Un Titanic global, rumbo a su iceberg

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Por Oscar Taffetani 

(APe).- La metáfora del Titanic es perfecta para describir la situación planetaria en momentos en que ha comenzado en Copenhagen, capital de Dinamarca, la COP 15 (Conferencia sobre el Cambio Climático). Esta nueva cumbre se propone avanzar en el reemplazo del Protocolo de Kyoto (nunca ratificado por los Estados Unidos) por un nuevo Protocolo, que incluya regulaciones para India y para China y que ofrezca mayores garantías de cumplimiento.

 

Leemos en el sitio oficial de la COP 15: “La proyección de las consecuencias del calentamiento global es una de las tareas más difíciles de los investigadores climáticos de todo el mundo. Primeramente, porque los procesos naturales que provocan las precipitaciones, tormentas, la subida del nivel del mar y otros efectos esperados del calentamiento global, dependen de muchos factores diferentes”.

Los científicos de la Unidad de Investigación Climática de la Universidad de East Anglia, Reino Unido -el centro que la ONU toma como referencia para el alerta sobre el calentamiento global- predicen para los años que vienen más sequías e inundaciones, menos hielo y nieve, olas de calor, lluvias torrenciales, aumento en el número e intensidad de las tormentas y subida del nivel de las aguas del mar. Un catastrófico escenario.

Frente al diagnóstico y las proyecciones científicas, lo mismo que frente al clamor de los pueblos y naciones más castigadas, la actitud de los países más desarrollados es la misma que tenía Bruce Ismay, presidente de la White Star Line y propietario del Titanic, cuando le ordenó al capitán Smith acelerar la marcha del transatlántico, en zona de icebergs, para anticipar su llegada al puerto de Nueva York y humillar a sus competidores. La soberbia y la codicia de Ismay lo llevó a vender más pasajes que el número de chalecos salvavidas disponibles, como innumerables relatos de ese naufragio han sabido mostrar y demostrar.

Los protocolos de Kyoto fueron firmados pero nunca ratificados por los Estados Unidos, que con apenas el 4 por ciento de la población mundial, consume cerca del 25 por ciento de la energía fósil del planeta, y es el mayor emisor de gases contaminantes.

Ahora, la mayor aspiración de los organizadores de la Cumbre de Copenhagen será que los Estados Unidos (y también India y China) se “comprometan” a reducir la emisión de gases, en plazos “razonables” (2020, 2040, 2060, qué va). Mientras tanto, la desertización y el agotamiento de los suelos traen más hambre a los que ya tenían hambre. Mientras tanto, las inundaciones desplazan y empujan hacia la periferia de las grandes ciudades a millones de desterrados y desocupados, que engrosan las estadísticas de la miseria.

Todos somos víctimas del cambio climático, es verdad. Sin embargo, lo mismo que en el Titanic, hay una primera clase que cuenta con chalecos y botes salvavidas, una segunda clase que deberá pelear, con poca chance, para tenerlos y una tercera clase que ha subido a ese barco, sin saberlo, con la muerte decretada.

Cambio climático y hambre

Hay 60 millones de niños en América latina -se lee en un despacho de la agencia DyN, con la firma de Jorge Amar- que cada noche deben irse a dormir sin comer. Otro dato: un 20 por ciento de la población mundial (es decir, casi 1.400 millones de personas) sobrevive con un ingreso de 2 dólares diarios. Mientras tanto, la desigualdad y la brecha económica aumenta a niveles siderales: El 75 por ciento de la riqueza del planeta está en manos del 10 por ciento de la población. Los ingresos de las 500 personas más ricas del mundo equivalen a los ingresos de 416 millones de pobres.

El año pasado, los amos del planeta gastaron 850 mil millones de dólares en la fabricación de armas y equipamiento militar, mientras que en asistencia alimentaria decidieron invertir sólo 4.500 millones.

Ésa es la distancia que actualmente existe entre la primera clase del Titanic global (accionistas del hambre y de los niños descalzos, escribió Tejada) y los millones de desplazados y hambreados de esta etapa del capitalismo (auténticos condenados de la tierra, en palabras de Fanon).

La Conferencia de Copenhagen será considerada un éxito si allí se suscribe un nuevo Protocolo, lleno de bellas promesas a cumplir en tiempos laxos y lentos y elásticos (lo mismo que los Objetivos del Milenio). Mientras tanto, el hielo de los polos se derrite y las mineras a cielo abierto dinamitan glaciares molestos y siembran el mar con pequeñas montañas de hielo llamadas icebergs. El Titanic avanza, a toda velocidad, con el profit (la ganancia) como única razón y brújula.

Los pasajeros de segunda y tercera clase descansan como pueden o se mantienen en vela, deseando llegar a una tierra prometida, cualquiera sea, en donde puedan comer y procrear y descansar. Como Dios manda. En pocas horas, sonará una campana y se oirán gritos y silbatos. Entonces el Titanic se hundirá y lo único que este capitalismo hipócrita tendrá para decir es “¡sálvese quien pueda!”

Hay náufragos que no viajan en el Titanic, por supuesto. De ellos hemos hablado en otra nota. Mueren a razón de uno cada seis segundos, a causa del hambre. Mueren en tierra firme y lejos de todo. A ellos, la gran Cumbre del Cambio Climático no tiene nada para decirles. No están en el Protocolo de Kyoto. Ni en el nuevo Protocolo.

Por encima del naufragio, sólo la bóveda estrellada. Y el frío. Y el silencio.

 

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