Atado a un poste. A los 16

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Por Silvana Melo

(APe).- Si se pudieran partir en dos, serían siete y medio de cada diez los niños y adolescentes pobres en La Matanza. Pibes de hasta 17 años con el futuro talado como suelen talar los árboles, hasta el último nudo de lo por venir. Hambreados, despojados de todo tipo de recursos –alimentarios, sanitarios, sociales-, demonizados y condenados por origen. Como el que vagaba el sábado a la tardecita por Isidro Casanova. A los 16, ya conocido por la vecindad. Varios dedos índice asomaron de los negocios y lo señalaron. Y como el estado decidió hace rato que es un excedente social, improductivo e innecesario, dejó que esa heterogeneidad rara que son los vecinos pusiera manos a la obra. La policía, ahorrada del trabajo sucio, lo encontró desnudo, golpeado y atado a un poste de luz. Sin luz. Por al lado le pasaban la ola de frío polar, la mala alimentación y la pandemia que por esos territorios es apenas un detalle.

Se le cayó una pistola de plástico cuando lo zamarrearon para atraparlo. No tenía las manos puestas en ninguna masa, no era in fraganti. Simplemente lo vieron y dijeron fue ése. Ese robó aquí y allá. Le sacaron la ropa, lo golpearon para que aprendiera y lo ataron a un poste. No tuvo oportunidades en la primera infancia, cuando la ternura y la pequeñez perdonan todo. Después los niños crecen, se ponen toscos, recuerdan los abandonos, sienten la escasez, leen el hambre, asumen la brutalidad de la injusticia. Y a veces actúan en consecuencia.

Cuando los niños intentan recuperar lo que les pertenece por derecho, lo hacen a ciegas y a cabezazos. Y suelen toparse con la locomotora feroz de la vecindad, la cerca electrificada de la ley y la propiedad privada y la declaración oficial de peligro con la calavera y las tibias colgadas del cuello.

El pibe de La Matanza terminó en el Hospital, desfilará por dos o tres dependencias del Estado, conseguirá otra pistola, robará un par de kioscos, recibirá castigos vecinales y policiales o logrará esquivarlos, cumplirá años una vez, dos veces y llegará a los dieciocho. Entonces la condena será concreta y tribunal.

Si es que antes una bala no le descose el destino una noche cualquiera, en las mismas ochavas sombrías de Isidro Casanova.

Edición: 4357


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