Hija de la intemperie

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Por Claudia Rafael

(APe).- A los 11 años, la corta historia de vida de Alejandra terminó abruptamente en un basural. Entre el hedor de los residuos, la densidad del humo de la quema y la oscuridad. A los 11 años, en Concordia, la segunda ciudad más pobre del país –según datos oficiales del Indec- una nena que hurgaba entre los desechos junto a sus hermanitos murió de un golpe que la dejó congelada en un para siempre.

A los 11 años, Alejandra se hermanó con otros pibes como ella. Los que viven de revolver entre sobrantes, como sobrantes ellos mismos, de un país partido en mil pedazos y ni ella ni otros millones cayeron del lado de los incluidos. A los 11 años, Alejandra no supo quién fue Diego Duarte (aplastado en los basurales de José León Suárez en 2004) ni Maicol Matías (hundido en 2011, en el barrio Anai Mapu, en el basural de Cipolletti) o Alejandro Briones (amputado por una topadora en un basural de General Roca, también en 2011).

A los 11 Alejandra sabía a la perfección hora y mecanismos para surtirse de sobras. Para revolver lo que los que tienen ya no quieren. Lo que se convirtió en un trozo de nada para algunos y que es todo puro para otros. A los 11 Alejandra ya había sido tatuada por el sistema para saber cuál era su pertenencia. Cuál era el caminito oscuro, los olores característicos, la estrategia aprendida.

A los 11 no siempre hay un mundo de colores que cobije los paisajes del paraíso propio que no existe. Porque a los 11 la basura puede ser el festín de un instante. Que a veces termina con un trozo de comida a rescatar y tantas otras puede transformarse en el pasaporte a la muerte que tala a los desarrapados que nunca deberían haber estado ahí a los 11 años ni a ningún otro. Porque la basura es la hija dilecta de la inequidad. De un modelo armado para que un manojo de habitantes de vidas palaciegas sostengan el esqueleto de su obscenidad a costa del hambre de Alejandra, de Maicol, de Alejandro o de Diego. A costa del frío de los que mueren sepultados en los bajo ceros. A costa de los desaprendizajes de los que no tienen una canción de cuna ni un cuento temprano y menos aún un plato calentito a la mesa en una historia de sábana y mantel. A costa de los hijos tempranos de todas las intemperies.

Pintura: Antonio Berni

Edición: 3914


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