Niño que mata y muere

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Por Silvana Melo

(APe).- La muerte milita para sí misma. Es ella con mil máscaras. Mata a quien mata y a quien muere. Asesina de hambre a un niño, lo mata de gatillos ligeros, de veneno o de paco. Pero también lo muere por matar. A los 13 años un niño es un edificio en construcción. Va y viene del cimiento a la cúpula. Y uno y el otro están a medias, parados en el aire, en la orilla del derrumbe.

Es el niño que a los 13 años abre un cajón, retira una 9 milímetros paterna, corre a repeler un asalto en su propia casa, aprieta el gatillo y ve caer a un hombre sobre su propio charco de sangre. Lo ve morir por su mano. Por su pequeña mano que sintetiza una pequeña historia de vida. Un contexto social y mediático de respaldo a la muerte como política de estado. De negación de la vida como política de expansión de la muerte.

Giorgio Agamben hablaba del niño sacer, cuyo sacrificio en gratitud a los dioses convertía a su vida en la contrapartida de un poder que puede aniquilarla. El niño muere de hambre, de plomo en la sangre, de glifosato en la tierra, de paco en los pulmones, de una bala en la espalda. Y muere cuando aprende, de la sociedad que mata, que es posible eliminar a la otredad. Muere como el niño sacer de Agamben, en una muerte silenciada, de la que nadie nunca tendrá la culpa.

Edición: 3260


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