Vivienda, especulación e inhumanidad

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Por Carlos del Frade

(APe).- Dicen que en la noche de los tiempos, el hombre se diferenció de las bestias por buscar un lugar donde protegerse. Aquella cueva original era el símbolo del inicio de la humanidad. Una metáfora que debería tenerse en cuenta en estos días crepusculares donde la existencia parece tener fecha de vencimiento en un planeta estragado por el sistema capitalista.

 

Lo humano está, entonces, directamente vinculado a la vivienda.

La casa propia, aquello que fue bandera y motor de la llamada dinámica social argentina de los años cuarenta y cincuenta.

Tener el techo propio era, simplemente, el anhelo de reafirmar aquella huella original que marca que lo humano está íntimamente relacionado con el lugar donde se vive, se ama, se descansa y se proyecta. Un lugar en el mundo para cada familia. Así de básico y ancestral.

Sin embargo el sistema no celebra la vida, sino el dinero.

La vida se inmola en el altar del dios dinero. No al revés.

De tal forma el credo de la realidad ordena que todo debe tener sentido si, solamente si, produce o es destinado a la producción de más dinero.

Si hay miles de familias que no tienen dónde descansar, amar y proyectar, si no tienen una vivienda digna es, simplemente, porque no la pueden comprar. Entonces que no vengan con derechos humanos o necesidades básicas insatisfechas. Si no hay dinero, no hay vida.

Cuando el año 1819 se tragaba la última posibilidad de consagrar en el trono de la vida cotidiana a la noble igualdad, el territorio que luego se llamaría la provincia de Santa Fe sufrió invasiones de ejércitos porteños que incendiaron sus principales villas, entre ellas, Rosario.

El fuego invasor se tragó las viviendas de la gente humilde que había sangrado y luchado por Artigas y su plan de democratización de tierras, educación y trabajo.

A principios del tercer milenio, de acuerdo a los últimos censos realizado en 2010, a doscientos años de la revolución de Mayo, aquella de la igualdad inconclusa, dicen que miles y miles de casas, viviendas y departamentos están vacíos; al mismo tiempo que casi cien mil familias no tienen un techo digno donde existir.

Fenomenal paradoja del sistema: hay casas para multiplicar dinero, hacer negocios, especular y hablar del boom de la construcción; pero no hay para que viva la gente simple, aquellas familias que como las primeras que pisaron el planeta buscaban un lugar para fundar la humanidad.

Dice la información que “el último censo reveló que en Santa Fe hay más viviendas vacías que familias sin casa. El relevamiento nacional arrojó que existen unas 200 mil unidades deshabitadas en territorio santafesino, unas 65 mil más que los registros de demanda de la provincia”, apuntaba la noticia. Y agregaba que “unas 285 mil hogares en la provincia son alquilados. Representan el 30% del total de viviendas particulares”.

En Rosario, por ejemplo, casi 80 mil son las casas vacías y suman 50 mil las familias que no tienen un lugar con comodidades mínimas para el desarrollo humano.

En realidad no se trata de una contradicción.

Es la consecuencia de un sistema que prueba su inhumanidad y rinde culto a la hipocresía.

Remarca el informe que “la problemática del acceso a la vivienda no se trata sólo de un fenómeno lineal de oferta y demanda, sino que está entrecruzado por situaciones de alta inequidad producto de propias desigualdades sociales que vive el país y la región. Por caso, en Santa Fe hay unas 195 mil viviendas deshabitadas, 65 mil unidades más que los registros de demanda habitacional que maneja el Estado provincial (unas 130 mil). Es decir, mientras muchos santafesinos aún no pueden acceder a un techo estable para vivir dignamente, un elevado porcentaje de unidades habitacionales está vacía, en general por cuestiones asociadas a dinámica de mercado”, sostiene el artículo.

Hoy la vivienda se piensa como un negocio, como una especulación, resultado de un sistema cada vez más inhumano y perverso. Eso sucede hoy en Santa Fe, allí mismo donde un general desesperado había inventado la bandera para dar una señal de esperanza e igualdad a los que sangraban por aquella revolución inconclusa.

Fuente de datos:
Diario “La Capital”, domingo 2 de diciembre de 2012.


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