500 años después, la misma sangre en la misma tierra

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Por Silvana Melo

(APe).- 500 años y cien millones de muertos después. La misma tierra se riega con la misma sangre. Las flores silvestres y el maíz crecen en las tierras del saqueo. La soja entra como topadora y con topadoras. 500 años después acorralan al puñadito que queda. Lo corren, lo expulsan, lo talan, lo asesinan. Lo arrinconan en el barro o en la piedra. Donde no se puede sembrar. Donde nadie vive. 500 años después el exterminio sigue en pie. La condena del genocidio no prescribe. Cien millones de muertos después, hay otro muerto. Hay otros muertos. En Santiago del Estero. En Monte Quemado. En la que fue la periferia de Potosí, en los dueños de esa tierra enterrados en las minas y muertos bajo la plata que se llevaron los mismos que hoy alambran los pedacitos de tierra que les quedan y les mandan sicarios para clavarles una faca en la yugular. O un tiro en el alma.

 

Siglo tras siglo los modelos productivos fueron raleando a los campesinos originarios, los que salieron de la tierra, brotaron del barbecho, asomaron de los ríos, fueron roca en los montes. Siglo tras siglo pasaron por Santiago del Estero. Y pasaron los Juárez y seguían el saqueo y el exterminio y los campesinos de los orígenes raleados de su suelo para pisar.

Hace 500 años y hace diez otro modelo productivo fue brutal y arrasante. Vestida de conquistadores, la soja transgénica fue la invasora. La colonización del suelo fue la sojización del país. Pizarro era Monsanto. O Cargill. Cualquier tipo de terreno pudo sembrarse con soja y murieron las fronteras naturales. El 56% de la tierra cultivable del país es un reguero de soja. Un horizonte de verde que no se acaba. Cada vez más ajeno. Los testaferros, los jueces, los sicarios. Los papeles apócrifos, la expulsión, el cuchillo en la yugular. El alambrado de casas, escuelas, caminos. Los cazadores que matan a los animales. Los matones armados que corren a las familias.

Miguel Galván era parte del Mocase y del pueblo Lule Vilela. Tenía 40 años. El sicario de un empresario de la soja le clavó una puñalada en la arteria que más sangra. Lo habían denunciado una, mil veces. Pero la tierra se sigue regando con la misma sangre.

La misma de Cristian Ferreyra, muerto a balazos el 16 de noviembre de 2011 en el paraje San Antonio.

La misma de Javier Chocobar, diaguita de la comunidad tucumana Chuschagasta, asesinado el 12 de octubre de 2009.

La misma de Ely Juárez, que murió de un infarto tratando de frenar una topadora en San Nicolás, otro paraje de Santiago.

La misma sangre riega la misma tierra.

500 años y cien millones de muertos después.

 


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