Matador profesional

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Por Carlos Del Frade

    (APe).- Fue a quince cuadras del Parque Alem, cerca de la cancha de Central, donde mataron a Walter Campos, también de dieciséis años en ese diciembre terrible de 2001.

La ubicación exacta donde le atravesaron la cabeza fue Olivé y Arroyo Ludueña, en cercanías de las vías del ex ferrocarril Belgrano.

En este caso hay un orgulloso matador, el sargento Angel Omar Iglesias, de las Tropas de Operaciones Especiales, uno de los cuatro mejores tiradores de La Santafesina SA.

A las 13.30 del viernes 21 de diciembre, Walter Campos iba por calle Cabal, “porque decían que iban a dar cajas de alimentos”, contó su amigo Mauro Ledesma.

Fueron a ayudar a la mamá de Walter, allí dejaron las cajas y fue cuando vieron tres móviles de la policía. “Comenzaron a tirar contra nosotros y nos corrieron hasta el arroyo. Bajamos, cruzamos para el otro lado y Walter sacó un arma y comenzó a tirarles también a los policías. En eso se ve que un tiro le pega a Walter, yo salí corriendo, no sabía que tenía un arma de fuego. No habíamos hecho nada. No se por qué la policía nos corrió a los tiros”, dijo Mauro.

Faltaban quince minutos para la una de la tarde cuando Paola Fernández, vecina del lugar, escuchó detonaciones. Fue cuando pasaron dos chicos, Walter, al que le decían el Pela, y Mauro. El Pela le muestra un bolso donde tenía un arma de fuego. Dos policías conocidos por la señora Fernández venían corriéndolos. Apuntaban hacia ellos y les gritaban que se pararan. Los chicos no les hicieron caso y siguieron corriendo.

-Les decía a los policías que no tiraran porque del otro lado del arroyo estaban mis sobrinos. Los policías no dispararon, los chicos terminaron de cruzar y siguieron los dos caminando y se metieron detrás de una casa y el otro chico salió corriendo... ahí veo que el Pela saca entre sus ropas otra arma que tenía y apunta a los policías y comienza a dispararles...- contó Paola Fernández.

Hasta que vio un policía de boina verde y con una escopeta grande con largavista...

Pero el día no había empezado así.

Gregoria Luna levantó a su hijo Walter a eso de las siete de la mañana para que se fuera preparando para hacer la cola de las cajas de alimento que se entregaban en la casa de la Lili. Tuvo tiempo después de decirle que se vaya a la sombra hasta que le llegara el turno. Al final de la cola había muchos policías.

-De repente, observo que mi hijo estaba junto a otro de nombre Alberto, que vive cerca de mi casa y detrás los perseguía la policía. Me enteré que la Lili andaba diciendo que mi hijo estaba armado y andaba amenazando por si no le daban la caja. Escuché disparos, pero no vi a nadie con armas, después me enteré que mi hijo estaba muerto... Mi hijo trabajaba juntando cartones y botellas, cirujeando como yo -contó Gregoria.

Le comentaron que donde mataron a Walter  no había policías cerca, “sino que le dispararon desde lejos, del otro lado del arroyo”.

El sargento Iglesias fue el matador. En su curriculum figuran felicitaciones de gobernadores y ministros. En la indagatoria sostuvo que “uno de los policías se acerca a una distancia de aproximadamente de diez metros sin advertir la presencia del sujeto armado o sea sin haber visto que había regresado. Ahí entonces efectúo un disparo dirigido un metro por encima de él, aunque no lo veía porque estaba oculto, sabía que estaba ahí, con el fin de que desista de su actitud. El personal se sigue acercando hasta unos cinco metros de donde se hallaba el sujeto perseguido, veo que este masculino levanta la cabeza y la mano con el arma dirigida hacia el policía, que es lo que alcanzo a ver a través de la mira. No me quedó otra opción que efectuar un disparo hacia el bulto más visible, que era en ese momento su cabeza. No tuve intención alguna de matarlo, sino neutralizar su accionar”, sostuvo el hombre de las Tropas de Operaciones Especiales.Iglesias dice que los integrantes de la 20ª estaban a unos veinte metros, distancia que luego sería distinta para esos mismos uniformados aludidos.

“Sólo a los tiradores como yo se les provee esta arma. No las tiene cualquier en las TOE”, se ufanó Iglesias. Su trabajo específico, según dijo, es en trabajos de “crisis de alta visibilidad, casos de rehenes como el juez Perassi en Venado Tuerto, custodias especiales como la del Papa, la de la reina de España, situaciones de rehenes como en la comisaría 19 o en Coronda. Me desempeño hace doce años como tirador especial. Somos sólo cuatro tiradores en toda la provincia...En el caso que nos ocupa había francotiradores que desde la villa, disparaban hacia los móviles y personal policial que actuaba en el lugar”, narró Iglesias.

Nadie comprobó la existencia de francotiradores.

El experto tirador remarcó que el FBI y otras instituciones de “primer nivel” enseñan que “el único lugar que asegura la ataxia -inhibición de los reflejos musculares- es un disparo producido en la cabeza” porque “no se produce espasmo ni contracción muscular y por ende no disparo”.

Sin embargo, Pablo Rodríguez, también agente de las TOE, afirmó que el “malviviente” está a 60 metros; Mario Lemos, también de las fuerzas especiales, dijo que la distancia era de 5 metros. Otros testimonios marcarían de 20 y 80 metros. No hay precisión sobre la verdadera distancia de la cual Iglesias hizo uso de su afinada técnica de matador profesional.

Tres vecinos, Daniel Gómez, Ileana Aldao y Elizabeth Gómez, coincidieron en afirmar que Campos, a lo sumo, disparó solamente una vez y que no hubo voz de alto de parte de la policía.

A pesar de las contradicciones, Iglesias, imputado y demorado en un primer momento, luego fue liberado por falta de mérito.

En relación a la muerte del santafesino Marcelo Alejandro Pascini, Asuntos Internos destacó que ese 20 de diciembre, en la ciudad capital, “no hay personal policial involucrado en la causa y la comisión del delito se atribuye al comerciante de la zona”.

El imputado fue Víctor Hugo Clemente, comerciante de la zona norte que estuvo detenido hasta que recuperó su libertad. Interviene el Juzgado de Instrucción de la cuarta nominación a cargo del doctor Rubén Saurín.

Edición: 3297


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