La luna pequeña

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Por Carlos Del Frade

(APe).- “…Salimos los 17 con una luna muy pequeña y la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón donde estábamos, que no tiene casas cerca, pero sí sembradíos de papa regados por acequias del mismo arroyo. A las 2 paramos a descansar, pues ya era inútil seguir avanzando. El Chino se convierte en una verdadera carga cuando hay que caminar de noche. El Ejército dio una rara información sobre la presencia de 250 hombres en Serrano para impedir el paso de los cercados en número de 37 dando la zona de nuestro refugio entre el río Acero y el Oro. La noticia parece diversionista”, escribió Ernesto “el Che” Guevara, por última vez, el 7 de octubre de 1967.

Medio siglo después del asesinato del Che, efectivamente, como dice la canción, es un muerto que no para de nacer. Su figura, a pesar de los pesares, sigue apareciendo en la vida de millones y millones que, habitantes de segunda o cuarta clase en esta cápsula espacial llamada planeta Tierra, encuentran en la vida del revolucionario una esperanza concreta de convertir la existencia en una celebración de derechos concretos y no una pesadilla cotidiana.

Ese último texto habla de la luna muy pequeña. El cielo lejano de la luna muy pequeña. El cielo que debía tomarse por asalto, según la poética y clara mención de Marx, estaba lejos en la última noche del comandante. Por eso la luna era muy pequeña antes de la caída en combate.

Alguna vez, un hachero de solamente veinticinco años y que parecía de cincuenta, dijo de la luna chiquita que se veía en los montes del sur santafesino donde vivían sin luz eléctrica ni agua ni botiquín. Pero el hachero soñaba con jugar de nueve en La Bombonera. Con que sus hijos no repitieran semejante sufrimiento cotidiano.

En otra oportunidad, un pibe cosechero de algodón que escribía poesía a la luz de las velas porque durante décadas de democracia tampoco le había llegado la luz eléctrica a su casita en el norte, también decía de las estrellas indiferentes y la luna chiquita.

Mi mamá, antes de morir en una cama del PAMI I en Rosario, la cuna del Che, me decía que buscaba la luna antes de dormir y le pedía al cielo que la suerte sea mejor para los suyos.

¿Cómo habrá visto la luna aquel revolucionario de Galilea en medio la clandestinidad, antes de ser traicionado y entregado a la tortura romana y que insistía en echar a los mercaderes del templo y declararse hijo del hombre, hijo de la historia y no descendiente de ningún dios?

En Ayohuma, otro comandante guerrillero revolucionario, Manuel Belgrano, el 14 de noviembre de 1813, toma la bandera y se queda último en el campo de batalla para evitar, con su presencia, la masacre de sus soldados. Maldiciendo su soledad, padeciendo la traición de los que prometieron ayudarlo, Belgrano preguntaba, como lo hacía el Che en su cuaderno de Bolivia, “¿cómo lanzarme montaña arriba -dice- como me exigían, si tenía pocos efectivos y una tropa debilitada por el paludismo; material maltrecho y escasas cabezas de ganado? ¿Cómo ir hacia el Alto Perú si aún los ríos y los arroyos están crecidos e infranqueables?.. Cómo avanzar sin el dinero necesario para emprender una campaña sobre un país pobre en que es preciso pagarlo todo. Por milagro continuado de la Providencia subsiste la tropa impaga y contenta con buenas cuentas ridículas….”. Bajo la luna pequeña de esos arrabales bolivianos, Belgrano ordena quemar la Casa de la Moneda de Potosí. Igual que el Che.

La luna pequeña del cielo lejano.

Pero acá abajo, cerca de las raíces, como dicen otros poetas del sur del mundo, la bandera del Che sigue presente en esas simples y profundas enseñanzas a sus hijos: “Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre, capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”.

Bajo la luna pequeña del cielo lejano siguen apareciendo los que se rebelan contra la injusticia, la desigualdad y la violencia del dinero.

Fuentes: Diario del Che en Bolivia; “Las banderas de Belgrano”, del autor de esta nota; “El sur también existe”, de Mario Benedetti.

Edición: 3456

 


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