Alguna vez será la victoria

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Por Silvana Melo

(APe).- Cuando la barrera salta, convencida de que la pelota volará por arriba y sin embargo pasa, subrepticia, por debajo de sus pies, hay una victoria. Una victoria de la magia por sobre el veneno de los basurales. Una victoria del colibrí sobre el glifosato. Una victoria de un niño ante la muerte, el abandono y la soledad. Messi es una risa niña y picardía después del gol que nadie, pero nadie pudo evitar. Como serán miles y centenares de miles las risas niñas y picardías ante la victoria que vendrá, más temprano que tarde, alguna vez en las vidas, cuando la muerte caiga muerta. Caiga de un síncope y nadie más pueda hacerse el distraído y se hayan acabado el hambre y los golpes y los niños mula y el cianuro y las balas para otros y las mordazas y los gusanos en los pies.

Tiene cuatro meses y está internado en el Hospital de Niños "Héctor Vilela" de Rosario, roto en su fragilidad. Golpeado por manos que eran para amarlo. Cada dos días llega al Vilela un niño maltratado.
En Wilde una nena de tres años apareció en el hospital quemada, amorotonada, fracturada. Padres y madres están detenidos.
Dice Carlos Del Frade que es la mayor perversión del sistema. La pedagogía de la cobardía. “Castigar a los más débiles y cercanos y dejar impunes a los poderosos, a los responsables de las mayores frustraciones existenciales”.
Corre y es un hechizo. Es un niño blanco y es un niño negro. Como fue Samuel Eto'o, arrancado pequeño de Camerún y arrojado solo bajo los puentes en las calles francesas hasta que alguien le vio las piernas y el sortilegio llegó al Barcelona.
Corre y baila y sólo hay postes dormidos alrededor, hipnotizados que ya no lo ven. Y aunque es uno y solo, se ríe a cántaros cuando llega la victoria. Se ríe por todos.
Estaba forrado en cocaína. En la casaquita, en los pañales. A los ocho meses era una pequeña mula y ya era parte de una banda de narcos. Los detuvieron a todos en Esteban Echeverría.
Las encontraron en Posadas, en una casilla. Tenían 5 y 7 años, la cabeza llena de gusanos y los pies destruidos por los piques. Los promotores de salud, dijeron, no podían entrar porque el padre los echaba. Entonces se volvían a casa. El Estado, sin culpa y en paz.
En Comodoro Rivadavia ataban y amordazaban a los bebés en un jardín maternal. A veces lloran. Si tienen hambre o les duele la panza. O les ataca el desamparo como un duende de vinagre y sal.
Triana iba en la moto con su padre hacia una canchita, en el sur de Rosario. Tenía cuatro años. Las balas la destruyeron en un solo instante. Eran para su padre, que murió después. Ella no tuvo una sola chance. No se la dieron. En la canchita donde iban por ahí estaba él encendiendo fueguitos. Pero no llegaron.
Corre como escapado de un comic, perfecto como en la play pero humano desde la piel hasta la risa niña y los dedos índice señalando al cielo. Cada gambeta de a tres, de a cuatro, cada sombrero, es una victoria. No importa que juegue tan lejos, que sea millonario, que no haya pasado hambre en Fiorito ni se haya rajado los pies en la tierra cuarteada del Chaco. Cada vez que se ríe con todo el cuerpo es una victoria de la vida misma.
Como alguna vez se reirán con todo el cuerpo los miles y centenares de miles cuando ya no haya cómo parar esa victoria que vendrá.
Cuando avancen gateando, en cunitas de palo arrastradas por calandrias y cauquenes, saltando piedras, corriendo por pasillos, abriéndose en los montes, rompiéndose las rodillas en la tierra, pero felices porque adelante parece que va Messi con un gol en los ojos.

 


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