Los cuentacuentos de Mousy

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Por Carlos Del Frade, desde Reconquista

(APe).- María José Leguizamón es la directora de escuela secundaria más joven de la provincia de Santa Fe. Ejerce el cargo en tres establecimientos rurales del norte profundo. En el paraje Mousy, en La Sarita y San Manuel. Tres puntos en algunos mapas pero que, más allá de la mención cartográfica, están habitados por decenas de pibas y pibes que merecen que la palabra futuro también sea sinónimo de algo dulce y no de angustia para ellos.

 

En esas escuelas de las familias agropecuarias, las chicas y chicos inician el recorrido secundario pero abandonan, mayoritariamente, después del primer año. La primera promoción, por ejemplo, en Mousy, solamente fue celebrada por una quincena de alumnos sobre un total de casi noventa que iniciaron el recorrido educativo.

Se ganan la vida con changas, especialmente vinculadas a la producción de leña en los montes de la zona de Arroyo Ceibal. Esa actividad deja huellas en las manos de chicas y chicos adolescentes.

Otros pibes intentan ganarse la vida con las abejas y la venta de la miel pero apenas trabajan como peones. No son productores. Siempre trabajan para todos y el dinero no alcanza para mucho. Al contrario.

Un tercer grupo de adolescentes logra ser empleado de las pollerías de los alrededores de ciudades como Avellaneda y Reconquista pero en todos los rubros nombrados, el salario –con mucha suerte- llega a dos mil pesos mensuales y en negro.

Las chicas, en su mayoría, trabajan como niñeras. El principal cuidado es el de los propios hermanitos. Semejante tarea las exilia de las escuelas en forma muy temprana.
Pero a pesar del sueldo efímero, las chicas y los chicos de los establecimientos rurales del norte santafesino sueñan con seguir estudiando para, alguna vez, volver a sus pueblos de los que nunca se imaginan yéndose de manera definitiva.

Incluso piensan en comprarles cosas a sus padres para devolverles algo del todo esfuerzo que destinan en el presente.

-Frente a la escuela de paraje Mousy funciona un hogar de niños abandonados que tienen entre 3 y 13 años. Son chicos con muchísimos y profundos problemas de conducta. Sin embargo, nuestras alumnas y nuestros alumnos siempre se las ingenian para llevarlos a la secundaria y pasan horas leyéndoles cuentos. Es algo que esos chicos retribuyen con un cariño hermoso. Necesitan mucho amor y los que les dan ese amor son justamente las pibas y los pibes de la escuela que trabajan de forma tan dura – describe la joven directora, María Leguizamón.

En esas escuelas rurales la droga no está presente. Pero sí el alcohol.

Un rito cotidiano es el llamado “jueguito peruano”. Consiste en tirar cartas o dados y según el número que aparezca, el chico o la chica tiene que tomar la cantidad de vasos de la bebida que indique esa cifra. Es un problema serio que están intentando pelear con distintas herramientas.

Otro de los factores de integración para las chicas y los chicos de las escuelas rurales de la zona de Avellaneda y Reconquista, norte profundo de Santa Fe, es la iglesia. No hace mucho tiempo atrás, la noticia fue que había un cura flogger que congregaba a gran cantidad de adolescentes a sus curiosos oficios. Hay poco lugar para el deporte en esas tierras que alguna vez fueron la geografía devastada por La Forestal.

-Hace poco tiempo cayó muy mal el suicidio de uno de los chicos que venía a la escuela. Sin embargo hay un futuro que se palpa a diario. Es que todos los días apostamos a la ternura de esas chicas y esos chicos. Ellos son capaces de resistir y pelear por un futuro mejor. De allí que se conviertan en el mejor motivo para continuar intentado un proceso educativo para cada uno de los docentes. Por esa increíble resistencia pasa también la esperanza. La de ellos y la nuestra - dice María.

Fuente de datos:
Entrevistas realizadas por el autor de la nota en Reconquista, norte profundo de la provincia de Santa Fe.

 


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