Los Mestizos


Por Alberto Morlachetti

(APE).- Herbert Spencer escribió en 1852 una teoría de la población donde extiende un certificado de defunción al mágico esplendor de las culturas. Señalando el destino biológico de los inferiores y el papel estelar que desempeñaba la guerra y la conquista en la evolución de las sociedades. Sarmiento -inscripto en el mismo pensamiento- escribía: “No hay amalgama posible entre el pueblo salvaje y uno civilizado. Donde éste ponga el pie, deliberada o indeliberadamente, el otro tiene que abandonar el terreno y la existencia; porque tarde o temprano ha de desaparecer de la superficie de la tierra”. Los indios -agregaba- eran una raza prehistórica y servil, de cerebro reducido: no están preparados para pensar, sólo para sentir. Décadas después -en el Imperio Jesuítico- Leopoldo Lugones manifiesta que “si el exterminio de los indios resulta provechoso a la raza blanca, ya es bueno para ésta”. Los vencidos de la historia no encuentran más destino o redención que penar eternamente en el infierno de los manuales escolares donde no ha muerto el prejuicio de raza, de cultura o de civilización.

Según Celina Lacay, Sarmiento construye una imagen que supone el recorte de la realidad, mostrándola a través de figuras contrapuestas que no pueden integrarse. Modos de ejercer la conciencia y la desesperanza: una tiene que destruir a la otra. Lo que lleva a extinguir el encuentro en aquello que tiene de imprevisible y hermoso: la incontenible adición de los seres.

-I- Historia e Identidades

Cabrujas dice que la palabra historia da terror aplicada al país, porque eso exige un reto, exige unos historiadores y no termina de aparecer esa palabra. Es cierto que existen hombres que se han dedicado a coleccionar nuestra memoria, pero fue la propia gente que eligió la literatura para describir sus soledades deshechas y rehechas por el sol, la miseria, el atraso que hacen de la revuelta su educación solidaria. Rulfo -uno de los dueños del espacio lírico- recuperan e iluminan zonas del habla, excavan en el costumbrismo hasta dar con lo radicalmente creativo de Latinoamérica. No admiten que la acusación de "anacronismo'' sepulte a una cultura dice Monsivais.

Quinientos años después resulta “milagrosa” la supervivencia de los pueblos originarios y de los negros a los que la historia no les deparó más que un sistemático genocidio, sin reservarles ningún futuro. Bolívar se convierte en un provocador de ensueños o de pesadillas cuando en carta a Santander dice: "Somos el vil retoño del español predador, que vino a América para sangrarla hasta tornarla blanca y para reproducirse con sus víctimas”. Viejos dolores enterrados. A través de los siglos en las llagas, diría Neruda.

El indígena, que fue expulsado de su territorio, de sus creencias, de su vida, el que había hecho un huerto de esta tierra. Duros guerreros y empecinados catequistas le ordenaron: “¡Cambia tu piel! ¡Viste esta ropa! ¡Ama a este Dios!”.

El negro arrancado de su tierra -donde había conocido el amor- y alejado de todo lo que pudiera generarle un sentimiento, lo trajeron a la mera boca del infierno como animal degradado para que sirva, trabaje y muera. Como un hecho que nunca ocurrió: “gentes que nunca existieron".

El europeo llegó a un exilio. América significaba conquista, violación, saqueo y fortuna, pero también un castigo. Aquí no vino el primogénito, vino el segundón, el que no servía. El español venía a hacerse rico en un continente que era apenas un país de paso para su “fiesta de resurrección” en las ciudades europeas.

-II- El Mestizaje

Una vez exterminado el indio, esta línea de pensamiento, a la que adhirió en forma casi unánime la intelectualidad vernácula, fue enriquecida fundamentalmente por los aportes de Carlos Octavio Bunge (Nuestra América) y José Ingenieros (Los Precursores), fundadores de la sociología de la discriminación en la argentina, quienes en su afán por rastrear las causas de nuestras deformidades creyeron descubrir un nuevo pecado original, el mestizaje. Ese estigma de sangre cuyas consecuencias se extienden hasta la actualidad, diría Martínez Estrada (1895-1964).

“Nuestra población hispanoamericana” -escribió Ingenieros- “reconoce el producto de tres grupos étnicos que accidentalmente convergieron a su constitución. Mientras los ingleses tuvieron en Norte América hembras anglosajonas, conservando pura su psicología al conservar la pureza de su sangre, los españoles se cruzaron con mujeres indígenas, combinando sus taras psicológicas con las de la raza inferior conquistada...”. Consideraba que todo lo que se podría hacer por “las razas inferiores” era protegerlas “para que se extinguieran agradablemente”.

Bunge publicó en 1903 el libro “Nuestra América”. De acuerdo con su criterio “el indígena de Sudamérica es fatalista, resignado y vengativo; el negro es a un tiempo servil y pagado de sí mismo. Las mezclas de esos elementos producen el mestizo amoral, y el mulato falso y mentiroso”. Impuros ambos -dice Bunge- “atávicamente anticristianos, son como las dos cabezas de una hidra fabulosa que rodea, aprieta y estrangula, entre su espiral gigantesca, una hermosa y pálida virgen: ¡Hispanoamérica!”.

Propone la regeneración de la raza mediante la inmigración europea y la liquidación del mestizo mediante una ley que prohíba la independencia étnica de esos hombres. Bunge lo dice sin rubor: “el alcoholismo, la viruela y la tuberculosis -¡benditos sean!- habían diezmado a la población indígena y africana de la provincia-capital, depurando sus elementos étnicos, europeizándolos, españolizándolos".

En muchos países en los que se habla de mestizaje el término despierta sospechas en la identidad blanca, europea e iluminada que se pone a distancia de tropa. El desprecio se viste de mulato, de zambo, de cuarterón. Hay en ellos una ingenua humanidad, huérfanos de cualquier esperanza: ninguna salvación está al alcance de los “mezclados”. Si caminan, muerden. Si vuelan, fracasan. Si se arrastran, envenenan y si hablan es un error.

Estableciendo una división -como un tajo- entre sangres puras e impuras, Darwin (1809-1882) dirá que “todos los viajeros han notado la degradación y las disposiciones salvajes de las razas humanas cruzadas”. Mirabeau (1749-1791) sostenía que la “raza mestiza” es “extranjera a la nobleza” y Pierre Charron (1541-1603) -en Sabiduría- hablaba de formas mestizas ambiguas “entre lo humano y lo brutal”.

-III- La Pereza Criolla

Alberdi inscribe sus convicciones en una vasta mitología y no percibe otras formas de hacer la vida: “La libertad es una máquina que, como el vapor, requiere para su manejo de maquinistas ingleses de origen. Sin la cooperación de esa raza es imposible aclimatar la libertad y el progreso material en ninguna parte”. Subraya “Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción: en cien años no haréis de él un obrero inglés que trabaja”.

Bunge estaba convencido de sus “especulaciones ardientes”: "la cualidad madre del carácter europeo ideal es la diligencia: del criollo la pereza". Agrega que “nuestra” pereza nació “de la indolencia de los españoles siendo una de sus más clásicas prerrogativas, combinóse con la incuria nativa de los indígenas y con la apatía de los esclavos negros”. Para Ingenieros, si bien esta observación es cierta, él agrega condicionamientos ambientales "no es la raza solamente: es el medio". Subrayando que "Nuestros campos llenos de ganado, que se carneaba para vender el cuero por un precio irrisorio, excluían la necesidad de trabajar para comer; esa abundante ganadería sin dueño, señalada por todos los cronistas del coloniaje, permitió que la pereza arraigara hondamente en hombres cuyo único instrumento de trabajo fue el cuchillo para carnear en cualquier sitio y momento”. Acota “la pereza no es un sentimiento sin causa” nace de la falta de actividad: “es una desviación de la fisiología, una enfermedad".

-IV- Combatir lo Popular

Condenar el mestizaje, combatir lo popular, desterrarse de lo propio fueron las consignas, y todo ello en aras de una desafortunada entelequia que no éramos nosotros y que, gracias a Dios, no seríamos nunca. El producto de aquella mezcla, el criollo, el gaucho, también fue combatido y exterminado, no sólo por la industrialización y por la modernidad, sino, también, por la prepotencia racial de Buenos Aires. En el Martín Fierro, en su historia y en su cuerpo, podemos leer la filigrana de un poder arbitrario e injusto en su paso a través de los habitantes de la campaña bonaerense.

-V- La Leva

Desde que salió la primera reglamentación de levas en 1810, se intentó durante todo el siglo XIX el desposeimiento, la marginación y la exclusión de los nacidos pobres. En todos los casos, la clase baja nativa, cuando intentó resistir, cayó vencida a punta de bayonetas y con el estruendo de los cañones. Sólo algunas voces se levantaron contra el destino colonial. Nombramos Felipe Varela, José Hernández y López Jordán.

El “decreto” de 1858 rezaba: “Todo peón, aunque tenga papeleta, que se ocupe de transitar y recorrer los partidos sin licencia expresa de juez territorial, será reputado como vago y como tal capturado y destinado al servicio de las armas”.

A la clase baja nativa se le arreaba a la leva (servicio de armas), se le robaba la pequeña porción de tierra que tenía con la calificación de “vagos y mal entretenidos”. De esta forma se posibilitaba, a través del arreo humano, mano de obra gratuita como peones o dependientes de los grandes estancieros.

-VI- Los que anden de florcita, enamorando

Otras reglamentaciones involucraban a los que "usen cuchillo o armas blancas", "sean retobados", "los que en día de labor se encontrasen en la pulpería“, “los que jueguen en lugar de ocuparse en las tareas rurales“, “los mendigos que pidan sin defecto físico que lo justifique” y hasta los que “anden de florcita”, enamorando. Las penas o castigos podían ser variables: “ser destinados por dos o cuatro años al servicio de las armas“ o al contingente, trabajar gratuitamente “por dos o más años en las obras públicas“, “recibir la pena de azotes“ o “ser desterrados fuera de la provincia“, entre otras.

La sanción que le imponían a los menores huérfanos, pobres o infractores eran las mismas que establecía el régimen penal para adultos. Requiriéndose “discernimiento” entre los niños de 10 a los 14 años. El desamparo se pagaba como grumetes en la Armada, soldados en la línea de frontera, la soledad del destierro como peones en las estancias o el tiempo terrible de los calabozos.

-VII- El desatinado Sueño de Pureza

El desatinado sueño de pureza y orden de los precursores se verterá en la pesadilla histórica de los portadores del estigma de inferioridad. La forma de erradicarlo o, al menos, de ocultarlo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, será mediante normas destinadas a reglamentar y penalizar la sola presencia, el mero estar, el deambular que hace más visible la existencia de los indeseables. Unos cuantos decretos y algunas leyes diseñaron un meticuloso entramado de faltas, contravenciones y delitos cuya configuración requiere, casi como elemento inexcusable, la pertenencia a la pobreza y cuyas penas han sido y son el destierro, el calabozo y la tortura. De esta manera, fueron castigadas a lo largo de los siglos las generaciones nacidas de aquel pecado original de mestizaje que proféticamente denunciara Sarmiento en su “Conflicto y Armonía de las Razas en América”.

-VIII- Lenguaje de la Esperanza

Nuestro héroe mayor José de San Martín -en los años de la muerte- no pudo engendrar a Rosa Guarú -la madre de amor inalcanzable- porque en la culpa capital de mestizaje las penas son infinitas. Desmitificar es volver inteligible la "pesadilla de la historia''. Es liberar a la literatura de compromisos discriminatorios “desamparando a los relatos lineales”, las recreaciones ingenuas. Con todo lo que esto comporta de gestión humana en países nacidos de una mentira colonizadora. Si el Libertador es mestizo -como sostienen algunos investigadores- tendría la piel sensual de Latinoamérica donde “se cruzan y entrecruzan en nuestra bien regada hidrografía social tantas corrientes capilares” como un acto de amor. Ese antiguo lenguaje de la esperanza de que las penas al fin se llamen de otra manera.

Epílogo

Vaciar de cultura a los pueblos nativos de estas tierras, borrar su memoria, fue la tarea más encarnizada de la conquista, aún subsiste. Isabel Hernández se preguntaba si se podrá continuar legitimando la desigualdad. ¿En qué extraño código de audacia se reiterará la destrucción?

 

Fuentes consultadas:

1) Alberdi, Juan Bautista; Autobiografía. La Evolución de su Pensamiento, Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1927.
2) Alberdi, Juan Bautista, Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, Editorial Luz del día, Buenos Aires, 1952.
3) Bunge, Carlos Octavio; Nuestra América, Henrich y Cía. Editores, Barcelona, 1903.
4) Colombres, Adolfo; 1492-1992: A los 500 años del Choque de dos Mundos. Balance y Prospectiva, Ediciones del Sol - CEHASS, Quito, 1989.
5) Guillén, Nicolás; Obra poética, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1995.
6) Ingenieros, José; Sociología Argentina, Editorial Losada, Buenos Aires, 1946.
7) Lacay, Celina; Sarmiento y la Formación de la Ideología de la Clase Dominante, Editorial Contrapunto, Buenos Aires, 1986.
8) Monsiváis, Carlos; Juan Rulfo: declaración de bienes, Texto leído en el Palacio de Bellas Artes en la apertura del Homenaje Nacional a Juan Rulfo, Diario La Jornada, México, 5 de mayo de 1996.
9) Paz, Carlos; Hernández y Fierro. La otra cara de la historia, Catálogos Editora, Buenos Aires, 1992.
10) Pereyra, Osvaldo Víctor; 40 Glosas, Buenos Aires, 2002.
11) Sarmiento, Domingo Faustino; Conflicto y Armonía de las razas en América, Centro de Estudios Latinoamericanos, UNAM, México, D. F., 1978.
12) Sarmiento, Domingo Faustino; Obras Completas, Editorial Luz del Día, Buenos Aires, 1948.
13) UNICRI / ILANUD; Infancia, Adolescencia y Control Social en América Latina: Argentina, Colombia, Costa Rica, Uruguay, Venezuela, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1990.

 

 


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