Nunca escuché el ruido de rotas cadenas

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Por Alfredo Grande
   (APe).- Quizá sea sordo. No lo descarto, después de décadas de escuchar todo tipo de alaridos, gritos, sirenas de ambulancias, patrulleros y ocasionalmente, bomberos. En estas décadas escuché no todo, pero casi. Desde relatos de los pacientes, hasta relatos de los gobernantes. Incluso algunos relatos de los gobernados. A ese conglomerado de relatos, retratos y destratos, lo llamo el “alucinatorio social”. Alucinaciones auditivas: oír el ruido de rotas cadenas que nunca se rompieron. Apenas cambiaron de forma, de envase, de forma. Trucos de la publicidad.

Recuerdo el partido Nueva Fuerza del irrepetible ingeniero Álvaro Alsogaray, que para las elecciones de 1973 designó a Julio Chamizo como candidato a Presidente. No era una fuerza, ya que sacaron tan pocos votos que cada uno salió carísimo. Pero tampoco era Nueva, porque apenas era una remake del viejo y eterno Partido Conservador. Pero lograron al menos impacto visual. Pruebas al canto: todavía me acuerdo de Julio Chamizo. Alucinaciones visuales: Menem fue el mejor de todos. Un periodista de derechas lo vio alto, rubio y de ojos celestes. Y faltan los delirios. Conviene recordar que una idea delirante es una idea absurda, errónea y que condiciona la conducta del sujeto. Un arma mental y mortal. Pongo dos ejemplos, para que vean mi capacidad de equilibrista sordo. Des endeudamiento – pobreza cero.

Ahora mal: el alucinatorio social es la ideología de la cultura represora. Por eso es vital la pauta publicitaria. O sea: la publicidad para esta democracia de mercado. Publicidad que no es otra cosa que la estafa nuestra de cada día. Y qué mejor pauta publicitaria, reproducida desde la escuela primaria, que nuestra canción patria. El Himno Nacional. “Oíd el ruido de rotas cadenas”. Soy sordo. No escucho ese ruido. Y los que lucharon en las batallas contra el godo, lo escucharon a intervalos.

No es un hecho casual que el padre de la patria, haya muerto en el destierro. Melancolizado. Rompió muchas cadenas, pero como la hidra de Lerna, las cadenas se reprodujeron. Internas, externas. Militares, religiosas, empresariales. Las cadenas no se rompieron sino que se reprodujeron. Algunos llaman a esto caudillismo, mesianismo, seguidismo. Desde el comienzo de la democracia formal: alfonsinismo y el “alfon-cinismo” que se denominó “sirraulismo”. Menemismo con su derivación feudal: el menemato. El delarauismo nunca existió, porque antes fue el “chachismo”, aunque algunos piensan que tampoco existió.

Luego el kirchnerismo, interesante porque empieza recién cuando es elegido presidente. O sea: seguidismo de estado, continuado por la “pinguina” (sic) que inauguró una etiqueta propia: “cristinismo”. Solamente el gorilaje apátrida decía “cretinismo”. Ahora el macrismo. O sea: suicido colectivo.

Pero todos los “ismos” son cadenas. Seguidismos sin capacidad de crítica, que eliminan la diferencia entre ser consecuente y ser obsecuente. Y de tantas cadenas, de diferentes tamaños, ya nos olvidamos de que las tenemos.

Pero lo más grave es que cantamos, emocionados, que oímos el ruido de rotas cadenas. Y de tanto cantarlo, no solamente lo oímos, sino que lo creemos. Pues bien, mejor dicho, pues mal. No escuchamos: estamos bajo el influjo de una hipnosis colectiva tras-generacional. No es la única, pero es fundacional. Por eso nuestra subjetividad está capturada por una cultura represora que ha sido formateada por nuestros enemigos. Por eso, hagamos entre todos un elogio de la sordera. Como decíamos de niños: “a palabras necias, oídos sordos”. Otra forma de resistir.

Edición: 3356

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