Democracismo (I)

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Por Alfredo Grande
   (APe).- La cultura represora es una serpiente de muchas cabezas. Abarca el pensamiento, el sentimiento, la coerción psíquica, física y vincular, la económica, la informativa, la alimentaria, educativa, sanitaria. La cultura represora es un imperio donde tampoco se pone el sol. El tantas veces invocado en vano, Sigmund Freud, describió a la represión como un “esfuerzo de desalojo”. Mal que le pese o bien que no le pese al gobernador que viene del partido comunista, desalojar es reprimir. Insisto, luego existo. Desalojar es reprimir en estado puro. El represor (desalojador) es indiferente al destino del reprimido/desalojado. Lo que le importa es sacar de la cancha, del territorio, de la conciencia, de la superficie, aquello que molesta, que interpela, que cuestiona, que protesta, que combate, que discute y que pelea.

“¿Porque no te vas a Cuba?” era el mantra reaccionario de la derecha de hace algunas décadas. O sea: el desalojo a la isla del Caribe como castigo por cuestionar a las políticas de las diferentes formas de la burguesía. Debo reconocer que era un desalojo anhelado por muchas y muchos. Pero no era una invitación al turismo, sino una amenaza de exilio.

Acallar el pensamiento crítico para sostener el pensamiento único es otra forma de reprimir/desalojar. Todo cuestionamiento a las políticas de un gobierno peronista, son desalojadas/ reprimidas con el sambenito de “gorila”. En el mejor de los casos. Si es necesaria la batalla cultural, es porque la represión fundante es cultural. Y política. Cuando ésta fracasa, viene los palos, los gases, los tiros, las detenciones, las torturas, las desapariciones, los asesinatos. Desalojar/ reprimir es el delirio en acto de la cultura represora.

Desde el sur, pasando por Guernica y llegando al norte, poblaciones enteras son victimizadas por desalojos sangrientos. Blanquear la represión con la teoría del desalojo es lavar un guardapolvo blanco con barro. No está de más decir, y estaría de menos no decirlo, que el guardapolvo blanco desaloja la percepción de la ropa de uso diario, que es un indicador de la pertenencia de clase. ¿Estoy diciendo que el guardapolvo blanco es represor? Sí. Porque encubre, tapa, disfraza, habilita un camuflaje de las diferencias sociales y económicas sin resolverlas.

El imperio de la cultura represora impide el acceso directo a la cosa. A la esencia o sea al nivel fundante de la realidad. Estamos condenados a navegar por la más completa superficialidad, banalidad, tanto del bien como del mal, anecdotismo, personalismos varios, hegemonía de lo berreta y lo trucho, triunfo de la ambigüedad, de la visión bultos y del pensamiento compacto. Uno de los recursos para perforar las armaduras de la cultura represora es inventar neologismos. O sea: tirar a la basura todas las palabras que han permitido construir lo que denomino el alucinatorio político social. La matrix que nos somete desde adentro, mientras pensamos que la estamos enfrentando desde afuera. El neologismo es inventar una convencionalidad no represora. Porque en vez de alejarnos, nos acerca a lo fundante.

Una de las palabras para tirar a la basura es “democracia”. Aclaro antes que oscurezca que a la democracia la tiraron a la basura los patrones de estancia y los patrones de capitales. Yo apenas tiro a la basura la palabra. En otras oportunidades la he reemplazado por: “democratismo de estado”, “demos gracias”, “dictadura de la burguesía”. Hoy agrego una más, ya que me siento cántaro que sigue con sus anhelos de que se rompa la fuente.

“Democracismo” es una palabra que alude a la cáscara democrática de un carozo fascista. El fascismo es toda política que pretenda resolver el conflicto a través de la eliminación de uno de los términos. Siempre el más débil, el más humillado, el más sometido. Cuando aparece una de las formas de “solución final”, al contado o en cuotas, yo pienso en el fascismo. Cuando el ingeniero de la macabra figura fue elegido Jefe de Gobierno de la reina de la plata, inventé el término “fascismo de consorcio”. O sea: fascismo a escala vecinal. Luego la escala aumentó, con la ayuda importante de aquellas y aquellos cuya identidad auto percibida era de opositores.

El fascismo es el hecho maldito del país democrático. La mayoría de los analistas políticos rechazan la idea de fascismo. Como leí hace décadas en un libro sobre Drácula: “la fuerza del vampiro reside en que nadie cree en él”. Hay que creer y pensar en él. En el año 1916, Lenin describía las condiciones necesarias para la construcción del fascismo en su libro “El imperialismo, fase superior del capitalismo”. En él, Lenin explica que la época del capitalismo de librecambio toca su fin. Acompañado por múltiples datos y estadísticas de la época, describe cómo en los países más adelantados (fundamentalmente Gran Bretaña, Alemania y los Estados Unidos de entonces), la concentración de capital ha dado lugar a grandes monopolios que acaparan sectores enteros de la producción. Esta parte es continuación de las tesis de Marx en cuanto a las leyes de concentración de capital.

Los capitalistas han dejado de ser competidores anónimos dentro de un mercado desconocido y la libre competencia se ha trasformado en su contrario. La competencia en la nueva época del capitalismo, se da ahora en unas condiciones nuevas en las que sólo los grandes monopolios pueden competir entre sí. El estado ha dejado de ser propiedad de toda la burguesía para pasar a estar controlado sólo por los sectores monopolistas de la burguesía. El estado sirve ahora sólo a los capitalistas dueños de grandes monopolios.

El fascismo también puede ser definido como el monopolio de la política que gerencia las múltiples formas de solución final. El aislamiento social, el confinamiento político, las distintas formas para decapitar el combate popular, a mi criterio evidencian que el covid 19 y su manipulación es el seguro servidor para sostener no ya la “nueva normalidad”, sino la restauración de una vieja anormalidad que hoy bautizamos como “democracismo”. Al servicio de una etapa superior del imperialismo.

Hay bibliografía maldita que da cuenta de cómo se construye esta nueva etapa. “Schwab estableció esta agenda en 1971, en su libro Moderne Unternehmensführung im Maschinenbau (Gestión empresarial moderna en ingeniería mecánica), donde su uso del término “partes interesadas” “stakeholders” (die Interessenten) redefine a los seres humanos no como ciudadanos, individuos libres o miembros de comunidades, sino como participantes secundarios en una empresa comercial masiva. Y cuenta con el apoyo de las empresas dominantes y todo el grupo de Bill Gates, Google, Facebook, la banca internacional. Para este grupo el objetivo de la vida de todas y cada una de las personas será “lograr el crecimiento y la prosperidad a largo plazo” de este proyecto, en otras palabras, proteger y aumentar la riqueza de las empresas dominantes interesadas.” O sea: los mega monopolios. Cultivos de cultura represora.

Lejos de una nueva normalidad, estamos en el umbral de nuevos combates contra todas las formas de dominación de los imperios. Y por cada solución final, inventaremos nuevos problemas iniciales. Y nuevas palabras para enfrentar los viejos problemas. Y las viejas derrotas florecerán en nuevas victorias.

Imagen: Liberación, Jorge González Camarena

Edición: 4113

 

 


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