Sofía y las mismas cadenas

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Por Claudia Rafael

(APe).- Remover todo para que nada cambie. Maquillar. Cambiar rostros. Poner otros nombres. Lo único intacto fue ella. Sofía Milagros. La entera cúpula policial de General Pico fue removida y trasladada. El comisario mayor Fabio Caimari fue nombrado ahora en la Subjefatura de Policía; el segundo jefe, comisario inspector José Luis Palacios fue trasladado al área de Accidentología en Santa Rosa. El comisario inspector Pablo Gandino, que estaba a cargo de la Brigada de Investigaciones en Pico fue trasladado a la Dirección Central de Comunicaciones. La fiscal Noelia Afonso fue obligada a renunciar.

 

Había que descomprimir. Es necesario mover las piezas de lugar. Calmar las aguas. Hacer sentir que todo vuelve a los carriles pueblerinos.

El Estado es eso. Pontifica. Grita, si es necesario. Legisla. Hace dimitir. Corre del lugar. Pero nunca renuncia. Cambia sus formas. Muta. Se traviste. Llama al orden. A ese orden pactado en el que no habrá movimientos ajenos a su voluntad.

Ahora el mismo jefe policial que sospechó de la familia de Sofía Milagros -que la buscó tan lejos de cuanto era posible cuando ella, pequeña, vulnerable, gorrión incipiente a la vida, era destrozada a pocos metros de su casa- se ocupará, siempre cuando ya sea tarde, de otras Sofías, de otras muertes, de otras violaciones, de otras niñas tan niñas dentro de la Subjefatura de Policía. Remover un poco para que todo siga igual. Nada más.

Hay un camino trazado con los fibrones del odio y del poder. Un camino demoledor y perverso que pergeña y planifica en función de los intereses superiores que no son otros que los de un contrato social amnésico de la infancia. Que define minuciosamente el rol de cada uno de sus tentáculos. Esos mismos brazos que la entregaron prolijamente a las oscuridades vanas de un hombre que la deglutió de un solo bocado.

A los 12 años, la magia de la infancia no protege de los desaparecedores. No resguarda de las reinas de corazones ni de todos los malvados de la tierra. No abriga de los asesinos de utopías ni refugia de la muerte atenazada. A los 12 años se cree aún que la ternura abanica enteramente la historia y que no hay leviatanes detrás de las orillas amenazando con sus muecas asesinas. Sofía Milagros Viale entró a la casa tan cerquita de la suya como una Alicia maravillada con un país de chocolate. Unas roscas, unos panecillos le prometió comprar ese hombre oscuro. De la canasta que ella vendía. Con ese carrito eterno que ella empujaba cada día a la salida de la escuela. Y ella le creyó.

Removieron a la entera cúpula de los que dicen que la buscaron. A la fiscal que ordenaba aquí y allá. Y tal vez siga. Como siguió y siguió la remoción de policías, fiscales y secretarios que dicen que buscaron a Candela Sol Rodríguez.

Y todo será igual. Por lo siglos y por siempre. La misma cadena. La misma impericia. El mismo nomeimporta. Las mismas Candela. Las mismas Sofía.

Y todo será igual. Como tantas veces en la misma historia. Hasta que asome a la vida, a vagidos, a esperanzas y roja de rabia una nueva humanidad.


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