Por fin y ayer y urgentemente

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Por Bernardo Penoucos

    (APe).- El paisaje es desolador. Hay una calma tensa que precede a la tormenta.

De repente, y como todos los días, se abre la puerta de la guardia y entran los escopeteros con perros y todo.

Ojo que se pincho el 3, dice un pibe, guarda que hay bronca en el 7 dice otro.

El ruido ensordecedor de las balas que el Servicio Penitenciario dispara contra los detenidos se mezcla con el crujir que la tiza provoca contra el pizarrón en el que, otros detenidos, copian el trabajo práctico en su espacio de cursada, a pocos metros de los cartuchos.

Naturalización, lo que le dicen.

Quien nos abre la puerta a los docentes para que ingresemos en la cárcel a dar clases, seguramente en media hora estará corriendo para largar los perros, apretar el gatillo o mandar a los pibes al buzón; es su función, cumple órdenes. El buzón, esa celda de castigo que poco y nada tiene que envidiarle a la vieja mazmorra, de hecho los detenidos así lo llaman al lugar de castigo: la mazmorra. Un lugar sin luz, sin agua, las 24 hs del día cerrado, en soledad, a excepción de las grandes ratas que se cuelan entre las paredes rotas y los gritos continuos de mazmorra a mazmorra entre los castigados.

Un lugar de tortura. Digámoslo.

La mayoría de los pibes que hoy transitan el panóptico ya habían circulado por hogares o institutos, no es ésta una percepción cargada de subjetividad, es una estadística real. La mayoría de los pibes que hoy liman con su sueño la reja que los ensombrece, vienen de las barriadas colapsadas, de los cementerios industriales que el neoliberalismo parió y sigue pariendo, del conurbano profundo, esto tampoco es una apreciación personal, es un dato fáctico y duro. Muy duro.

Claudio me ha contado el año pasado que, con sus 32 años, ha conocido la mayoría de los penales de la provincia desde muy pibe, hace rato que viene transitando distintas cárceles. A Claudio le gusta el punk y no tanto la cumbia y se excita cuando cuenta vociferando los poderes del Anticristo que Nietzsche describiera en 1895, él defiende la anarquía y cuando habla de su celda no habla de su casa, como otros pibes, tampoco tiene intenciones de pintar su celda húmeda y ajada, ni mucho menos de pintar el pabellón, porque argumenta que eso es caer en la lógica del sistema, es caer en la derrota que el sistema propone y las más de las veces consigue.

Claudio está en segundo año de la carrera de Trabajo Social, no le cuesta la cursada y no le cuesta la exhibición en público, de hecho el año pasado estuvo organizando una exposición para el resto de los detenidos acerca del derecho al matrimonio igualitario, la igualdad género y la violencia de género. Tampoco usa todos los días ropa deportiva y visera, afirma que le gusta vestirse con jeans, a veces zapatillas chatitas y una buena chomba.

Claudio tiene una sonrisa gigante permanente y habla muy fuerte, es solidario cuando puede con sus compañeros y entiende que el espacio de estudio no es la cárcel, por eso incluye en sus palabras a todos, más allá de la causa penal de cada uno de sus compañeros.

El, como tantos otros, hace dos semanas y media que está castigado en los buzones, esa mazmorra del siglo 21 que no para de actualizarse para alimentar este sistema de la crueldad, que tan bien define la Comisión Provincial por la Memoria.

Desde el salón, no alcanzo a ver la puerta giratoria ni la resocialización, no puedo vislumbrar las políticas de readaptación ni el artículo 18 de nuestra Constitución que afirma que “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas”, nada de eso puedo ver, mas allá de que me limpie los ojos o afine la mirada en el mayor de mis esfuerzos visuales e intelectuales.

Difícil reinserción plantean los muros del castigo, difícil proyección plantean las instituciones del olvido de cuerpos, vidas y Claudios.

“Cuando ustedes vienen, parece que no estamos en cana, parece que esto no fuera la cárcel” nos dicen muchos de los estudiantes.

Y ése es el motivo que moviliza y ésas son las voces que nos contienen también a nosotros, muchos de los docentes que, cada vez que salimos, nos llevamos un pedazo de muro, un cuerpo más cansado, una rabia más grande, aunque además y esto también hay que decirlo, una imperiosa e irrevocable necesidad de inventar, por fin y ayer y urgentemente, ese mundo en donde por fin quepan todos los mundos, esa otra tierra, esa otra posibilidad.

Edición: 3342

 

 


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