Luciano y el camino colectivo a la esperanza

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Por Claudia Rafael - Fotos: La Retaguardia

(APe).- Todo era sombras aún. Faltaba una hora y minutos todavía para el amanecer. Mónica sintió algo extraño en el pecho y en la garganta. Ahí donde las angustias se clavan para dificultar el aire. Y se levantó a buscarlo a su niño, intuyendo que había algo que no estaba bien. Si cuando salía por la noche regresaba a las 7 pero ese 31 de enero a las 5 pegó un salto de su cama para buscarlo. Luciano nunca regresó y hoy, exactamente diez años más tarde, ella sabe que ya no lo hará. Hace cinco años tuvo esa certeza. Cuando un cuerpo enterrado como enene (hundido en la Nacht und Nebel, la noche y la niebla de los nazis) en el cementerio de la Chacarita resultó ser el de su muchacho. Al que todos habían negado como a un cristo de siglo XXI. Al que –supo entonces- habían empujado al pavimento y a la brea caliente de la General Paz. Sin ropas. Con terror. Azuzado por los perros de uniformes azules, hambrientos de venganza contra el pibe que se transformó en un david que con su tímido pero firme “no” supo herir a los goliat habituados a cooptaciones y obediencias.

Los diez años desde aquella desaparición irrumpieron este sábado contra la densidad caliente de un enero en el que el asfalto de avenida Mosconi, allí donde Matanza avanza, se pobló de brazos, de cánticos, de piernas, de cartelones, pero sobre todo, de ausencias.

De otros nombres. De otros lucianos. De los rostros retratados en remeras, pancartas o banderas de los Braian Hernández, asesinado en Neuquén por un policía de un disparo en la nuca cuando sólo tenía 14 años; de los Sergio Avalos, que fue hace 16 años al boliche Las Palmas, también de Neuquén, -custodiado por policías, militares, gendarmes- y nunca más se supo de sus pasos; de los Paly Alcorta, asesinado hace seis años por un policía; de los Daniel Solano, el pibe guaraní devorado por los desaparecedores empresariales hace más de siete años en la Patagonia profunda; de los victimizados por la secta del gatillo alegre y los dedos en la lata, como describía Walsh a finales de los 60.

Los ausentes miran. Gritan desde sus ojos. Claman por justicia. Por memoria. Son testigos de las voces que los cobijan entre sus brazos. De las que clavan la denuncia en el centro de la tierra. Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar.

El magro cuerpo de Vanesa Orieta, la hermana mayor de Luciano, se contradice con esa voz firme y clara que describe concienzudamente durante la marcha los devenires de los pibes de los barrios. Lo que no cambió. Lo que permanece en el tiempo para esas realidades suburbiales en las que se nace y se crece sin un futuro para asir entre los dedos. A Luciano lo empujaron a cruzar la General Paz como a Ezequiel Demonty lo obligaron a tirarse al Riachuelo. Luciano cumplirá 27 años  –prepeando desde la ausencia- este final de febrero que no es bisiesto aunque si repitiera ese juego con el que tanto se reía, debería esperar hasta el 2020, que sí lo será.

A ese pibe del barrio 12 de Octubre de Lomas del Mirador, en La Matanza, lo quiso cooptar la policía para robar para la corona y su dignidad les plantó la negativa en la cara. Con esa negativa, con esa desaparición, con ese crimen que quisieron vestir de accidente, quedó al desnudo la vasta radiografía de la corrupción institucional y la represión estatal. Que no cambió. Diez años después es exactamente la misma. Y los pibes de más allá de todos los márgenes siguen hundidos en las encrucijadas del presente rabioso. Sólo importa el hoy porque mañana quién sabe cuántas guadañas de los poderes de la perversidad los estarán esperando.

Lo que sí cambió son los rostros y las entrañas de sus familiares. De Vanesa, de Mónica, de Emilia Vasallo, de Ely Hernández, de Sandra Gómez, de Leo Santillán, de Viviana Alegre, de Angélica Urquiza, de Asunción Avalos, de tantas y tantos. Que se multiplicaron en el abrazo. Que se reprodujeron en el encuentro colectivo. Que se contagiaron de rebeldía. Que se rehicieron desde las cenizas. Que derramaron y siguen derramando sabiduría.

Que están juntos. Que son colectivo.

Edición: 3805

 

 

 


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