Ocho millones de niños

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Por Silvana Melo
   

    (APe).- Fuera de toda agenda, ocho millones de niños se asoman a las vidrieras del orden establecido. Donde las estéticas ministeriales definen los rumbos de las vidas dentro de vidriadas oficinas con calefacción central. Ocho millones de pibes del invierno pleno, cuando hiela en Humahuaca y en Trelew, cuando se anda en patas en Orán y en Lomas del Mirador. Entre ellos, unos 6.600 pasan hambre en Bariloche (*). Tierra donde el frío es parte de la fiesta donde se organiza la fiesta y es parte de la tragedia donde el calor es inalcanzable. Desde la piel y desde la panza. Una tierra de chocolate, perfilada para que una parte la mire de afuera. Porque los niños con hambre de Bariloche no son excluidos: son incluidos en el espacio asignado por el orden establecido a la chatarra no redituable.

La Universidad Católica, cuyo Observatorio de la Deuda Social ha sido evangelizador y palabra sacra durante años, determinó con poca prensa que entre 2016 y 2017 las privaciones infantiles crecieron un 2,1%. Es decir: pasaron del 60,4 % al 62,5%. Y en el último trimestre del año anterior se profundizaron hasta el 65%.

Son 8.255.000 los niños a los que les falta casi todo aquello que formaliza el diseño de un futuro con pretensiones venturosas: alimento nutritivo, agua buena, aire sano, acceso a contenidos, a tecnología, a información, abrigo, zapatillas con las que pueda correr desesperadamente al destino. Para alcanzarlo y torcerlo, como a una ramita rabdomante.

Un 10% de ellos pasa hambre. El 5% está subalimentado. Casi un millón y medio de chicos atacados por la criminalidad del hambre. Ajenos al dólar que pisa los 30 pesos, a la nafta que en el interior anda por los 40, a las letes que reemplazan a las lebacs, a la obscenidad dirigencial, a un estado timoneado por millonarios en dólares, empresarios, sojeros y envenenadores seriales de la tierra y el aire.

Los niños sólo carecen. De calor porque es el invierno pleno de estos días. Porque si conservan el privilegio de tener gas, agua potable o electricidad jamás podrán pagarla. Si no la tienen, la clandestinidad del cuelgue, el brasero o el agua del pozo o del río o de la manguera que arrastra la canilla pública es vecina de la enfermedad y de la muerte.

En Bariloche, esperanza de nieve rentable, banquete privilegiado del frío, en el Alto o en el Frutillar hay hambre sin chocolate. Hay frío sin trineo ni snowboard. Hay niños que juntan en el vertedero los desechos de la juerga.

Mientras los millonarios en dólares, los empresarios, los sojeros y los envenenadores seriales de la tierra y el aire deciden, como en un juego de mesa, qué fichas quedan adentro y cuáles caen, al afuera de todo sistema. A la nada donde nunca hay una remera o unos zapatos para estrenar. Ni un calefactor para quemarse el trasero en un ritual atávico. Ni un cumpleaños con pelotero.

Sólo una multitud anónima e invisible de ocho millones y pico que un día crecerá. Con demasiadas deudas a cobrar.

(*) Instituto Interdisciplinario de Estudios sobre Territorio, Economía y Sociedad (CIETES) de la Universidad Nacional de Río Negro, investigación a pedido del Movimiento de Infancia de Bariloche.

Edición: 3652

 


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