Mal rayo parte a los pobres

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Por Silvana Melo

(APe).- A ella el rayo le partió la cabeza. Vivía en la calle y la tormenta la topó al mediodía, a orillas de la autopista Dellepiane, por Parque Avellaneda. Una parte del golpe eléctrico le incineró el brazo a él. Los dos tenían el corazón detenido cuando la ambulancia vino y los levantó. Ella murió en el viaje. Y restó de prepo una ignota vida suburbial. Uno menos de los más de cuatro mil destechados de la ciudad de oro.

Apenas un rato antes el Presidente se emocionó y gritó Argentina Argentina en el CCK. A millones de años luz de esa mujer de 23 años que en ningún lado tiene nombre y a quién le importa su nombre si se domicilió en la tierra donde pudo caerse muerta cuando un mal rayo la partió. Como una maldición de gitanos a su vida, dirían Berni o Pichetto. Pero la maldición es sistémica, estatal, de hombres blancos y trajeados que pisan alfombras rojas y orinan en porcelana. Que se emocionan por lo que no cumplen y que a los pobres los parta un rayo. Acaso la manera más cristiana de resolver la pobreza, si no es a cero al menos con unos cuantos restados del fastidio estadístico.

Pero el mismo día, el de la emoción y el de la chica que se tragó la tormenta, aparece el número de la Universidad Católica Argentina. El fatídico número que agranda a la chica sin nombre, que a los 23 la partió un rayo con la maldición divina del árbol en el que se refugió. Sin hacer caso de las recomendaciones del estado, que recuerda con dedo de escuela primaria, no hay que refugiarse bajos los árboles en una tormenta eléctrica. El que no tiene ni baño ni casa ni techo ni cama calentita ni cocina ni bañera ni espejo ni bacha ni canilla mezcladora ni una bolsa de nailon para taparse la cabeza se tira bajo el árbol. Por instinto, señor. Y porque no hay más remedio. Si el rayo viene y parte la cabeza en dos será el destino. Ese que no se puede torcer porque viene adherido al adn. Como una garrapata. Gendarme de lo que tiene que ser.

El destino del 33,2 por ciento de la población bajo la línea de la pobreza, tres puntos más que en 2015 cuando el hombre que se emociona y grita Argentina Argentina dijo que prometía pobreza cero y todos sabían que era un eufemismo, una adjetivación vacía a un sustantivo feroz, una mentira flagrante para los crédulos, un mimo para los despreciantes del populismo. Del populismo que dejó el 29,2% de pobres y cree que dejó un paraíso.

Y en realidad, a pocos les importa que a uno de cada tres vivientes de este país los parta un rayo o los disloque una centella, que para el caso es lo mismo.

Al mediodía se refugiaron bajo el árbol y a ella la descarga la destruyó. El va viviendo, porfiado. No quiere darles el brazo a torcer. En la próxima tormenta no se guardará en el árbol. Se plantará en la Dellepiane para que lo vean. De algo hay que morirse.

El ajuste despiadado que tira gente a la calle como basura (como a ellos dos, bajo el árbol, pegadito a la autopista) acomoda en las vidrieras de la pobreza, para que por un rato el mundo los vea, al 51,7% de los chicos de 0 a 17 años. Cincuenta y uno de cada cien.

Trece millones y medio de pobres en el país de la tierra fecunda. Tres millones y medio con hambre en el país del alimento. Ocho millones de niños condenados. Con escasas perspectivas de romper los muros del arrabal. Inviables, como muchos futuros.

Que no emocionan a nadie en los altos edificios del estado.

A los que un día un mal rayo los parte. Sin nombre, ni calle, ni número, ni obituario.

Edición: 3773

 


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