Morena y los aviones

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Por Claudia Rafael

(APe).- “A través de él, rendimos tributo a los valientes inmigrantes que llegaron un día a estas benditas tierras a dejar todo de sí, para fortalecer y dignificar al hombre con el trabajo, engrandeciendo la patria que los cobijó, tal como lo hizo con este hijo adoptivo que desembarcó con ganas de progreso”. La escuela 92, de Campo Grande, con sus 16 alumnos que todos los días van a clases en el departamento de Graneros, provincia de Tucumán, portará el nombre de “León Alperovich”. Ya no será “la 92” para todos sino que llevará el nombre de ese exitoso empresario ya fallecido que supo ser el padre del gobernador José. Tal vez la emoción, las lágrimas, el orgullo de escuchar esas palabras grandilocuentes mientras que la Legislatura proponía el 3 de octubre ese simbólico bautismo en una escuelita del interior de su provincia, hizo a José Alperovich olvidar del destino de una niña. Quizás fue el acto que tendría el 1 de octubre en Casa Rosada para entrega de préstamos del Bicentenario y nombramiento de Martín Sabbatella al frente del AFSCA.

 

Ella, en cambio, tan lejos. Tan ajena a los discursos rimbombantes y serviles. Ella supo ser brevedad. Fue colibrí. Mariposa. Benteveo multicolor. Fue sombra y luz en el mismo y exacto instante. Fue arroyo débil y desnudo. Fue vida pura y frágil aleteo hasta la muerte. Tuvo la sensualidad en el nombre desde antes de asomar a un mundo que le fue hostil y perverso. Supo desde semilla que la historia sería para ella cabalgata cruel y por eso tal vez no llegó sola. Se llamó Morena Guadalupe. Y su vida quedó unida por los hilos férreos de la ternura a la de Zamira, ese viento suave que puede ser –dicen las etimologías- “fuerza de dios”.

Juntas fueron “las gemelas del milagro”. Pero los milagros –se sabe muy bien en los mapas rojizos del fango- no son eternos. Los milagros nunca son eternos cuando los hombres poderosos hacen zancadillas a la vida. Cuando sienten que el milagro es sólo el propio y que durará por siempre. Cuando intuyen que son los hacedores del mundo entero que hinca sus rodillas ante su propia magnificencia.

Morena y Zamira nacieron en San Miguel de Tucumán el 16 de diciembre de 2011. Eran sietemesinas. Pesaban apenas un kilo cada una. Como un mágico paquete de azúcar que endulzará la vida para siempre. Girando y girando sobre sí hasta transformarse en un copo leve como el algodón.

Juntitas estuvieron en Neonatología los dos primeros meses. La muerte las acechaba. Visitaba su cuarto y sobrevolaba los cuerpitos frágiles. Una bronquilitis les marcó de repente el destino durante el mes de mayo. Pero Zamira tenía –como su nombre- la fuerza de un dios. Morena, no. Un virus irrumpió en sus venas, en su sangre, en su cuerpo. Dos operaciones, tres paros cardíacos.

Los papás, Claudia y Dardo, oyeron hablar de magias y sortilegios. Sintieron que frente a sí podía estar el milagro y que el vehículo para el milagro se llamaría Zamira. La entraron a Neonatología y la acostaron junto a su hermana como escucharon habían hecho con dos gemelas estadounidenses en 1995. Cuentan los diarios tucumanos que entonces “Morena recuperó su ritmo cardíaco, la oxigenación de la sangre se normalizó y empezó a ganar peso”.

Pero los primeros días de octubre, mientras la Legislatura tucumana se debatía en el análisis discursivo y se enfrentaba –oficialismos y oposiciones- por el bautismo de la Escuela 92 de Campo Grande; mientras la liturgia K y de la opo se enfrentaba por los pergaminos de Sabbatella y la ley de Medios, la pequeña Morena empeoró. La mejoría había sido sólo una quimera. Una levedad pasajera.

Morena estaba severamente desnutrida. Los médicos hablaron de urgencias. Dijeron que en la república tucumana ya no habría jardines que pudieran salvarla. Que era imprescindible llevarla al Hospital Italiano, en la capital argentina. Que había que pedir el avión sanitario de la provincia. Ese que –denuncian los medios tucumanos- estaba ocupado por el traslado del gobernador hacia las mieles del poder. Allí donde el máximo mandatario de la provincia –el que fue legislador radical por el 95, ministro de economía del justicialista Miranda por el 99 y senador nacional del PJ en 2001- siente que está un poco en casa. Después de todo, su esposa Beatriz Rojkés, “la Betty” en su provincia, es presidenta provisional del Senado y segunda en la sucesión de Cristina.

Morena fue trasladada en un avión privado. Dardo, su papá, dijo que "viajamos en otro que no estaba preparado. Hacía frío, no tenía calefacción y Morena no iba dentro de una incubadora”.

A la una de la mañana del miércoles 3 de octubre Morena llegó al Hospital Italiano. Fue vientito de vida que se apagó 22 horas más tarde.

“Yo también estoy muy dolido, ¿pero cuál es la responsabilidad del Estado?”, se condolió el gobernador. El Estado parece ser para el matrimonio gubernamental tucumano una extraña entelequia ajena a estas tierras y a las penas de sus gentes. “No podemos tener al señor Estado a la par de una familia que está borracha, y permite que una criatura de seis años esté sola”, había dicho “la Betty” cuando asesinaron en una tardecita de otoño a la pequeña Mercedes en el barrio Villa Muñecas de la capital provincial.

Quizás Morena hubiera sido de todos modos brevedad. Colibrí de vuelo tenue destinado a apagarse tempranamente. Tal vez no. Cómo saberlo. Cuál es la responsabilidad del Estado, se preguntó desde las cimas de su propio Olimpo Alperovich. Tan lejos de los barros donde los morenitos de la Historia danzan sus dolores sobre los abismos. Y surcan el Tiempo con sus arrabales a cuestas. Tan a contramuro de las cúspides, de las galas, de los palcos escénicos en los que el poder se viste con las ropas del olvido y la prescindencia. Tan a años luz de nuestros niñitos descalzos.

 


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