Nacer en Salta, parir a los 10

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Por Silvana Melo

(APe).- Cuando supo que sus dolores de panza eran un otro que germinaba en su interior se miró el ombligo. Pensó en su padrastro y ese secreto que él le impuso. Esas sesiones de tortura, como las llama Mariana Carbajal, a las que la sometió tanto. Ese dolor y esa sangre. Tiene diez años, le tocó nacer en Salta y no logra entender cómo es que se le hinchará la panza y le saldrá un muñeco con piel y llanto de verdad y será una vida que no quiso, que no comprende y que la transformará en madre cuando a los diez se es hija y esponja para los mimos y tan pequeñita y tan frágil.

Tiene un embarazo de 19 semanas. Y le tocó nacer en Salta. Donde el Gobernador presenta a su nueva niña que acaba, también, de nacer en Salta. Y a la que le promete un destino diferente de las otras niñas que nacen en Salta con menos suerte.

Niñas como ella, que a los diez está embarazada de 19 semanas porque fue violada por su padrastro. Pero no puede acceder a una interrupción de su embarazo porque el Gobernador redactó un protocolo con una cláusula cruel e ilegal (contradice el Código Penal de 1921 y las referencias de la Corte Suprema): el aborto no punible debe hacerse dentro de las 12 semanas. No importa que la eventual madre tenga diez años, haya sido ultrajada en su propia familia y le haya sido impuesto el terror para que no hablara. Sesiones de tortura, como les llama Mariana Carbajal. Métodos de martirio y despotismo intrafamiliar. Que se continúan en las instituciones como una línea lógica en la construcción social y política de Salta. Pero que no es sólo Salta.

Juan Manuel Urtubey redactó el protocolo (decreto 1170) el 22 de marzo de 2012, pocos días después de que la Corte refrendó los lineamientos para la interrupción no punible del embarazo en todo el país. En ese mismo año Corrientes y Entre Ríos obligaron, en una ola de violencia institucional que nunca acabó, a tres chiquitas de entre 10 y 11 años a parir hijos que no quisieron. A asumir una maternidad que no eligieron. A someter a sus cuerpos a un descalabro para el que no estaban preparados. A transformar una niñez sojuzgada en dos niñeces en desamparo. “Quiero que todo sea como antes”, dijo una de ellas, mientras miraba crecer su vientre sin comprender.

Para el entonces ministro de Salud de Entre Ríos si la niña ovula y menstrúa ya está preparada para parir. Aunque tenga diez años. Para el entonces ministro de Salud de Corrientes, si la niña se embaraza es para cobrar la Asignación por Hijo. Aunque tenga diez años. Aunque la hayan ultrajado, sometido, avasallado, doblegado. Y no pueda comprender lo que está pasando en su cuerpo, lo que pasó con su cuerpo, lo que pasará cuando su cuerpo se parta en dos y sean dos los desamparos para enfrentar un tiempo que se las tiene jurada.

Es lo que Mariana Carbajal llama tortura. Extendida de casa a las instituciones. Es violencia institucional. A los diez años mutiladas en el deseo. Con la prepotencia del poder sobre sus cuerpos, en casa y en las instituciones.

El 29 por ciento de las chicas que alguna vez estuvieron embarazadas no tuvieron a su hijo. Todas –según el informe de Unicef y Fundación Huésped de 2012, mientras Urtubey redactaba su protocolo- abortaron y pertenecen a las clases alta o media alta. El 80 por ciento de las que sí tienen sus hijos –a los 10, a los 11, a los 14- pertenecen a la circunvalación social de la pobreza. Y a la cruz con que las instituciones marcan los cuerpos del desamparo. Como un hierro caliente y fatal en el porvenir.

Edición: 3621

 


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