Patrullas de frontera

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Por Oscar Taffetani

(APE).- Quienes piensan que la Argentina acaba en la General Paz, tuvieron una desmentida concreta el 31 de enero de 2007, a las 7 de la mañana. Ese día, a esa hora, un grupo de casi 500 personas -hombres, mujeres, niños- cortaron las dos manos de la antigua autopista de circunvalación que separa la Capital Federal del gran Buenos Aires, causando un gigantesco embotellamiento.

"Caos vehicular", estamparon en la pantalla los noticieros televisivos. "Ocupas cortan la General Paz", se alarmó un diario económico, de prédica incesante en favor de los que más tienen.

Inicialmente, la policía fue paralizada por una duda jurisdiccional, ya que si bien los terrenos reclamados estaban en el partido de La Matanza, pertenecían al Instituto de Vivienda de la ciudad de Buenos Aires.

¿Debía intervenir la Bonaerense 1? ¿la Bonaerense 2? ¿Tal vez la Federal? Una primera "solución" la aportó el Ministro del Interior, despachando a sus Federales, armados de suma prudencia, y con una segunda línea de carros de asalto y grupos antimotines.

El titular del Instituto de la Vivienda porteño, rápidamente, anunció la transferencia de los terrenos reclamados al municipio de La Matanza, para que éste aplicara allí “su política habitacional..."

Dicho sin eufemismos: esos terrenos (con sus habitantes) pasaron de una red clientelística -la de la ciudad de Buenos Aires- a otra: la del partido de La Matanza.

Concluido el episodio, el Ejecutivo nacional puso a efectivos de Gendarmería a patrullar la General Paz, para efectuar alerta y prevención temprana de cualquier otro “incendio”.

Gendarmería, según los fundamentos de su creación, debería estar patrullando las fronteras nacionales. Pero la han puesto a recorrer una frontera interior, una frontera sin alambradas.

La pobreza y el desamparo han ido borrando, en los últimos tiempos, la primitiva frontera que marcaba la General Paz. Trabajadores precarios del Conurbano se desplazan hacia la Capital todas las noches, remolcando carros con cartones y desechos. Chiquitos del gran Buenos Aires llegan con sus madres hasta los ex hospitales nacionales, o incluso hasta las viejas escuelas nacionales -todas debidamente “municipalizadas”- para obtener la cuota misérrima de atención que el Estado les debía y que aún les debe.

La única frontera, cortante y feroz, que el poder ha decidido mantener -pensamos- es la frontera entre los sin techo, sin trabajo y sin horizonte por un lado, y los que tienen mucho y quieren más, por el otro.

Cuánta miopía, señor. Cuánta fragilidad que hay allí.


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