Pichones de transa

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Por Facundo  Barrionuevo

(APe).- “Pichones de transa” les gritaban los vecinos del Barrio López de Gomara en la zona norte de Mar del Plata, a los nenes del asentamiento que está en las calles Necochea y Nasser, en medio del griterío, las amenazas y los forcejeos.

Desde el sábado 10 de junio hasta el lunes 12 el Barrio López de Gomara vivió escenas de mucha violencia, provocadas luego de un violento allanamiento del grupo GEOF y el intento de un grupo de vecinos de desalojar un asentamiento de unas 14 casillas con el argumento de que “allí se vende droga y viven quienes roban en el barrio”, como si una acción así reclamara un argumento para justificarse. Para ello, los vecinos de las viviendas históricas del barrio, decidieron armar una barricada “para que no pasen quienes vienen a comprar”. La barricada, una semana más tarde, continúa. Algunos militantes sociales que con su presencia y logrando difusión de los hechos, impidieron el desalojo, aseguran que con la evidente anuencia de policías de la Comisaría 6ta, el grupo de vecinos ató una casilla a una camioneta con el fin de derribarla, se arrojaron bombas molotov y saquearon todo el asentamiento.

En los momentos de mayor tensión un disparo al aire provocó el desmayo de un niño y un desmadre de forcejeos e insultos. “Hay una liberación de la zona”, contaban vecinos. “Ahora está el patrullero para que no se maten, pero hacen un juego perverso”. “Es el mismo accionar que en el Barrio El Martillo” largan, bajando la voz, los militantes que aseguran que hay en estos hechos un reacomodamiento de la venta de drogas en la ciudad, donde la policía actúa como reguladora del mercado.

Los 12 nenes y nenas que grabaron en sus retinas estas tremendas escenas fueron sacados del asentamiento y todavía están protegidos en casas de familiares y vecinos solidarios. Están refugiados del odio y la bronca, del envalentonamiento de algunos pobres títeres a los que varios operan desde la sombra. Refugiados de la desprotección del Estado que se hizo presente 48 hs después, con un “relevamiento” para reubicar un asentamiento que ya tiene 12 años. Disfrazadas de reacciones y justicias colectivas estos linchamientos sociales, en el contexto de verdaderos estados de excepción, ejecutan el rediseño de los mapas del mercadeo y disciplinan a sus geógrafos.

“Pichones de transa”, “liendres”, son algunos de los significantes con que inviste esta sociedad de la indiferencia a nuestra infancia empobrecida. Así van acumulando en la mochila del desprecio que reciben al nacer, un relato de identidad que es muy difícil de volver a narrar. Más aún, cuando quienes tienen vocación de abrazar con relatos sanadores sufren el desmantelamiento de los pocos rincones en donde se contaban historias de otra infancia posible.

En los imaginarios sociales urbanos, al decir de Ariel Gravano, son necesarios los chivos expiatorios de los “barrios culpa”, manchas negras del espacio urbano frente a la blancura de los acomodados en la lógica de una segregación, que calma la conciencia y da la seguridad de no estar en el último lugar. “Hemos perdido -como recordaba, Alberto Morlachetti de Rodolfo Kusch-, la combinatoria entre esas gentes y nosotros”. Se ha extraviado el lazo de fraternidad previo que nos daba el sentimiento de vivir en el mismo mundo social y es el reaseguro de la búsqueda de la igualdad que plantea François Dubet. En tiempos de profundas inseguridades, impera aún más el miedo al desclasamiento y la caída, la pena por la pérdida del status barrial que el temor a sufrir un daño real.

Ese miedo es aún más fuerte que el imperativo a la protección de la infancia. “Son los hijos de los transa”. Los pibes lloran, gritan, se desmayan, piden upa, corren. No importa, “son sus liendres”, merecen la misma suerte.

Edición: 3377

 


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