La madre que lo gestó

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Por Alfredo Grande

(APe).- A veces, no pocas, me ha tocado desempeñar el rol del “payaso mala onda”. El profesor titular de la cátedra de Psicología Médica, cuando tuve la clase de oposición para el único concurso en salud mental que se convocó en el año 1985, me dijo admonitorio: “Alfredo, durante la clase no te hagas el payaso”- Sostuve la consigna represora casi 38 minutos, pero ya finalizando el inconsciente me traicionó. Pero después que yo quise por congraciarme con el nefasto titular, traicionar a mi inconsciente. Porque en el fundante de mi subjetividad anida el payaso.

Como dije en la presentación de mi primer libro: “soy serio pero no solemne, resultante de la contradicción insalvable entre estatura y apellido”. No soy solemne, por lo tanto soy payaso. La amada y recordada Silvia Bleichmar me lo dijo una vez: “Alfredo, te tragaste a Piñón Fijo”. Décadas después me di cuenta que una cosa es ser payaso y otra muy diferente, casi lo opuesto, es ser bufón. No me interesa hacer reír a ningún soberano. No tengo el alma de un Garrick.- El actor inglés inmortalizado por el poeta Juan de Dios Peza en su poema “Reír Llorando”.

Es cierto que es más fácil hacer llorar que hacer reír. Por eso un payaso mala onda es una paradoja. En esa paradoja me encuentro. Estar capturado en una paradoja genera confusión, bronca e impotencia.

No existe el “mal humor social”. Es un término meramente descriptivo y encubridor. La teoría de los humores, más allá de la genialidad de Hipócrates, es en el mejor de los casos, una metáfora de una medicina balbuceante. Pensarlo en una dimensión social, es a mi criterio, una extrapolación inútil. Pero tomaré la metáfora del “mal humor”, para pensar desde este rol de “payaso mala onda”, cuando hubo “buen humor social”.

Para el peronismo kirchnerista, la década ganada, y para el peronismo en general, los días más felices fueron los días peronistas. Desde la levadura conservadora y reaccionaria que esta sociedad, este pueblo alberga, el buen humor reapareció con la “revolución libertadora” y más cerca, el triunfo de Cambiemos. No hay buen o mal humor para todos y todas. Nuestra implicación política, social, económica, decide. Es cierto que la sequia estropeó el buen humor de la clase agro exportadora. Pero sospecho que tienen varios off shore y varios on shore para superar el amargo trago de las lluvias que no llegaron.

Hablar de mal humor social supone que lo social es homogéneo. Es compacto. Es único. Es el reduccionismo idealista de pensar a la sociedad como un individuo. A lo sumo, individualidades múltiples. Freud las llamó “masas artificiales”. Puso de ejemplo a la Iglesia Católica Apostólica Romana y al Ejército formado según el modelo prusiano. La clásica pirámide jerárquica. La Sociedad, el Pueblo, la Patria, la Familia: entelequias funcionales a la cultura represora. Con una cualidad en común: nunca se equivocan. Palabra del Pueblo, palabra de Dios. La buena noticia es que como el pueblo tiene muchas palabras, Dios conoce muchas lenguas y podrá entender a todas. Ignoro cuál prefiere.

Los insultos dirigidos al presidente nada tienen que ver con la investidura presidencial. La mayoría muy ingeniosos y divertidos. Nacidos de la matriz de la pasión de multitudes. Reaseguro permanente de la industria mafiosa del fútbol. El efecto contagio fue inmediato lo cual me hace pensar, payaso mala onda al fin, con qué infinita dosis de hipocresía las grandes mayorías y las grandes minorías evalúan los costos y los beneficios de todas las situaciones, aun las más injustas. El no pago de la estafa externa, que algunos llaman deuda, fue un reclamo político e histórico de todas las izquierdas, al menos desde la post dictadura. Cuando el Gran Aburrido dijo “Hay que honrar la deuda” no hubo un levantamiento popular.

Para que “piquete cacerola, la lucha es una sola” tuvo que haber un corralito bancario. Y la maxi devaluación que algunos llamaron pesificación asimétrica, conformó a las cacerolas que abandonaron a su maldita mala suerte a los piquetes. Y aún durante la década ganada, aunque no todos ni todas ganaron, la acumulación de riqueza fue obscena, y las empresas se llevaron con pala (palas mecánicas, obviamente) las ganancias a sus casas matrices. Y el hambre siguió siendo un crimen.

Las falencias del kirchnerismo no pudieron ser superadas por izquierda, sino que fueron burladas por derecha. No cambiamos más. La historia volvió a repetirse. Y a editarse. Cuando escuchamos el canto, la música, el baile, que agravian e insultan al presidente, no a la investidura presidencial, y esto es lo grave, exorcizamos nuestros demonios. La madre, pensada no como mujer, sino como metáfora de la producción, de la creación, de la invención, somos nosotros y nosotras.

Por acción, omisión, por hacer lo malo, por dejar de hacer lo bueno, por hacer lo perjudicial, por no hacer lo necesario. Por todo eso y más que eso. Nada que ver con la culpa colectiva. Todo que ver con la responsabilidad política. Por eso propuse en otros textos un “análisis colectivo de la implicación”. Que llegue hasta el hueso con la afilada precisión del pensamiento crítico. Alejado de venganzas, reproches, acusaciones, causas armadas, y todo artefacto de la cultura represora.

Yo también gesté al monstruo que hoy insulto, aunque insultar no sea enfrentar. Y lo que es peor: sin llegar a la investidura presidencial, que es allí donde hay que llegar. A todas las investiduras, imposturas y vestiduras con las cuales el absoluto poder represor se presenta elegante y perfumado en sociedad para ser votado. Y como bien dice la Sociedad de Putas, es la yuta que lo parió. Pero con la salvedad que la yuta también somos nosotros. Porque la cultura represora nos atraviesa a todos y todas. Aunque puedo afirmar que no a todos ni todas de la misma manera. Por eso mientras muchos pactan con todos los diablos, muy pocos enfrentan a todos los demonios.

“Por quién doblan las campanas” es una novela que publicó en 1940 Ernest Hemingway, corresponsal en la guerra civil española. Su titulo proviene de un texto del poeta John Donne: “por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti. En mi mérito de payaso mala onda, me permito parafrasear: “por consiguiente nunca hagas preguntar a quién se dirigen las puteadas: también se dirigen a ti”

Edición: 3562


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