Tres vidas, una vida

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Por Alfredo Grande

(APe).- El embarazo no deseado, eufemismo que insiste en designar con la misma palabra aquello que es efecto de un deseo de aquello que obliga a someterse a un mandato. De otra manera: el mandato de placer no es placentero. El mandato de amar no es amoroso. El mandato de votar no es democrático. El mandato de reír no es alegre. Diferenciar entre deseo y mandato es una discriminación fundante. Discriminación o cambalache. “Se ‘gual” diría el recordado Minguito Tinguitella. Y no. No es igual. Incluso, muchas veces es lo opuesto. Me otorgo una dispensa. Embarazo no deseado es análogo a decir presidente de facto. Si es de facto, no es presidente. Si es presidente, no es de facto. O sea: el fundante del embarazo es el deseo. ¿Deseo de qué? Deseo de embarazo, deseo de hija, hijo, hije. Parece simple porque es simple.

Si la única brújula es el deseo desplegado en una trama vincular, todo es simple. Pero la cultura represora nada sabe de lo simple, lo sencillo, lo accesible. Por eso una legión de expertos tiene la misión de que nada se entienda, porque a mal entendedor, muchas incomprensibles palabras. Muchos de esos expertos están fundamentando la oposición a la ley que legaliza la interrupción del embarazo. Y agrego: solo del embarazo no deseado. No está planteado el mandato del aborto. Pero ese delirio eterno que es la derecha establece dos categorías: lo obligatorio y lo prohibido.

Quizá no haya libre albedrío. Pero el deseo habilita albedrío. O sea: el ejercicio activo de la libertad de decidir. Entonces es necesario habilitar un debate sobre la legitimidad del ejercicio de esa libertad. Del “prohibido prohibir: la libertad empieza con una prohibición” una de las consignas del Mayo Francés (1968) han pasado 50 años. Sin embargo, lo que sigue prohibido es la libertad de decidir y no está prohibido prohibir. Según La Vanguardia de España, hay 700.000 embriones congelados. Finalmente, la ley permite destruir los embriones –con el eufemismo “cese de conservación sin otra utilización”.

Menem, uno de los jinetes del apocalipsis, estableció el “día internacional del niño por nacer”. O sea: el embrión era considerado como sujeto de derecho, aunque no creo que pudiera enterarse de la dudosa distinción. En San Juan y Entre Ríos hay un enorme cartel con la imagen de un embrión humanizado que dice: “díganle a los legisladores que no me maten”. Palabras más, entendedores menos. Sería bueno saber quién financia el lobby embrión. El alucinatorio político social se amplifica para bloquear y enterrar bajo cemento el albedrío respecto a la continuación o interrupción del embarazo.

Pienso que hay dos campanas que deben sonar juntas: la legalidad y la legitimidad. La primera es jurídica. La segunda es cultural y política. La lucha por la legitimidad del deseo forma parte de la guerra contra todas las formas de la cultura represora. Ninguna mujer desea abortar. Aborta porque no desea estar embarazada. Por eso la tenaza represora no sólo pretende vigilar y castigar los embarazos, sino también impedir la anticoncepción. Dicho de otra manera: la cultura represora castiga aquello que propicia. Propicia embarazos no deseados, y simultáneamente, marca registrada de la cultura represora, castiga todo intento de interrumpirlos.

Quiero incluir unos párrafos de un trabajo escrito en el 2005, para el libro “La adopción: la caída del prejuicio” editado por la Comunidad Homosexual Argentina. “Creo que hay que relacionar las increíbles trabas a la adopción con la penalización del aborto. Y la falta de políticas de anticoncepción en escala sanitaria. Quiero decir que para los modos de producción superyoica de la subjetividad todo debe ser un castigo. El embarazo, el parto, el puerperio, la crianza, la adopción, el control de la natalidad. Todo debe organizarse como sufrimiento, dolor y muerte. La adopción intenta superar este mandato, y pone como único fundante el deseo del hijo, más allá o más acá de la determinación biológica.

“La imposibilidad biológica, por la razón que sea, puede ser superada por el desarrollo de los mecanismos yoicos de producción de subjetividad. Es decir, de una cultura del deseo. El verdadero amor. Pero la cientificidad represora nos va a explicar con sofisticadas teorías que solamente la heterosexualidad, especialmente sostenida desde los cuerpos genitalmente discriminados, tiene el derecho a la crianza de los hijos. Ninguna matanza de los hijos, ningún filicidio orgánicamente planificado, puede desmentir que la única verdad es la realidad biológica. Las denominadas minorías sexuales, expulsadas de toda valoración por las moralinas y dobles morales neo victorianas, no tienen derecho a reclamar su lugar como matrices deseantes. Ningún vínculo puede constituirse en útero simbólico del deseo de un hijo.

“Las minorías sexuales deberán conformarse con la ley del deseo, pero no deberán aspirar al deseo de la ley. La Ley de los abogados, de los magistrados, de los médicos, tendrá que justificar con todo tipo de artimaña que para que papá y mamá me amen papá tiene pito y mamá tiene ventanita florida. Los modelos identificatorios válidos solamente son macho y hembra, con pecados concebidos, pero solamente con pecados heterosexuales. Monogámicos y reproductivos. Los demás pecados van al tacho de la historia social, familiar e individual”.

Si veinte años no es nada, 15 años deberá ser algo. Y otra artimaña de la cultura represora actual es la denominada objeción de conciencia. Fue una actitud ética frente a los llamados a enrolarse para la guerra. Contra todas las patriadas reaccionarias para glorificar las matanzas. Los objetores de conciencia eran castigados con tareas civiles en lugares alejados de sus familias. No eran exaltados porque objetaban los mandatos letales de la cultura represora que ordena ir a la guerra. Estos objetores de conciencia contra la interrupción legitima y legal del embarazo son los inquisidores de siempre. Son objetores de inconciencia. Porque evidencian el inconsciente político social de una clase parasitaria, asesina, ladrona, hipócrita y miserable.

Con más de 60 % de niños empobrecidos, no objetan el genocidio de la niñez. Son objetores de pantaloncito corto y de camisa blanquita. Mi desprecio es tal que apenas puedo escribirlo sin que mi presión arterial pida cancha. Sostengo que hay tres vidas: la vida de la mujer, que debe ser protegida por la ley porque detrás de cada prohibición hay un negocio. Muchos despreciables colegas sostienen la objeción de (in)conciencia. Apenas para sostener la industria de los abortos ilegales de alta rentabilidad. La vida del embrión que es una vida de nula autonomía, que jamás podrá ser objetor de conciencia porque no tiene conciencia, que es delirante pensarlo como sujeto, y que solo es canallescamente defendida para seguir torturando y asesinando mujeres. Feminicidio apenas encubierto. Y la vida del deseo.

Sólo el deseo engendra vida. La vida que la cultura represora jamás entenderá. No demos la ventaja de no entenderla nosotres. Como cantó Silvio, “nos va la vida en ello”.

 

 

Edición: 4129


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