Estefanía y la infancia despedazada

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Por Claudia Rafael

(APe).- Los 9 años de Estefanía. Los 10 de Sheila. Estefanía, ayer estragada y arrojada como basura desde un camión en movimiento. Vejada y torturada. Sheila desaparecida, martirizada, envuelta y amarrada en una bolsa negra. Estefanía, sometida a submarino seco, semidesnuda, lanzada como despojo a la oscuridad cercana a las vías del Roca, en José Marmol. Es la infancia hecha trizas. Es la infancia apuñalada, estrangulada, vejada. La niñez destrozada como para hachar el futuro de un ramalazo de crueldad.

El único detenido por el crimen de Estefanía es su primo de 15. Dos niños. Ella, de 9. El, apenas seis años más. Los detenidos por el homicidio de Sheila son sus tíos.

Cuentan los vecinos que Estefanía jugaba ayer por la tarde a la escondida. Con ese primo y otros chicos. Contar hasta 10, hasta 20, hasta 40 con los ojos tapados contra un árbol, contra una pared. Y después, punto y coma el que no se escondió se embroma. Pero no hay forma de esconderse de la perversión. Del horror que invade a la condición humana y la transforma en apta para las crueldades más hondas. Para tomar a una niña y asumirla como un objeto digno de ser despedazado.

¿Qué atraviesa a un chico de 15 cuando se siente un minotauro capaz de elevarse a la categoría de dios que todo lo puede, todo lo quita, todo lo destroza?

¿Qué sintió Estefanía? ¿Quién fue el último en contar hasta 10, hasta 20, hasta 40? ¿Quién le dijo a Estefanía que la que no se escondió se embroma, se atrapa, se veja, se estraga, se cortajea, se embolsa, se tira, se arroja, se hunde para siempre y sin respiro en las sombras del pánico irreversible?

Estefanía tenía 9 años. Sheila tenía 10. No se conocían. No sabían la una de la otra. Tal vez Estefanía vio de pasada en un televisor cualquiera la foto de Sheila y escuchó que en la tierra hay crueles y que los crueles pueden ser tíos, padres, hijos, hermanos, primos, vecinos. Pero volvió a jugar a la escondida que es el refugio de la infancia. Aunque la infancia no sepa que, a veces, no existe un lugar suficiéntemente recóndito como para esconderse de la furia de los despiadados.

Edición: 3735

 


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