El origen de la tristeza

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Por Bernardo Penoucos

(APe).- Pablo Ramos, novelista de Avellaneda, dice y cuenta que en la culminación de su infancia está el origen de la tristeza, de su tristeza, esa infancia que se le fue entre los trenes de la distancia cuando se enteró de que su amigo, su hermano, había sido asesinado antes de cumplir los dieciséis.

Pero  ahora  en quien pienso es en  Claudio y en el origen de su tristeza. Quisiera preguntárselo, sentarnos y charlarnos de a dos, mano a mano, palabra a palabra. Pero Claudio no está, Claudio apagó el motor cuando su corazón dejó de bombear sangre y quedó desplomado en un patio  de cemento gris en la cárcel de Sierra Chica hace exactamente 3 días. Claudio, estudiante de Trabajo Social, Claudio preso desde tristes infancias, Claudio muerto encerrado y la familia de Claudio recorriendo como una humildad enfilada la distancia desde el Docke hasta la cárcel para retirar el cuerpo inerte del hijo, del hermano, del  muerto.

Que habrá mirado Claudio cuando el frío o el calor le recorrió el cuerpo en ese cemento gris, qué habrá visto por última vez en ese patio, habrá visto el cielo, habrá visto su niñez lejana, habrá visto la libertad y el horizonte posible o habrá visto la reja como último paisaje. Claudio había recurrido al área de Sanidad del Penal, le dolía el pecho y le dolía el corazón, pero en Sanidad no había sanadores, no había médicos, no había calma para el corazón de Claudio que horas después le apretó más el cuerpo y se le salió de golpe y al galope como no aguantando más, como diciendo basta compañero, como diciendo hasta acá el viaje.

En tantos pibes y pibas el origen de la tristeza radica en esa culminación autoritaria de la niñez, tantos y tantas vienen arrastrando esa pena y esas zapatillas agujereadas y esos corazones dolidos que quieren escaparse de la cápsula enrejada y mueren mansos en el intento.

Desde qué márgenes podemos, nosotros , escribirlos ahora, cuáles serán las palabras que puedan nombrarlos, cuáles son los textos que nos expliquen, cuáles son los abrazos que nos encuentren, cuáles son los odios que nos separen.

Pobre Claudio, pobre pibe del Docke que tenía en el puño apretado la libertad enseguida, ya se iba, ya se estaba yendo, ya veía el portón que divide a los libres de los presos, ya estaba caminando hacia ese otro escenario cuando, de repente y sin pedir permiso, el cuerpo se le fue y el rostro se apagó.

Edición: 3461


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