El mandato de Chapelet

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Por Carlos Del Frade

(APe).- -Peleen contra el veneno. Para que no le vuelva a pasar a otra gente…-. Ese fue el mandato de Don Diógenes Chapelet. Tenía 75 años, cuatro hijas y cuatro hijos, y murió el 8 de enero de 2018, víctima del veneno de los agrotóxicos. A dos meses de su muerte, con su cuerpo estallado del lado de adentro.

“Le quemaban las tripas…podía soportar el dolor cuando tomaba agua”, contaba una de sus hijas en la casa ubicada en Marcelino Escalada, al borde de la ruta 11, esa especie de vena abierta que recorre la geografía santafesina, moviéndose según los caprichos del Paraná.

La “araña”, como en esas latitudes de le dicen a la máquina que escupe el líquido que ayuda a acelerar la cosecha y por lo tanto apura la cercanía del dinero, también llamado “mosquito”, había rociado el campo vecino pero la brisa, solamente la brisa, llevó la mojadura letal hasta el terrenito de Chapelet.

Él, como siempre, estaba caminando junto a Baltasar, su caballo compañero y amigo, cuando sintió los pies mojados por eso que no era agua. Después vinieron los dolores en el estómago y la garganta y más tarde las manchas rojas en la piel. Empezaba a explotar por adentro.

Pero los médicos que lo atendieron minimizaron sus dichos. No le creyeron. Durante cuarenta días no tuvo tratamiento alguno.

Cuando lo atendieron fue demasiado tarde.
-No se dejen fumigar…

Eso les pidió Diógenes a sus hijos, hijas, nietas y nietos, mientras se apagaba como consecuencia del fuego del veneno invasor.

Dos meses después de muerto, la comuna de Marcelino Escalada, este punto del mapa del departamento San Justo, emitió la ordenanza 368 que prohíbe las fumigaciones aéreas en un radio de 3 mil metros y las terrestres en un diámetro de 500 metros.

Esa ordenanza es por la muerte de Chapelet.

Pero en las quince ciudades y más de 340 comunas de la provincia de Santa Fe, suele pasar lo que quieren imponer los grandes productores.

Por eso los encargados de proteger la salud y la ecología no es el Ministerio de Medio Ambiente sino el de la Producción.

Sonia, la compañera de Diógenes de toda la vida, cuenta que desde hacía años empezaron a ver que las chanchas y las ovejas no podían parir, que tenían abortos espontáneos. Y después de tanta bronca comenzaron a pensar en esos líquidos que tiraban las “arañas”.

Las hijas y los hijos de Sonia y Diógenes dicen que la neumonía de la madre también está relacionada a esos venenos. Pero que no pueden pagar el costo de los análisis que tampoco le hicieron al padre hincha de River que ya no está en estos envenenados arrabales del mundo.

Los árboles y las plantas dejaron de crecer y uno de los hijos de Chapelet había denunciado la cuestión ante la justicia de San Justo. No le llevaron el apunte.

Esos viejos papeles son la prueba contundente que la muerte de Chapelet se venía gestando en aquellas indiferencias, en aquellas imposiciones de los negocios de muy pocos.

Diógenes vivía sembrando hasta que le sembraron la muerte.

Ahora, en el sur de la provincia, un encuentro de la organización “Paren de fumigarnos”, llevará su nombre y dentro de poco, en su comarca, allí en Marcelino Escalada, intentarán juntar a todas las instituciones para que tomen nota que esa muerte no fue en vano. Que hay que detener un sistema productivo que se traga la vida de la naturaleza y la existencia de las personas.

Habrá que preguntarle al estado santafesino y los médicos por qué tanto silencio ante semejante multiplicación del veneno.

El veneno le quemó el estómago a Diógenes Chapelet.

Hoy, su familia de casi treinta integrantes, pelea para que su memoria arda en pos de un presente mejor para los que viven en esta tierra.

Fuente: Entrevistas personales a los integrantes de la familia Chapelet, jueves 8 de marzo de 2018, en Marcelino Escalada, departamento San Justo, provincia de Santa Fe.

Edición: 3570


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