Maestras y maestros, para torcer destinos

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Por Claudia Rafael

“He leído libros interesantes, ahora leo niños. No digo: ya sé. Leo una vez, luego una segunda,

una tercera y una décima vez el mismo niño. Y no sé mucho, pues el niño es un mundo,

un mundo inmenso. Sé lo que ha sido y lo que es, pero, ¿qué será después?”
Januz Korczak

(APe).- Hubo huracanes oscuros que se llevaron a tantos de los hacedores cotidianos de nuestros sueños. Maestras y maestros que, entre las sombras tantas veces, hacen del dos más dos y del pañal cambiado entre carreras feraces una escuela de la vida.

Educadores como Poli, Mari, Luján, Sole, Viky, Ana o Esteban, cansadas y cansados tras horas y horas contradestino junto a los 200 niños que constituyen un mundo inmenso, como decía Korczak, en Casa de los Niños de Avellaneda. Que hacen magia cotidiana para rearmar ese rompecabezas de sueños que el sistema devorador de infancias se empeña en estragar.

Como Norma y Alberto que le ponen y le pusieron el alma para esta ardua tarea de construir una nueva sociabilidad humana.

Educadores como el maestro Fuentealba que pugnaron por torcer lo que los estados buscan cincelar como destinos inexorables. Y dejaron su sangre en el camino. Como Sandra y Rubén, a quienes la desidia de los poderes hizo volar por los aires en el instante mismo de encender una mecha para preparar la leche tibia de cada mañana. Porque este país ha enseñado vastamente que se puede morir en el aula. Que el estado asesina en una ruta mientras se reclama por los salarios y por otra educación pero también adentro de una escuela misma mientras se abre la llave del gas. Porque, después de todo y como escribía Barret, “pensar es exponerse a ser decapitado, porque es levantar la frente”.

Educadoras y educadores que se plantan con sus pies sobre la tierra para frenar los venenos de un avión o un mosquito en el medio de los pastizales que rodean a su escuelita mientras empujan a los niños y niñas a encerrarse en el aula. Como Ana Zabaloy, Estela Lemes, Mariela Leiva y tantas y tantos anónimos. A sabiendas de que se puede dejar la vida en el arduo afán de construir la historia.

Hay maestras y maestros que están dispuestos a disparar con su gomera de ternuras un ramillete de ilusiones que vistan la tierra para que el dolor no duela a desgarros. Y son capaces de trasmutar las paredes del aula en un tejido de utopías del que nutrirse junto a niñas y niños. Para leerlos, como escribía el maestro polaco una y otra y otra vez.

Son maestras y maestros convencidos de que el destino no es un paradigma estático, impuesto por los oficinistas de la inequidad, y que hay que destrozarlo a dentelladas, con las uñas y las palabras, con el abrigo y la ternura. Pero también con la rabia hecha bandera porque pedagogía significa hondamente que nadie se libera solo, como escribía Freire. Y que los ladrillos de futuro se van tejiendo cotidianamente con la argamasa de coraje desde este presente hecho pedazos.

Edición: 3943

 


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