Un outlet de niños

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Por Silvana Melo

(APe).- Los 51 niños en adopción devueltos entre 2016 y 2017 en Ciudad de Buenos Aires son el número oficial que enmarca una tragedia: la cadena de abandonos y confiscaciones que sufren los niños suburbiales del sistema. La apropiación de los cuerpos en su máxima fragilidad ha sido un ADN de la historia. Hasta que en 1948 el peronismo aluvional redondeó la primera Ley de Adopción, los niños eran apropiados sin marco legal por las familias ricas, atados al destino de institucionalización y sospecha vitalicios del Patronato o víctimas de la caridad de las Damas de Beneficencia, intocables al menos hasta la proverbial puteada de Evita. La apropiación de los vientres de la pobreza –que se empeñan en producir niños en pie a pesar de los mil obstáculos saltados por mil proezas- deja las puertas abiertas de la selectividad. Con la adoptabilidad como única política pública y no como medida excepcional, los niños son adquiridos como productos de perfumería y son devueltos cuando muestran la falla. El sistema es un inmenso outlet de niños.

Fue el Ministerio Público Tutelar porteño el primer organismo del estado que sistematizó los datos, conocidos por percepción pura en todos los estamentos del país. “El 20% de la totalidad de los niños dados en guardia preadoptiva, el paso previo a la adopción, en 2016 y 2017 fueron devueltos por las familias aspirantes”, dice el relevamiento. En esos dos años 258 niños y niñas fueron destinados a familias adoptantes. 51 fueron devueltos. Como una media corrida o una lata de tomates con abollón.

La Ley de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes (26.061) se alzó triunfal sobre el cadáver del Patronato. Y determinó la desinstitucionalización de los niños, con una única alternativa posible: la adopción. Los niños han sido sometidos a un suelo cenagoso que todo el tiempo se mueve a sus pies.

La Ley desinstitucionalizadora colocó en la misma valija ácida a los institutos de menores (cárceles infantiles) y a los hogares -muchos de ellos han peleado históricamente por la crianza de los niños en un ámbito afectivo- y decidió que se reducirían (todos) a espacios de tránsito hacia la adopción. Una madre a la que no le alcanzaron los brazos, un paso de entre tres y seis meses por una institución, un insuficiente período de adaptación, un destino de familia impuesto por ley, un fracaso que acecha a la vuelta de cualquier ochava. De allí al depósito de un niño en el sector Devoluciones de Mesa de Entradas, con un sello en el alma, hay un paso.

Es el estado el que reduce al niño a un objeto en oferta. En octubre de 2017 el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Santa Fe describía a una nena de 13 años en un aviso de colocación: “la niña goza de buena salud y se destaca por su energía. Actualmente está cursando el sexto grado del colegio. Es buena alumna, cumple sin dificultades con los objetivos escolares y asiste regularmente, excepto el día de su cumpleaños que siempre pide no asistir para poder disfrutarlo más”.

Olvidaron sumar a su equipaje una cadena de abandonos, sueños de terror por las noches, nostalgias de una madre que perdió, una tristeza que arrastra desde el origen, una muñeca sin un ojo que perdió en tanto tránsito, el enojo con gran parte del territorio de esta vida.

Tal vez la lista que no incluyeron en el aviso cambió en poco tiempo el estado idílico de adoptabilidad a la tragedia de la devolución. Que marca a fuego esa zona del pecho donde dicen que se domicilian el amor y el desamor.

“Tanto la adopción como el hogar son medidas excepcionales” por lo tanto “no deben ser políticas de estado”, dice Laura Taffetani1: “pasamos de la medida estándar del hogar a la adopción como única opción, salteándonos las medidas preventivas”.

Sara Cánepa2 sostiene el concepto de apropiación histórica como sustento de los actos de amor sucesivos, desde Roca confiscando los niños de los originarios aniquilados hasta la dictadura usurpando a los hijos de los desaparecidos para reencauzarles esa vida desrumbada. Y coloca en primer lugar “las medidas de abrigo, en una familia ampliada con lazos afectivos o en un lugar donde se desarrolle su crianza”.

La compulsividad de la colocación de niños termina legitimando maniobras como la adopción de un grupo de hermanos que después se restringe al de menor edad y el resto se devuelve.

El outlet de niños suele hacer acopio entre las madres sometidas al golpe que les propina un destino fatal.

Las que se vuelven a poner de pie con la terquedad de los remotos, de los apartados.

Las que se empeñan en seguir creando, diosas de los arrabales, hacedoras del fuego, artistas de un sueño chiquito devastado a la vuelta de la esquina.

Sus hijos se van y vuelven, todo el tiempo, en un círculo que alguna vez se toca. Y acaso hasta se salva. A pesar de las leyes, de los engranajes oxidados del estado, del outlet donde los niños deshilachados vienen de vuelta porque nunca son lo que se espera. Porque en su mochila late una historia que es otra, que es propia y lleva el olor de la lluvia y el color de sus ojos.

1 Abogada del Niño - Fundación Pelota de Trapo

2 Abogada del Niño

Edición: 3565

 

 

 


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