Retroprogresismo y apariencias que no engañan

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Por Alfredo Grande 

 

“Qué es impunidad, Aníbal me preguntas, clavando en mi pupila tu pupila azul, impunidad..¿y tú me lo preguntas? Impunidad: eres tú”.
(Aforismo implicado que parafrasea a G. A. Bécquer)

Dos días después de la muerte de Humberto Ruiz, Sapito para sus conocidos en la Villa 31, fallecido tras un ataque de epilepsia que hubiera sido subsanable con la simple aplicación por vía inyectable de la medicación correspondiente, fue trasladado al cementerio de Chacarita. Como se había señalado en la edición de ayer, ni la propia muerte interrumpió en Sapito el proceso de discriminación que los marcó a él y a sus pares de piel y pobreza mucho antes de que la ambulancia se negara entrar hasta su casa, incluso con custodia policial: el Gobierno de la Ciudad, que no le había provisto de atención sanitaria, tampoco le ayudó para limpiar su error incluyéndolo como vecino, al menos, en el pago de su féretro, el traslado, o los gastos de velatorio.
Entretanto, en un galpón de la 31 bis, donde debiera haber un prometido centro de salud que no lo hay, Claudio Morgado, María Rachid, presidente y vice del Inadi, se reunieron con medio centenar de delegados de la 31 y 31 bis, para escuchar sus reclamos y avanzar en un programa que ya lleva tres meses in situ, y que se propone desplegar un abanico de acciones contra la discriminación. Por Horacio Cecchi (Pagina 12)

(APe).- Mi padre, Enrique Grande, fue afiliado y dirigente del Partido Demócrata Progresista. Feroz adversario de Horacio Thedy primero, y de Martínez Raymonda después, intentó sostener una militancia junto a Hilmar Digiorgio, Luciano Molinas, y en los últimos años, con Ricardo Molinas. En esos tiempos, la palabra progresista tenía la marca de los discursos de Lisandro de la Torre, la denuncia del pacto Roca Runciman, y el asesinato de Enzo Bordabehere. En estos tiempos, el progresismo es apenas el chador con el que se cubren el rostro capitalista los que se quejan del capitalismo, pero nunca se decidirán a combatirlo. Los males del capitalismo, desde el saqueo de los recursos naturales, hasta la perversa distribución de la pobreza, se piensan disimular, apenas, con mejor capitalismo. Como persuadir al mejor mosquito para que no contagie el dengue. En los tiempos de la inclusión, que algunos llaman keynesianismo y los más osados “estado de bienestar”, hasta el más amarrete parece generoso. La copa llena de champán derrama algunas gotas de “chinato garda”. En los tiempos de la exclusión, del costo social del ajuste, de la pobreza estructural, del hambre endémico, la copa de los pocos sigue llena, pero no derrama, porque uno nunca sabe. Sentimos, al igual que el ministro radical de economía en plena hiperinflación (Pugliese, pero no Osvaldo) que hablamos con el corazón, pero nos contestan con el bolsillo. Y los bolsillos de los políticos de raza (desde el caniche al gran danés, pasando por el mastín napolitano) están llenos y desbordantes de ambición. La ambición de poder convierte al progresista en un matarife. Volverá, y aunque jamás será millones, sueña con al menos rejuntar algunos miles, o cientos de miles. Al menos en la Ciudad de Buenos Aires, la reina de la plata, las candidaturas a Jefe de Gobierno se multiplican. Desde amado Buenos Aires, (Boudou) hasta tomar la ciudad (con Tomada). Pasando, supongo, por filmarla (con Filmus). Tres de un solo frente, claro que siempre para la victoria; al menos para dos ni siquiera será contrafrente para la derrota.
El retroprogresismo enarbola la asignación universal, pero mantiene el IVA a los alimentos de la canasta familiar, incluyendo los fideos y el “daño niño”. El modelo agro exportador, denostado hasta la rabieta y los gritos, hoy es garante real, aunque no simbólico, de la bonanza clasemediera y de la riqueza de la aristocracia semillera. Nadie acumula riqueza para distribuirla. El combate contra la pobreza, si no fuera una consigna retroprogresista, debería ser subvertida a un combate contra la riqueza. La que es producto del enriquecimiento ilícito también. El empobrecimiento lícito queda encubierto por la discusión del impuesto a las ganancias sobre salarios. Paradoja psicotizante que sólo los retroprogresistas pueden sostener. No se discute, (en realidad no discutimos de nada, aunque nos peleemos por todo) sobre la esencia del impuesto, sino sobre los valores a los que se aplica. Parece que desde la óptica del impuesto es mejor ser soltero sin hijos, que estar amancebado con hijos. Que un sueldo sea ganancia ni siquiera sirve para un chiste de mi unipersonal. La incuestionable ministra coraje, Nilda Garré, dice como si nada dijera: “el problema es la policía”. No la inolvidable “mejor maldita policía” del reciclado Duhalde, sino la Federal. La misma que los rebeldes de antes, que seguimos siendo los rebeldes de ahora, definíamos, con precisión, pero sin compañía alguna de los retroprogresistas de antaño, como “la vergüenza nacional.” Ese problema parecería que no lo fue para el actual jefe de Gabinete, el “otro Aníbal”. Una de las características de los retroprogresistas es el uso de un maquillaje facial mezcla de crema humectante y poximix. ¿Dónde está Wally?
Ya escucho voces que me reprochan que el retroprogresismo de la oposición es igual. De eso se trata: el retro inventó una categoría abstracta llamada “la oposición”. Incluso en una diatriba reciente, fue definida como “la opo”. Alguien preguntó que era “la opo” y cuando contesté: “el marido de la opa” me retiraron el saludo. Pero crear categorías formalmente abstractas y luego combatirlas, es un deleite retroprogresista. Porque en esa bolsa de gatos, gatas y roedores, los enemigos reales quedan disimulados. No sea que alguna vez tengamos que negociar con ellos, dios y Menem no lo permitan. Pero los feudales del interior, que ni siquiera llegan a la categoría de retroprogresistas porque están instalados en el lugar del fascio-populismo, saben que la transversalidad tiene cara de hereje. El “experimento Cobos” terminó siendo una saga de Freddy Kruger. Si el Ejecutivo se dormía, Freddy los mataba. Los vituperios contra nuestra propia versión de Peter Sellers, ocultó los mecanismos por los cuales se hizo una alianza con tan derechoso personaje de tan derechosa provincia, habiendo tanta gente de bien, luchadora y honesta, en los pagos del movimiento peronista auténtico. Si algo define al retroprogresismo es la absoluta falta de autocrítica y la absoluta abundancia de reproches… a los demás. Lo sabemos: Macri es fascismo de consorcio. Por lo tanto odia al retroprogresismo. Es el partenaire ideal para sostener los “gags” entre Ejecutivo nacional y Gobierno de la Ciudad. Versión remixada de los diálogos entre Alberto Olmedo y Javier Portales. El Maurizio presta, como el niño de los azotes al príncipe, un aporte valiosísimo. Al lado del pro terminator, todos parecen progres verdaderos, progres de raza. Si robarle a un ladrón tiene cien años de perdón, enfrentar a un depredador puede hacer ganar una elección. No le importa al retroprogresista que lo mismo que se combate en la reina de la plata, se aplaude en la provincia de los buenos aires. La paradoja cruel de un oportunismo salvaje, apenas se considera una contradicción menor para los retroprogre. Es más importante quien inaugura la Feria del Libro -después de todo es eso, una feria, o sea, un mega shoping literario-, que la tierra arrasada por las mineras para siempre, que ni propina dejan, luego de haberse comido todo, incluidos manteles, mesas y sillas. Si el escándalo es la cara visible de la hipocresía, a los retro les encanta escandalizarse. La esclavitud para el trabajo, para la explotación sexual, para el tráfico de órganos, existe hace décadas. Pero son las organizaciones no gubernamentales las que tienen que “laburar” las denuncias. El Ejecutivo Nacional pone anuncios contra el trabajo en negro sin reparar que es discriminatorio asociar negro con ilegal (¿sin reparar?) Pero el estado sostiene muchos contratos basura. Y sostiene el trabajo en blanco, aunque es un blanco de mierda. La memoria histórica y los juicios a los represores, se detienen en un umbral sacro: no recordar las masacres de la Triple A, es decir, de la otra alianza: la anticomunista argentina. La operación Serpiente Roja es embolsada. Palos y a la bolsa, y la dictadura cívico militar se lleva los merecidos palos que a otras y otros ni los rozan de lejos. De retroprogresismo nadie está exento, y el autor de esta nota, menos que menos y menos que más. Pero la categoría política al menos, debe ser pensada. “Sapito” es asesinado por un exceso de retroprogre. Abott y Costello se siguen peleando y, endemientras, personas sufren y mueren. El retroprogresismo tiene sus íconos. Viendo el cartel de Aníbal Ibarra, responsable político de la masacre de Cromagnon, y responsable político y cultural del post Cromagnon, pretendiendo ser nuevamente Jefe de Gobierno, recordé a Bécquer, mi socio de amoríos juveniles. Y le dije en la soledad de la ciudad desnuda y peor vestida: “Impunidad eres tú”.

 

 


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