Un buen día

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Por Manuel Vicent (*)

Que tenga un buen día. Con este deseo y una sonrisa el tendero suele despedir al cliente que ha pasado por caja. Se trata de una fórmula que va más allá de la mera cortesía, porque hoy, tal como viene el baile, un día, un solo día es el horizonte de todos los sueños que acompañan al ciudadano desesperado en su viaje al final de la noche. Que tenga un buen día. Con esta frase rutinaria la cajera del supermercado, junto con el ticket de la compra, te ofrece todas las variables posibles de éxito o fracaso que caben en 24 horas.

Si realmente ese es para ti un buen día, de momento no te van a echar del trabajo; ningún político del Gobierno, aprendiz de gángster, te amenazará con mandarte al inspector de Hacienda; no serás tú, sino otros, los que pedirán limosna de rodillas en la puerta de una iglesia, los que escarbarán en la basura de los contenedores, los que deberán pasar un riguroso examen ante un soplagaitas del Ayuntamiento para poder tocar el acordeón en una esquina disfrazado de mendigo y ningún gorila macarra, dotado con antorchas de policía nacional, te cacheará en plena calle simplemente porque no le gusta tu cara. Que tenga un buen día.
Si ese deseo se cumple, al despertarte no te dolerá nada; ante el espejo del cuarto de baño no tendrás que avergonzarte de algo que solo tú sabes; para ti el mostrador del bar de la esquina será un altar 
y allí celebrarás el sacramento del desayuno con el café y unas tostadas mientras lees en el periódico el triunfo de tu equipo. Que tenga un buen día, te dirá el camarero. Al llegar a la oficina sin saber por qué, te recibirá el director con una palmada amigable en la espalda y en el trabajo serás uno de esos tipos que no le da importancia a cumplir con su deber. Luego verás la calle repleta de ciudadanos amaestrados, derrotados, caminando bajo el crepúsculo de oro con una recóndita ira que no acaba de estallar. Al volver a casa, el mendigo, que toca el acordeón en la esquina, detendrá el vals: que tenga un buen día, te dirá, aunque sea ya noche cerrada y serás tu el primero en sorprenderte de este milagro: la gente humillada no se ha rebelado, no ha sido asaltado el palacio del Congreso todavía, los políticos corruptos no han sido sacados a patadas y la ciudad no ha ardido aún por los cuatro costados.

(*) Publicado en El País, España.

Edición: 2599


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