Lorena, Tatiana y el río

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Por Silvana Melo

(APe).- Lorena manejaba la canoa por el delta del Paraná como si fuera en bicicleta por las callecitas del barrio. Es que el río era su barrio. Donde nació y murió, isleña, a los 26. Libre de la locura ciudadana, iba con sus niñas de visita. Ponía en marcha el motor fuera de borda y salían vestidas de tarde. Era viernes y se podía. Ya la canoa había pasado por las proveedurías y habría almuerzos y cenas para el fin de semana.

Las islas del delta en Tigre serpentean entre los riachos de la desigualdad. Son fotos de agua de la misma injusticia del mundo.
Por esas veredas de viento y corriente caminan las canoas y las chatas de los que viven de las plantaciones y la pesca. De los que reman a pulmón para llegar al almacén. De los que suben tempranito y de noche a las lanchas públicas para llegar a la escuela. Por esas calles de correntada propia y paraíso ajeno también avanzan los yates y las embarcaciones de lujo a fuerza de portento y poder. A llevarse por delante la historia chiquita de los anónimos.

Lorena conocía la ruta como a los dedos de sus pies. El río le corría por las venas porque ahí nació, respirando frescura de alisos y laberintos de juncales.

El viernes salió con sus niñas de visita.

En la canoa con motor fuera de borda por la vecindad de las casas altas, paradas sobre pilotes de madera cortada en luna menguante para que dure. Tan sabios los sabios de las islas. Habrá pasado o no por el surtidor de la Caty, se habrá cruzado con las chatas de los fruteros, quién sabe. Era una linda tarde de febrero para compartir el mate en otra mesa.

Eso es el delta: la suma de las diferencias, el gesto de la desigualdad que frunce sus narices a una hora precisa.

Al fin y al cabo era el paraíso de Rodolfo Walsh. Y el infierno de Leopoldo Lugones.

Sólo atinó a extender el brazo sobre las niñas cuando vio venirse encima la trompa del yate. Un monstruo soberbio que avanzaba sin mirar ni ver. Como suele hacerlo el poder sobre los pequeños. Ella intentó parar un misil con las manos. Y la hélice suntuosa le devastó los sueños. Y la dejó muda en el centro de la muerte. Con su criatura más frágil dormida en un sopor morado del que no ha vuelto.

El arroyo Cuatro Bocas las vio deshilacharse en la canoa, de sangre al río Paycarabí. Hasta el guira guira calló su canto. Pero el yate no se detuvo y siguió su marcha de fastos, cortando corriente en un camino que no era el suyo. Que no debía ser el suyo. Violento conquistador de un territorio ajeno.

El isleño sabe cómo sopla el viento. Si viene desde el este o desde el sur. Conoce la sutileza de su silbido, la dirección de las hojas de los álamos. Lorena conocía cada palmo del río. Sus corrientes más finas. Y sospechaba por el vuelo de la garza mora cuándo se vendría la marea.

Las ayudaron esquiadores y vecinos. Y el invasor se fue, sin mirar. Sin ver.

Eduardo Cantón dicen que se llama el hombre del yate. Socio en otros tiempos de banqueros como Marcos Gastaldi o Alejandro Gravier. Amigos con mal fin, de acusaciones cruzadas y reclamos millonarios. En los noventa socio de Laith Pharaon, hijo de Gaith. El magnate saudí constructor del Hyatt. Y denunciado como el gran lavador de dinero y traficante de armas del planeta.

Un poderoso el hombre del yate. Conquistador imperial que planeaba irrumpir con sus negocios en el Delta. Lo hizo con la nariz de su yate en los sueños de Lorena, que se rompió como un cristalito. Y en el futuro de Tatiana, que se apaga como una vela en el viento.

Cuando llegaron otros conquistadores el delta sufrió el desmonte. Los álamos, los pinos y los sauces de los que viven los isleños cayeron bajo la topadora. Con la madera hacen pasta de papel. Y tirantes y pilotes para las casas. Pero se siguió viviendo, con las muescas del río en la piel. Y el toreo de la correntada que a veces sube hasta los pies.

Tatiana está “en estado de coma no farmacológico y hemodinámicamente inestable; no responde al tratamiento ni a los estímulos”. Eso dicen los médicos que le cuidan el cuerpecito de dos años, apenas.

Los isleños sienten otras cosas.

Dicen que el río corre sin quicio en estos días.

Y que el guira guira no ha vuelto a cantar.

Edición: 2169


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