Angelitos, palabras cómplices y Discepolín

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Por Carlos Del Frade

(APE).- El angelito todavía echaba agua por la boca y la nariz, pero nosotros no sabíamos cómo reanimarla. Se murió -dijo una mujer catamarqueña, mamá de Luis, un pibe de catorce años que sacó de las aguas del canal de riego a Tiziana del Valle Pérez, de apenas dos años.   La nena era la menor de una familia de ocho hermanos y cuya mamá había ido a pedir materiales y algún otro tipo de ayuda al municipio de Valle Viejo porque no sabía cómo hacer para llegar a fin de mes.

Tiziana jugaba con el resto de su familia al borde del canal, frontera de la casilla que habitaba en el barrio Las Vías, en el sector este de Pozo El Mistol. Era el 18 de noviembre de 2004 y el lugar forma parte de la geografía catamarqueña.

“El angelito”, como la llamó la señora que quiso salvarla y no supo cómo, también contó que no hay ninguna unidad sanitaria en la zona, ni tampoco existen barandas que separen la tierra del agua.

Tiziana fue uno de los tantos ángeles exiliados del paraíso largamente prometido y hoy privatizado para pocos.

En febrero de 2004, nueve meses atrás, otra nena de dos meses también murió como consecuencia de la ausencia de una red de protección.

El canal se traga todo aquello que cae en sus aguas. Pero no es culpa de la naturaleza sino de aquellos a quines les interesa poco y nada la vida de los chicos empobrecidos.

-Tenemos que vivir con el Jesús en la boca todo el día por el canal. Acá, justo acá donde la encontraron a la nena hay un comedor infantil. Y la zaranda se cayó y nadie la viene a levantar. ¿Qué hacemos nosotros, si los chicos juegan todo el día en el canal? -se preguntó en voz alta una de las vecinas del barrio ante los periodistas del diario “El Ancasti”.

La familia de Tiziana no tenía un peso para pagar el cajoncito ni el velatorio. Fue entonces, dice la crónica periodística, que apareció el estado. Allegados al intendente de Valle Viejo, llamado Gustavo Roque Jalile, dijeron que se iban a hacer cargo de los gastos.

Ecuación simple y contundente: es más barato pagar la muerte de una nena de dos años que defenderle la vida.

El médico forense dictaminó lo obvio. Tiziana se murió ahogada.

No hubo necesidad de autopsia.

El motivo del final parece estar demasiado claro.

Accidente y culpabilidad a cargo del agua.

De allí que la publicación terminaba calificando la muerte de Tiziana de “trágica”.

Pero en realidad hay una economía intelectual que sirve de complicidad para encubrir las causas de la muerte de Tiziana y hacerla aparecer como un hecho del destino.

Ausencia de “zarandas” entre el canal abierto y tierra firme; inexistencia de algún puesto sanitario cercano a un barrio habitado por empobrecidos; repetición de accidentes “fatales” protagonizados por nenes y responsables que deciden pagar las muertes y no defender la vida.

Desidia acumulada que luego encuentra en el idioma las necesarias palabras cómplices como tragedia o fatalidad.

Tragedia o fatalidad que siempre se desata sobre los mismos, los desamparados del sistema que premia la riqueza y desprecia a los que sobran.

Como diría Enrique Discépolo: “En el escenario del grotesco de la vida, el protagonista parece ser el que recibe las bofetadas. Cuando en realidad del verdadero protagonista no es él, sino quien pega los cachetazos. Ese siempre está oculto entre bambalinas”.

Fuente: Diario El Ancasti - Catamarca 19-11-04


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