Un niño es el mundo entero

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Por Valeria Llobet, especial para APe (*)

(APe).- Mentiras. La imagen de un niño muerto conmueve, duele. Pero no todas las muertes nos transforman en dolientes. Las imágenes nos convocan lejanos y a salvo, capaces de llorar lágrimas angustiadas que se secan con el revés de la mano.

Un niño muerto no es el mundo entero.

Un niño sirio o africano ahogados tratando de huir de la violenta pobreza de sus países hacia las ex metrópolis coloniales. Un niño guatemalteco u hondureño asesinado o deportado tratando de huir de la violenta pobreza de sus países hacia la nueva metrópoli. Esas muertes nos duelen a la distancia, pero el dolor opaca sus contextos políticos y no nos sirve para transformarnos en dolientes.

Mario Testa, el gran sanitarista argentino, decía que la muerte es un problema sólo cuando nos transforma en dolientes, cuando su duelo es nuestro. Es nuestro el duelo cuando debajo de las lágrimas se forma una rabiosa comprensión política de la causa de esas muertes. Somos duelantes cuando comprendemos la forma en que el niño sirio muerto en la orilla de la expoliada Grecia es equivalente al niño africano tragado por el Mediterráneo siracusano, y es conmensurable al niño palestino y al niño hondureño y al niño villero argentino matado en su casilla, como Kevin, o asesinado en el Riachuelo, en los basurales, cruzando descalzo y corriendo la General Paz.

Las muertes son inconmensurables, un niño es el mundo entero. Pero sólo lo es a condición de que las lágrimas cimenten un concernimiento político y no sólo dramático.

De la indignación y el dolor no se cosechan duelantes. Se cosechan espectadores.

(*) Valeria Llobet es investigadora del Conicet y profesora en la Universidad Nacional de San Martín.

Edición: 2996


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