Escuela hundida en el barro de la desidia

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Por Claudia Rafael

(APe).- El barro no perdona. El río Bermejo no perdona. Entre 70 centímetros y un metro de sedimento invadieron la escuela 4197 de la comunidad Esperanza y desde hace ya meses niñas, niños y maestras no pueden entrar. A poco menos de 400 kilómetros al este de Salta capital, muy cerquita del Chaco, los wichis vienen perdiendo identidades y modos de vivir y ser en el monte enajenado. La comunidad se vuelve islita por las aguas del Bermejo y la escuela, a la que asisten unos 80 chicos wichis y de algunas familias criollas de los alrededores, queda inutilizable. El barro no perdona porque irrumpe con la fuerza del agua que avanza en los feudos que sólo dejan rincones olvidados para los desarrapados. Que conocen desde hace rato la rabia del Bermejo que se enoja porque la frontera agropecuaria acorrala los días y las noches en una tierra que pugna por aferrarse a la memoria, aunque no siempre pueda.

Año tras año, como una muletilla sistémica, la historia se repite. La escuela cae en las garras de las aguas del Bermejo, se torna inaccesible y después de mucho insistir desde las comunidades el gobierno central envía un técnico que dice que todo está bien. Así lo cuenta Joaquín Vázquez, que vivió entre las comunidades por varios años: “el técnico revisa la escuela y siempre el resultado es el mismo. Dice que la estructura sigue estando en condiciones para seguir dando clases. Que choca de lleno con lo que dicen los maestros y con lo que se ve en las fotos. La humedad es terrible, se cae parte del techo, se quiebran las paredes, se levanta el piso. Y este año además sucedió que el sedimento del río tapó con barro por varios centímetros a la escuela y dejó todo inutilizable. Se perdieron muchísimas cosas”.

La escuela de la Esperanza está a dos o tres kilómetros de la comunidad. Su directora, Marcela Díaz, vive allí. El día en que pudo regresar a la escuela, con la invasión del barro, recorría con los pies hundidos casi hasta la rodilla y tocaba con sus dedos los platos, las ollas, los estantes todo colonizado por el agua y el fango. Maestras, alumnas y alumnos, miembros de la comunidad y organizaciones solidarias trasladaron todo lo que pudieron al pueblo, recién después de que el agua permitió entrar. Un vecino prestó un ranchito de adobe a las maestras con una letrina de nylon y un inodoro armado sobre una caja de plástico de cerveza en el monte.

Ahora todos esperan. Una vez más el gobierno provincial enviará un técnico tras el viaje de un grupo de referentes a Salta capital con el pedido formal. “Si como todos los años dicen que se puede seguir ahí, otra vez no se va a cumplir con la construcción de una escuela nueva. Pero cada año, es peor”, relató Joaquín Vázquez. “Las crecidas suelen ir de diciembre a marzo. A veces se extiende un poco más. Y a la comunidad se llega por agua, porque los caminos están completamente inundados. Porque el Bermejo y el Pilcomayo son ríos de arrastre y cuando atraviesan cada lugar, dejan mucho sedimento. Es barro que va arrastrando. Borra parte de la ruta de acceso a la comunidad y a la escuelita. Y una vez que el agua baja, deja mucho sedimento y barro dentro de la escuela. Antes no ocurría porque llegaba a entrar pero no arrastraba. La escuela tiene medio metro de barro adentro. Y se arruina todo el material. No hay apoyo del estado provincial; sólo de gente solidaria que llega ayudando, que puede entrar en 4x4 y que pudo ir llevando chapas, sillas y todo lo que pudieron para que, desde hace dos meses la escuela funcione en la comunidad”.

En la Esperanza hay unas 50 familias wichis cuyos chicos van a esta escuela. Los jóvenes se marchan durante dos meses de la cosecha del limón al departamento de Orán o al departamento de Anta, a trabajar en los desmontes en Salta Forestal. En esa empresa del diputado Alfredo Olmedo, el rey de la soja, el mismo que se vio beneficiado por una escandalosa cesión de tierras fiscales que, alguna vez, fueron la pacha y la vida de los wichi. Más trabajo para los jóvenes, no hay. Así cuenta Joaquín Vázquez, sociólogo que fue asesor elegido por todas las comunidades hasta que debió dejar el lugar por las presiones políticas. Por fuera de esos trabajos golondrina, “el resto del tiempo, por necesidad, viven de la asistencia del Estado. Y por estar tan cerca del río Bermejo, también hay mucha pesca. A muy temprana edad van a las cosechas y pierden el año escolar. Y las niñas, tienen embarazos muy tempranos”.

Las maestras son mujeres fuertes. Que batallan contra las aguas y contra los abandonos. En ocasiones terminan criando ellas mismas a chicos a los que rescatan de toda desprotección.

La escuela 4197 de la Comunidad Esperanza es un refugio de vida en una provincia donde los poderes políticos juegan sus cotos de caza personal. Juan Carlos Romero, 12 años gobernador; Juan Manuel Urtubey, 12 años gobernador, antes funcionario de Romero; Leopoldo Cuenca, 16 años intendente de Rivadavia; Mashur Lapad, con una treintena de años como senador del departamento Rivadavia. Un territorio donde han sido moneda corriente los desalojos violentos a lo largo de la historia. En el que las comunidades parecen condenadas desde su mismo origen. Expulsadas. Ninguneadas. Olvidadas. Sacudidas por las consecuencias ambientales de un modelo agropecuario extractivista. Que quita y vacía el útero de la Pacha. Que deshabita la sangre. Que desmantela identidades.

La escuela 4197 está invadida por el fango. Como un símbolo de aquello que los estados hacen con los desdeñados. Con los postergados de la tierra. Con los descalzos. Los desamparados. Los que algún día se levantarán para estallar el grito de los hundidos que no cesa. Para hacer oir a los que quisieron enterrar definitivamente en el barro y en la ceniza.

Edición: 3910


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