los jóvenes de entre 17 y 25 años de villas y asentamientos consumió drogas en el último mes y la brecha de desigualdad entre norte y sur se profundiza según el mismo matutino. Infobae, el 11 de octubre sobre un trabajo de Adecco, dice que hay más de un millón de jóvenes que no estudian ni trabajan. Más de 700 mil ni siquiera están intentando insertarse laboralmente, 589 mil son mujeres y 179 mil son hombres.

Mientras los datos buscan narrativa en laberintos de redacción, y el Ni Ni refunda un “NN” más progre, en una mañana no primaveral, aunque el calendario así lo indique, un pibe aprovecha la distracción y la poca gente bajando de la periferia al centro. Cruza el cerco que dice que la línea de pobreza está fijada entre 12.000 y 13.000 pesos. Pide en la farmacia “pasta”. Se presenta como irregular social ante la mirada de quienes siempre seremos culpables, quiere clonazepam y lo manifiesta avergonzado, inquieto, incómodo, a sabiendas que no debe estar ahí en la sociedad civilizada y del estado de derecho.

Al percibir el convencimiento de la vendedora, quien entre incompresión y miedo solicitó la receta correspondiente, el pibe se retiró perdiéndose con la masa matutina tempranera. Volverá -o no- a ese lugar que le asignaron de manera inescrupulosa, que forma parte del andamio que sostiene a los que están en el podio ganador. La empleada de la farmacia que aún permanece dentro del contrato social y está a un telegrama de distancia de quedar al otro lado del mostrador, confesó que pensaba que tenía un arma, mientras otras de sus compañeras exclamó “pobrecito”. En esa relacionalidad, donde dos mundos cercanos conviven aunque no se desean, se reproducen las condiciones del cerco, construido desde el poder, para que hasta pobres contra pobres delimiten una línea y se constituya la pedagogía de la crueldad.

El pato de la boda son los niños y jóvenes asignados a lugares dotados de peligrosidad según las cartografías del GPS. Para ellos el cerco más riguroso, el peso de la ley, aunque se diga que la mano dura no existe. Desde tiempos históricos hasta la fecha, el ojo estuvo colocado en aquellos que pudiesen alterar con su rebeldía sana, violenta y pertinente un orden establecido, que llamarlo injusto es suavizarlo.

Así la tutela del Patronato iba a ser por lejos el invento más ocurrente del Dr. Agote, que aunque en 1914, llevó a cabo la primera transfusión sanguínea, no pudo contra la historia, escrita por vencedores, pero hecha por los pueblos. Wikipedia nada dice de su ensañamiento contra niños y jóvenes. Proponía: “recluirlos en la isla Martín García. Allí hay condiciones suficientes para el alojamiento de 10 mil menores vagabundos que provistos de elementos de trabajo, y bajo una buena vigilancia moral, se convertirán en hombres buenos y sanos para el país”. Nada menos que la Ley de Residencia hecha a la medida de niños y adolescentes.

Si buscamos más cercana la historia de nuestros pibes, veremos que en la dictadura militar del 76 que terminó con las utopías posibles, la mayoría de las personas desaparecidas eran jóvenes entre 16-25 años (el 43.23%).

No bastaron ni la democracia en 1983, ni la abolición de la ley de patronato en el 2005. Al traspasar la nomenclatura sujeto tutelar por sujeto de derecho, no hemos tenido aún la idoneidad de colocar al niño en el centro de la escena, en los lugares de privilegio.

La condena y alojamiento en encierros siguen tan vigentes como en tiempos de Agote, con formas sofisticadas, otorgando a precio vil cualquier sustancia de desecho psicoactiva sin IVA, mientras la leche y otros alimentos de primera necesidad se lucen con un impiadoso 21 % en los exhibidores.

Los medicamentos del botiquín REMEDIAR cada vez son menos y las farmacias con precios en franca escalada marcan que para los del otro lado del cerco no hay chance de curarse, exceptuando si el bolsillo cuenta con tarjeta o efectivo. El pibe de la farmacia podrá comprar paco, pasta, aspirar nafta, o pegamentos porque en la pedagogía de la crueldad se domestica para que ése sea el proyecto para los jóvenes.

Podrá adquirir clonazepam de contrabando en el mejor de los casos para la abstinencia que comienza con “a” de angustia. Si esto no alcanza, bota y plomo harán su trabajo o la media sanción lista para salir a la cancha de la baja de edad de imputabilidad a los 14 años de la provincia del ex gobernador, ex candidato a presidente y ex motonauta. De máxima será el carnero del empleo joven, propuesta del Ingeniero triunfante de segunda vuelta, y uniformándose detrás de una cadena de hamburguesas por menos del salario mínimo, si no encaja, nuevamente lo esperan cárceles a cielo abierto, villas miseria, favelas, periferias, barrios populares, sin duda cercos, con barrotes imaginarios. Aunque se diga, que no hay proyecto para los jóvenes y se hable de la ausencia del estado, entre líneas no hay duda cuál es el proyecto y ni de la presencia del estado.

El pibe de la farmacia cuyo nombre no se transcribe en las notas de los matutinos, y nadie reclama su paradero, al escapar de su cárcel perturba o conmueve. Despierta temor, caridad, rencor o indiferencia. El proyecto pedagógico de la crueldad enseña que el niño será un tumor extirpable si no entra en los valores de referencia que impone la publicidad ostentosa, la escuela expulsiva , el trabajo esclavo, la Iglesia pedófila y cualquier factor disciplinador y amputador de pensamiento mágico. De segunda línea la rebelión juvenil será arrasada con las racias del paco, el hambre, las fuerzas represivas.

Nuestra propuesta, la pedagogía de la ternura, del vínculo del abrazo, en tanto concepto político se aloja en pequeños rincones del territorio minado por la miseria hasta que llegue el tiempo de alcanzar el amanecer sin rogar ni pedir permiso, pero con el mazo dando. Allí habrá lugar para los pibes de la farmacia y otros tanto que habrán podido cruzar el cerco, alicatar alambrados, saltar muros, derribar enrejados, desactivar alarmas, y en fin ser parte de la utopía única e innegable, palpable y tangible que es una vida merecedora de ser transitada.

(*) Médico generalista. Casa de los Niños de Avellaneda. Fundación Pelota de Trapo. 

Edición: 3285

 

 


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