Un tranvía llamado unidad

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Por Alfredo Grande

(APe).- Hace algunos años, o décadas, que ya pasan a ser lo mismo, atendía a una pareja. Se insultaban, agredían, descalificaban, denigraban, sin censura alguna. Ahora bien, o mejor dicho, ahora mal: cuando yo intervenía para señalar o interpretar alguna conducta que evaluaba como sintomática, los dos hacían un bloque compacto, cual legión romana, y me atacaban sin piedad.

En una ocasión, ante una intervención mía, él se despachó contra el psicoanálisis y muy especialmente se ensañó con la teoría del complejo de Edipo. Creo que fueron 10 minutos donde apuntó sus cañones, aunque apenas eran balas de cebita, para demoler la concepción de la atracción sexual entre hijos y padres. Remató su faena preguntándole a la esposa: “¿estás de acuerdo conmigo, mamita?”.

El consultorio de un psicoanalista es muchas cosas, pero también es un analizador político e institucional. Cuando nos enojamos, atacamos, nos ofendemos, nos sentimos agredidos y muy especialmente cuando somos agredidos, táctica y estrategia se fusionan. El gaucho Martin Fierro y el Sargento Cruz hicieron causa común, aunque en origen y destino eran incompatibles. “De rodillas a su lado yo lo encomendé a Jesús; faltó a mis ojos la luz, tuve un terrible desmayo; cái como herido del rayo cuando lo vi muerto a Cruz.”

Estamos heridos por el rayo del neoliberalismo fascista. La suma del poder público se ha logrado fusionando a los tres poderes en uno solo. Judicial, Legislativo y Ejecutivo: tres en uno. Trino reaccionario y conservador. Del miedo pasamos al pánico, ese invento de Roche para vender rivotril. Y del pánico al terror, que no solamente aterroriza, sino que paraliza y confunde. El terror aniquila el pensamiento, y podemos reaccionar provocando aquello que tememos. Un ejemplo es cuando hay riesgo de muerte inminente y las personas prefieren suicidarse.

Hoy la resistencia contra el macrismo tiene la marca de la unidad. “Unidad de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode, se jode”. A mí me gusta la unidad de los trabajadores, pero sospecho que igual voy a joderme. Porque si bien buscamos la unidad, seguimos escapando a un pensamiento crítico fundante. Algo que nos permita pensar qué hicimos nosotros para llegar a esto. Para los kirchneristas la culpa es de los que votaron a Macri. Incluso hay escritos de importantes intelectuales que en forma solapada están proponiendo una especie de revival del voto calificado. La denigración del votante de Cambiemos es un per saltum al análisis de por qué ese votante eligió a la suegra cuando podía quedarse con la esposa. Es un viejo chiste de Aldo Camarota, uno de los guionistas de La Revista Dislocada. La ausencia de un pensamiento crítico sobre la década ganada que finaliza con una elección perdida, será el talón, la pierna y hasta el cerebro de Aquiles de cualquier intento de unidad.

La CTA no pudo obtener personería jurídica durante el gobierno kirchnerista. Yasky y Miceli estaban unidos por el amor pero terminaron en el espanto y la CTA se dividió. Ahora las dos CTA aparecen unidas por el espanto, y comparten actos y propuestas Yasky y Miceli. Para muestra vale un botón, si ese botón es un analizador. La unidad del campo popular ha sido durante décadas, más una hegemonía partidaria que una política de alianzas de clase. Con el agravante de que no pocas veces, en realidad muchas, se fogonea con pactos perversos entre explotadores y explotados. Desde cierta perspectiva partidaria, la izquierda clasista es funcional a la derecha. Qué fácil es ver la brizna en el ojo ajeno, y no la viga en el propio. Nada más funcional a la derecha que pretender consensos, acuerdos capital trabajo, movimiento obrero organizado para sostener a un Estado Gendarme. Lo que en el macrismo es evidente, o sea, sale a la superficie, en toda la etapa partidocrática democrática post dictadura, ha sido una constante.

Menem, el que dijo que si decía lo que iba a hacer no lo votaban, y tenía razón porque eso hizo Angeloz y no lo votaron, fue en su momento parte de la renovación peronista. Cuando ganó Alfonsín, tan inesperado como el triunfo electoral de Macri, se acuñó el concepto político de “mariscales de la derrota”. Luder, Herminio y otros pasaron al destierro.

En la actualidad, con el agravante de que venimos de una década ganada, nadie se animó a hablar de “mariscales o mariscalas de la derrota”. Lo único es culpabilizar, acusar y denigrar al pueblo que, ahora, parece que puede equivocarse.
El cercano antecedente del triunfo de Bussi en Tucumán, o sea, indulto electoral a un genocida, tendría que haber sido advertencia suficiente. El Nunca Más terminó siendo una expresión de deseos, deseos incumplidos, al menos desde la segunda desaparición de Julio Jorge López. Creo que incluso muchos y muchas ni siquiera desean un nunca más sino más bien un “siempre igual”.

Por eso la unidad fundante, que yo prefiero llamar unión, exige un análisis colectivo de la propia implicación. En otras palabras: un ejercicio permanente de la autocrítica, mucho más importante que el ejercicio permanente del ajeno reproche. El espanto une, pero pasado el espanto las divisiones y enfrentamientos regresan. Lo reactivo puede ser masivo, pero siempre será efímero.

Hoy en un programa de radio me preguntaron sobre la “crisis”. Y lo primero que aclaré es que en realidad es una “catástrofe”. Y confundir ambas situaciones es suicida. Escribí hace algún tiempo: “las dictaduras toman lo diferente por incompatible y asesinan. Las democracias toman lo incompatible como diferente y se suicidan”.

La unidad fundante, o sea la unión, es la prevención necesaria para todas las formas de asesinato y suicidio que la restauración conservadora ha planificado. El viejo tranvía será nuestra tabla de redención y quizá, de salvación.

Edición: 3529


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