La otra Pinamar

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Por Macarena Fresard (*)

   (APe).- Pinamar es un lugar turístico, como tantos en la Costa Argentina. Pero se distingue del resto por su mote de elite. Es concebido como un lugar para privilegiados, para gente “importante”. Las políticas neo-liberales de los noventas nos heredaron eso. Y nos asestaron ese cartelito que levantamos en diciembre y bajamos en marzo, invitando al turista a que venga a gozar de privilegios y al inversionista a que blanquee sus dólares en estas tierras, siempre bienvenidas para los pioneros con poder.

 

Pero Pinamar tiene también otro rostro. Otras realidades. Y como en tantas otras ciudades, suceden en sus márgenes: la usurpación de tierras. Familias que llegaron hace algunos años buscando un futuro mejor. Pero claro: son pioneras sin poder.

Cada cierto tiempo reaparece la polémica y recae sobre ellos la más feroz ignorancia. La del vecino que los quiere desaparecer. Porque siente como una injusticia que ellos, los sin nada, los “usurpadores”, tomen un trozo de tierra mientras ellos, pagan sus impuestos.

Los usurpadores piden oportunidades, las que nunca antes tuvieron. Los usurpadores son, casi siempre, menores de edad. Que juegan a tener una casita que nunca antes tuvieron. Los mayores buscan trabajo, changas y cuando las consiguen, les pagan poco, les pagan mal, porque no tienen domicilio.

Los usurpadores viven en casillas donde entra el frío y la lluvia. Donde han muerto niños de frío. Pero al buen vecino no le importa. Y los invisibiliza, porque para él no existen. Sólo reaparecen ante los ojos cuando hay que repudiarlos, cuando caen sobre ellos todas las maldiciones. Y el buen vecino dice que todos los robos se gestan en el asentamiento, que todas las cocinas de drogas están en el asentamiento. Que todo el mal se concentra en el asentamiento.

Nadie, sin embargo, se preocupa del vecino que es conocido por traficar y negociar con la policía. Es que él vive en casa propia, no se vio forzado a tomar tierras. El no importa.

Al vecino tampoco le preocupan las grandes familias fundadoras que reparten bienes enmarcados en planes sociales para amigos y vecinos. Ni tampoco le preocupa que se asignen tierras sociales con un criterio dudoso de calificación. No levanta la voz, cuando otros vecinos conocidos y respetados como ellos, toman casas o cuando el poder de turno negocia tierras comerciales para beneficio de unos pocos. No. Al vecino le indignan los usurpadores pobres, los que no tienen nada, los que siguen sin oportunidades.

¿La solución? Sacarlos: A otro municipio, a la calle, no importa dónde, pero lejos. No importa qué les suceda, quiénes son, cómo se llaman, si sufren o lloran. Sólo importa que hay que sacarlos.

Entonces, cuando los hayamos sacado, levantaremos orgullosos un barrio privado, con lindas casas, digna de la gente importante que merece vivir en este lugar. Mientras tanto seguiremos mirando para otro lado, con el funcionario que reparte favores, que regala tierras, que negocia con los médanos. Pero eso no importa porque ellos se quedan en este lugar, ostentando el poder que supieron conseguir, mientras el buen vecino siente que puede seguir viviendo tranquilo, orgulloso de ser parte de este lugar.

(*) Desde Pinamar, colaboración especial para APe.

Edición: 2906


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