Hablemos de un millón de braians

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Por Silvana Melo

(APe).- Ahora que se diluyó la espuma mediática, la estigmatizante, la de instagram, la de twitter. La de los progres y la de los odiantes. La espuma en la boca de la rabia y la espuma de la pleamar en las orillas. Ahora que dejaron de publicar su foto y de llamarlo pobre, villero, morocho, marginal. Unos y otros. Y de eternizarlo en su condición. Unos y otros. Ahora que se fue de la diestra del Presidente Electo y que recuperó su gorra. Ahora que volvieron a olvidarlo. Ahora que volvió a su anonimato. A su barrio invisible, pauperizado, colgado de los apartes donde pasa el futuro, como las reses en la carnicería.

Entonces ahora sí hablemos de Brian.

La foto del presidente Mauricio Macri y su ministra Patricia Bullrich, con Luis Chocobar en la formalidad de un despacho oficial es un gesto. Y tiene la formidable potencia de un gesto.

La foto de la ministra Patricia Bullrich de visita a un gendarme que se lastimó un dedo en la represión a los niños murgueros de la 1-11-14 -que eran un muestrario de agujeros de postas de goma- fue un gesto. Que tuvo la formidable potencia de un gesto.

Estas imágenes, estos gestos, desencadenaron derivas concretas y definitivas hacia abajo: protocolos que endurecieron el accionar de las fuerzas, aval político a matar por la espalda, gatillo fácil y libre para niños y adolescentes en las barriadas de los confines, políticas de exterminio de la pequeña juventud hambrienta, sin escuela ni trabajo ni futuro, a través de las sustancias de calidad pésima que se diseminan cómplicemente entre los tentáculos del estado y el bussines narco.

Estos gestos sembraron persecución, violencia y muerte de la infancia más frágil. Que va creciendo en el peor de los mundos. Y se vuelve esa juventud que ya no empatiza, que no causa ni ternura y que está lista para el exterminio.

Los gestos públicos crean sentido colectivo. Los gestos públicos son representaciones simbólicas de lo que sucede debajo de la alfombra social. Debajo del escenario donde brindan el policía que dispara por la espalda, la ministra y el Presidente, la multitud de anónimos invisibles sufre el derrame de esa violencia.

El gesto del Presidente Electo con Brian es una representación distinta sobre el mismo escenario. Cambia el espectro simbólico y busca, al menos en la iluminación escénica, crear otro sentido colectivo. El gesto del Presidente Electo con la gorra de Brian es una alegoría igualitaria de imposibilidad concreta: el Presidente Electo sabe que ponerse la gorra de Brian con la visera hacia atrás no lo asimila a la barriada sin calle ni número, donde no entra la ambulancia ni el bondi. No lo asimila al desprecio social de los que prefieren lejos a la otredad porque le desconfían, porque les huele mal, porque les disgusta el color, el sudor particular de los barrios, la piel curtida, la dentadura rala y el pibe que mira siempre de costado, midiendo cómo le va a robar. No por nada el meme construido con Brian en la mesa del 27 de octubre. Que le viralizó el barrio del cuerpo y lo dejó expuesto por los odiadores y por la progresía. Que publicó su foto para contraponerlo a Chocobar. El policía que dispara por la espalda es de ellos, el pibe chorro es nuestro.

Brian y su iconografía intacta.

Y él solo, con el Presidente Electo.

Y él solo, con trabajo flamante, según circulaba en estas horas.

Y entonces se le quitó una espalda a la bala de Chocobar y la patria ha vuelto a depositar un símbolo sobre su mesita de luz.

El 10 de diciembre habrá llegado la hora de que los símbolos y las representaciones bajen estrepitosamente a los territorios. Y los centenares de miles de braians que crecen con hambre, olvido, falta de calcio y de hierro, contaminados por venenos de ríos, asbestos, fumigaciones, residuos industriales, mal nutridos por alimento basura, atravesados por paco, anestesiados por aspirar nafta y pegamento.

Los centenares de miles de braians que caen bajo las balas policiales, que son rehenes del transa, cocinados a patadas por los gendarmes en la frontera del barrio, expulsados de la escuela, proscriptos de cualquier trabajo por identidad, por carencia de domicilio, por apariencia, condenados a una vida corta o a la cárcel temprana.

Esos braians cotidianos que pasan por las organizaciones que el estado ignora, están brutalmente presentes. Desesperadamente presentes.

Esos braians laterales, solos, con familias quebradas, padres y madres disciplinados por el estado con planes miserables –estado que el Presidente Electo dirigirá en apenas un mes-, amansados y sin fuerzas para transformarse el mundo.

Esos braians desfasados sociales, numerosos y vivos, tantos como para organizar otra vida desde abajo, una vida con paraqués, con objetivos y sueños colectivos que integren, que incluyan, que enamoren.

Un mundo abierto y enorme donde quepan todos sus mundos.

Y no la fisura por donde se escape un salvataje casual.

Edición: 3978


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