El etiquetado, los lobbys y la mezquindad de los tiempos

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Por Silvana Melo
   (APe).- La ley de etiquetado frontal de los alimentos industrializados se ha convertido en una estrella generadora de lobbys, a centímetros del abismo de perder el estado parlamentario. La industria de las grasas saturadas, las azúcares y los ultraprocesados domina la oferta alimentaria en el país. Y una ley que alcanzó mayoría en el Senado, debía ser tratada hoy, a un mes y medio de su virtual cajoneo. Acorralada por los grupos de presión que actúan desde rutilantes cargos gubernamentales o desde la Unión Industrial Argentina (UIA), hoy encabezada por el presidente de la Copal, corporación que abraza a más de 2000 empresas alimenticias. Acorralada por la desgracia de tener que definirse en plena campaña, el proyecto de ley se hundió con el quite de quorum por parte de la oposición. Y con las maniobras extrañas del presidente de Diputados, que suele estar más dispuesto a dar respuesta a sus propios intereses que a los de una infancia a la que se castiga con hambre o pésima nutrición.

La ley busca imponer el etiquetado con octógonos en los alimentos industrializados para que avisen al consumidor qué va a poner en el plato e, instantes después, en su cuerpo. "Exceso en azúcares", "Exceso en sodio", "Exceso en grasas saturadas", "Exceso en grasas totales", y/o "Exceso en calorías" son las principales advertencias para quienes eligen en el supermercado un alimento que promete tener el mejor sabor, el mejor aroma, las vitaminas más potentes. Pero que a la vez esconde una saturación de azúcar, sodio y grasas, unidas en complicidad para la generación de adicción alimentaria, la neutralización de la saciedad y el camino a enfermedades como la obesidad, la hipertensión, las cardiopatías y la diabetes.

"Contiene edulcorantes, no recomendable en niños/as" y "Contiene cafeína. Evitar en niños/as". Los octógonos también deberán advertir obligatoriamente estas presencias. Y no es la advertencia la que demoniza los alimentos, como sostiene la Copal, sino los contenidos químicos de esos mismos alimentos. Ajenos de nutrientes y poblados de ingredientes zombies que permiten una vida larga (para el producto), un color espectacular, un sabor y un aroma que nunca conocieron –o apenas de vista- a la frutilla, el chocolate o la naranja que promocionan en el packaging. Los gustos y los olores pueden ser creados en laboratorios sin una pizca de naturaleza.

Pero además, quedará prohibido –si Juan Manzur, Sergio Massa, la Coca Cola y el lobby feroz tan atroz lo permiten- incluir dibujos animados o deportistas o juguetes asociados con el alimento con octógono. La consultora Euromericas Sport Marketing, citada por la revista Mercado, estudió la influencia de la publicidad “realizada con la imagen de jugadores o atletas famosos” y concluyó en que “influye en las decisiones de compra en un 69%”, pero a su vez, “en las recomendaciones de marcas y productos a familiares y amigos en un 72%”.

Las Lays en el paquete amarillo despersonalizado no tienen la misma ascendencia en el público niño –a quien están dirigidos los alimentos más nocivos- que las Lays con la figura de Lionel Messi. La Pepsi con la cara de Beyoncé o con el rostro de Messi perfilado de gotas heladas mientras bebe de la botella, no es lo mismo que la lata en soledad. Aunque sostenga los niveles de azúcar y sodio que vapulean los cuerpitos y el crecimiento de los chicos.

El 10 del PSG no come Lays ni las baja con una Pepsi. Un mes antes del Mundial 2018 Messi se sometió a un tratamiento nutricional que cambió sus hábitos alimentarios: quería acabar con los vómitos en medio de los partidos y las lesiones recurrentes. El italiano que se hizo cargo de su dieta redujo sensiblemente el azúcar, eliminó la comida procesada y la reemplazó por comidas ricas en vitaminas, cereales, verduras, pescado y aceite de oliva. Pero él no dejó de publicitar la Pepsi (una lata equivale a trece cucharaditas de azúcar) y las papas (si es que lo son) Lays. Mientras él no ingeriría nunca estos alimentos por haberlos experimentado en su propio cuerpo. Un símbolo de la hipocresía, ejercida por los empresarios y por las estrellas: todos ganan cifras siderales por las publicidades y su influencia.

Los chicos que mueren por la Pepsi y las Lays que convierten a Messi en superhombre dentro de la cancha no tienen acceso nunca a la alimentación saludable. Sólo pueden echar mano a snacks de cuarta, llenos de grasas, conservantes, azúcares, sales y colorantes que los transforman en lo que el abogado Marcos Filardi llama OCNI: objeto comestible no identificado.
En estos meses, el presidente de la Copal, Daniel Funes de Rioja, fue elegido presidente de la UIA, en un crecimiento notorio de su influjo. La “demonización” del alimento es el eslogan central.

Y Juan Manzur, virtual presidente de la Nación en esta etapa transicional, es un símbolo de la ferocidad del lobby político. Ferviente católico Opus Dei, anti legalización del aborto, denunciado penalmente en 2019 por no permitir el acceso a la interrupción legal del embarazo a una nena de 11 años que había sido violada, denunciado por una ministra actual de la que ahora es jefe. De una ministra que elige quedarse, negociando su dignidad. En 2017, Macri abrió las sesiones ordinarias del Congreso y, en su discurso, se mostró preocupado porque “somos el país con mayor obesidad infantil de América Latina y uno de los cuatro países que más azúcar consumen en el mundo. Uno de cada tres chicos tiene obesidad infantil. Estamos trabajando para que tengan alimentos más saludables”. Estaba impulsando el aumento de los impuestos para las bebidas azucaradas.

Fue Manzur, desde Tucumán, quien reunió a los empresarios del azúcar y organizó una apretada institucional desembozada. El impuesto con el que Macri soñaba recaudar un poco más, se cayó. Fue un trabajo conjunto con la Coca Cola. Y el mismo Manzur lo difundió con orgullo. El grupo de presión empresarial tiene su ventana política en el tucumano, que parece no lastimar las utopías de la progresía local.

Con sólo bajar un 10% el consumo –consecuencia de la suba impositiva- podrían prevenirse unos 13.385 casos de diabetes y cerca de 4.000 eventos cardíacos y cerebrovasculares. Pero para el ex gobernador tucumano, "científicamente no está comprobado que el azúcar genere un daño para la salud". Manzur también es médico. Pero su razonamiento no es sanitario. Es económico.

Hoy es Jefe de Gabinete. Vecino del tratamiento de la Ley de Etiquetado, que genera prurito en la piel y en los bolsillos de los industriales de los ingenios tucumanos. Un proyecto que surgió de la lucha de numerosas organizaciones que dejaron en claro las evidencias científicas de que “las dietas excesivas en azúcar, sal y grasas se vinculan a las enfermedades que explican el 77,6% de las muertes en la Argentina”.

Manzur sostiene los mismos argumentos que el sistema extractivo les planta en la cara a quienes eligen la salud antes que la rentabilidad extrema: Tucumán tiene 15 ingenios y en el norte son unas 500.000 hectáreas cubiertas de caña de azúcar, con trabajo directo para 50.000 familias.

Sergio Massa, quien una vez que en el Senado se aprobó el proyecto de ley viajó sugestivamente a Tucumán, volvió con su discurso más dulce: “Los productores azucareros tienen que estar tranquilos porque poseen un grupo de diputados que pelean por los intereses de Tucumán mucho mejor de lo que puede hacer el Gobierno nacional”. Y completó: “creo que hay que atender la potencia que tiene el sector azucarero para Tucumán”.

De vuelta giró el proyecto a seis comisiones. Como para que se tratara en 2023. La movida de las organizaciones y el hashtag #ExcesoDeLobby obligó a Massa a descartar dos comisiones. Sin embargo el proyecto languideció hasta hoy, cuando la oposición no dio quorum y, posiblemente, naufrague del todo. Por negocios, por presiones empresariales, por la campaña, por la grieta y por una mezquindad política que no permite ninguna construcción y con la que se chocan todo el tiempo las luchas sociales y ambientales que buscan cambiar el estatu quo dirigencial de mirarse exclusivamente el propio ombligo.

Las cartas que enviaron la Fundación Interamericana del Corazón (FIC), Consumidores Argentinos, Fundeps, Sanar y Consciente Colectivo, entre otras, cayó en la bolsa de las patéticas disputas políticas de estos tiempos. “No hay motivos válidos para retrasar más la aprobación de la ley. El proyecto cuenta con amplio apoyo de la sociedad civil y académica, tanto de Argentina como de la región; con el respaldo de la mejor evidencia científica libre de conflicto de interés y con el aval de la Cámara de Senadores. Es hora de que los y las diputados/as pongan fecha para sesionar y aprueben el proyecto sin más demoras”, dijo Victoria Tiscornia, investigadora de FIC Argentina.

Coca Cola, Molinos, Quilmes, Nestlé, Pepsico, los ingenios del Centro Azucarero Argentino, Juan Manzur, Sergio Massa, los candidatos propios que no le respondieron al Frente de Todos, el Frente de Todos y sus contradicciones, Juntos por el Cambio y su, justamente, cambio de postura a la hora de la campaña, son algunos de los responsables de que esta ley, que implica a todos los habitantes del país y a su salud alimentaria, naufrague en medio del maremoto perpetuo en que vive la Argentina.

Cómo ilusionarse con que las dirigencias se miren y decidan que hay que sacar de la pobreza a siete de diez chicos que viven en el conurbano, de seis de cada diez pibes que viven en el país, cómo ilusionarse con que las dirigencias, después de la Ley de Etiquetado, trabajen para que los niños coman. Para que la soberanía alimentaria les permita el acceso a los alimentos sanos, naturales, sin venenos, a los que sólo puede acceder la porción privilegiada de la sociedad. Esa porción que, paradójicamente, es la infantería lobbysta de un país desangelado.

Edición: 4399


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