Si no, no voy a ser nadie

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Alfredo Pérez (*)

En la escuela yo me siento en el anteúltimo banco de la tercera fila, del lado de la ventana. Me gusta ese lugar. Al que se sienta conmigo, el orejón, no. Bah, sí le gusta. Lo que pasa es que no sé qué le dijo la mamá de los que se sientan al fondo. La vieja lo tiene cagando. El otro día tuvo que arrancar una hoja del cuaderno porque le quedó feo un dibujo. A la salida se lo dijo a la mamá, que lo viene a buscar a la puerta todos los días, y ahí nomás la vieja le sacudió dos bifes. La cara le quedó colorada como un tomate. Yo me hice el tonto y me fui quedando atrás, a ver si todavía la ligaba de rebote. ¡Y todo por una hojita! Yo siempre arranco dos o tres.

Bueno, lo que quería decir es que me gusta mi lugar. No más de sentado se ven los árboles en las ventanas, y si me paro veo toda la plaza, hasta la fuente. Además está cerca de la calefacción. Y otra cosa que está buena es que como estamos al fondo la maestra no nos ve y podemos jugar al hoyo-gol, que es para embocar una pelotita de papel en el agujero del tintero. Los tinteros no están más porque ya no se usan, eran de cuando se escribía con plumín. Igual después de clase había que sacarlos porque los de la mañana, que son unos salvajes, se los afanaban. En eso hay que tener cuidado. Mejor que cuando te vas al recreo uno deje todo guardadito en la cartera, que si no, no sé. Si te falta algo cuando volvés del patio, te vas a llorar a Gardel.

La otra vez le pasó a Jorge. El orejón. No le gusta que lo llamemos así. Pero lo cargamos porque se calienta. Si te calentás es peor, más te cargan. Lo que le pasó fue que le afanaron un sacapunta de los buenos. Mi mamá dice que las cosas buenas no son para llevar al cole. Pero la vieja de él le compra todas las mejores cosas porque quiere que sea el mejor. Sus lápices son faber, el papel de calcar, Rivadavia, y hasta la goma de borrar que usa es especial, alemana. La mamá le dice que cuide los útiles, que no los preste. A nadie. A mí sí porque nos sentamos juntos. Y además que yo las cosas de él las cuido como si fueran mías. Por eso me puse mal cuando le desapareció el sacapunta. Él estaba mudo. Y con una cara… Como si se le hubiera muerto la abuela. Le dije que no te calentés che, y no me contestó. Me parece que si hablaba se ponía a llorar. Desde entonces pienso quién habrá sido el ladrón.

El gordo Mascherini dice que él no fue. Lo jura, pero el gordo es mentiroso. Además una vez lo pescaron con el compás de Soprano en su cartuchera. Me equivoqué, dijo el gordo, es igual al mío. Un bolacero, el suyo es de plástico ordinario y el de Soprano de metal, con bracitos articulados, nada que ver. Y uno se pone a pensar. Adelante nuestro se sientan Mariano y Calalo. Ellos no van a ser, si el papá de Mariano es médico, y a Calalo el otro día delante mío el padre le dio un billete de cinco para que se compre lo que quiera. Y me dijo que todos los meses los padres le compran dólares para que junte y con esa plata se compre los vaqueros que se usan ahora, los Lee, que con la plata nuestra no te los venden. Y si los que se sientan adelante no fueron, capaz que fueron los de atrás. Atrás se sientan el gordo y Zalazar. Para mí que Zalazar no fue. El padre es militar. Sub oficial de la Aeronáutica, o sea que no es de los más capos, pero pilotea aviones y todo. Entonces el gordo es el más sospechoso. Él vive para afuera, no del todo, no es cametero-cametero. Se lo pasa sacándose los mocos y haciéndolos bolitas delante de la cara de uno, y eso me da asco. Ahora se hace el canchero porque le compraron un delantal de los que no se planchan y dejó de usar el de tablas.

En la fila del medio, pegados a nosotros, están García, Varela y Fava chico. Son tres porque Fava chica se murió y en su banco quedó el hermano solo. Ellos sí son cameteros-cameteros. Los cameteros-cameteros son pobres, pero no roban. Si los acusan de algo se ponen nerviosos y empiezan a mirar para todos lados porque no saben defenderse. Como García con lo del pedo. Se empezó a sentir un olor de las mil putas y uno lo dijo en voz alta. ¡Qué olor! Entonces la maestra, la titular (ahora estamos con suplente), preguntó que quién fue. Nadie dijo nada ni lo señaló, pero igual la señorita se dio cuenta que había sido García. No sé cómo hizo, pero se dio cuenta. Fuiste vos García, no me lo negués; no señorita, si estaba leyendo. Que tarado García, qué tiene que ver que esté leyendo, igual uno puede leer y tirarse pedos. Ni mentir sabés, le dijo la maestra. Igual García lo siguió negando. Hasta que la señorita dijo que basta y que fue él. Por eso le decimos cametero pedón.

Ellos se van un poco antes, cuando suena el primer timbre. Salen de todos los grados, se forman en la galería y se rajan sin despedir la bandera porque los viene a buscar un transporte que los lleva para barrio Camet. En eso tienen suerte, no les toca el plantón de la salida. Además todo el año ligan cosas que llevamos nosotros. Hasta juguetes que ya no usamos. La cooperadora las junta y las reparte en el ropero escolar entre los chicos pobres. Calalo, aunque dice que son grasitas, trae muchas cosas, camisetas, zapatos, y eso. Dice que hay que ayudarlos. Está bien, no hay que hacer diferencia entre los chicos.

Cuando murió Fava chica nos sacaron a toda la escuela a la puerta para que viéramos pasar el cajón. Iba en un coche con todas las coronas de flores que se mandan a los muertos y atrás iba la familia en un autazo negro. Yo me creí que era de ellos y le dije a mi papá, dicen que son pobres pero tienen un autazo. Mi papá me explicó que no, que son los autos de la casa fúnebre que es la que lleva a enterrar los muertos.

Es triste cuando se muere un chico. Aunque sea cametero. Para Dios todos somos iguales, así que me dijo el cura de la capilla de la loma que seguro que Fava se va al cielo. Siempre que esté bautizada. Algún día se lo voy a preguntar a Fava chico, pero me da miedo que me diga que no, porque entonces ella va a tener que pagar en el purgatorio la culpa de los padres. Si es así, yo digo que los padres son malos. ¿Cómo no la bautizaron? El cura dice que es por ignorantes.

Cuando me voy a dormir tengo miedo de no despertarme. Mamá dice que no me asuste, que a mí no me va a pasar lo que le pasó a Fava chica porque nosotros tenemos calefacción, y la calefacción si se apaga no te asfixia como pasa con el brasero. Y en las casas como la de Fava no se puede poner calefacción. Por eso pienso que tendrían que hacer edificios con calefacción para todos. Aunque el papá de Calalo dice que viven así porque quieren, que les gusta, y que se gastan toda la plata en vino, y que antes que nada se compran el televisor. Eso lo entiendo, si no no podrían ver Titanes, que es lo más grande que hay.

Estábamos parados ahí, mirando pasar el cajón, y de repente el gordo se tentó. La suplente le vio la intención y lo agarró de las mechas. Le quedó el jopo todo despeinado y se le pasaron las ganas de joder. Tampoco es que llorábamos. Me dio pena pero no lloré. La señorita sí. Estaba con licencia, pero ese día vino igual, se puso a llorar y nos dijo que los que creíamos en Dios rezáramos para que Él la recibiera en el cielo. Lo que sí me dio gana de llorar fue cuando Fava chico dijo que no iba a venir más al colegio. La suplente le preguntó que por qué y él no lo quería decir y al final era que tenía que ayudar al padre en el trabajo para pagar el entierro de la hermana. Pero nunca habla de lo que pasó. Como si no le diera lástima. O no sé, capaz que siempre anda con lástima. Debe ser feo que a uno lo llamen cametero.

Bueno, no escribo más porque me voy a la casa de Mariano a jugar a la pelota. Tiene un parque grande con cancha y todo. Nos vamos a pasar todo el sábado pateando, que para eso me compraron los botines.

Eso sí, el lunes de vuelta a la escuela y a estudiar, que si no, no voy a ser nadie, como dice la mamá del orejón.

(*) Bello relato que mereció mención en el Primer Concurso de Crónicas Alberto Morlachetti, 2016.

Edición: 3329


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